CAPÍTULO 3

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Caminaba junto al señor Conejo, quien, por aquel entonces, era apenas un conejillo confiado y amable.

—Dime, Conejo, ¿tú conoces al Galimatazo?

—Es un monstruo de varios metros, es imposible no conocerlo. —Dijo él.

—Me refiero a antes de ser una bestia. Cuando aún era un hombre que venía de otro mundo, ¿lo conociste?

—Sí, lo conocía.

—¿Qué le pasó? ¿Por qué se volvió malvado?

Conejo pareció dudar entre si contarme o no la historia, pero no pudo resistirse a mis plegarias.

—Te lo contaré. Verás, su nombre era Arturo y era un gran rey, un buen rey, probablemente porque no fue criado para serlo. Sus orígenes son un tanto oscuros, su padre, el rey Uther Pendragon, se había enamorado de la esposa de uno de sus condes y obligó a su mago, Merlín, a usar la magia para que ella yaciera con él. De su unión, nació Arturo, quien le fue confiado a un noble llamado sir Héctor para que lo criara como a su propio hijo. El rey murió sin dejar un descendiente varón que fuera conocido, pues eran pocos los que sabían de la existencia de Arturo, así que el reino se sumió en el caos hasta que apareció una espada clavada en una roca y se dijo que aquel que consiguiera liberar la espada, sería el rey por derecho. Fueron muchos los que lo intentaron, pero el único en lograrlo fue un débil muchacho de apenas dieciséis años quien la sacó casi por casualidad, Arturo. Merlín se convirtió en su amigo y consejero, y Arturo reinó con justicia y sabiduría. Realmente, era un buen rey, lo sé por las historias que me contaba al principio, ya sabes, antes de ser una bestia despiadada. Se preocupaba por la gente, por sus súbditos, los trataba con consideración y no los esquilmaba con impuestos. Tuvo algunas aventuras con algunas mujeres. Pero, finalmente, se casó con una bella doncella llamada Ginebra y se rodeó de buenos amigos y caballeros. Hasta aquí, el pobre rey podría haber sido feliz, pero la fortuna no se lo permitió. La oscuridad lo acechaba bajo la forma de una hechicera llamada Morgana, quien deseaba hacerse con el poder. Aunque la magia nunca le dolió tanto a Arturo como descubrir la traición de su esposa, a la que él amaba y por la que vivía. Ginebra y uno de sus caballeros, Lanzarote, mantenían una aventura. Al descubrirlo, el rey enloqueció de rabia y de celos, allí comenzó su declive. Se embarcó en guerras y batallas descabelladas para vengarse de los amantes que habían huido y Morgana encontró su oportunidad. Años atrás, antes incluso de que Arturo se casara con Ginebra, Morgana había seducido al joven rey y había engendrado a un hijo, Mordred, él formaba en aquel momento parte de las huestes del rey y, en una batalla, trató de matarlo para hacerse con la corona. Arturo lo atravesó con una lanza, pero Mordred ya lo había herido de gravedad y el rey se moría.

—¿Y qué pasó entonces?

—Arturo recordó las palabras de la Dama del Lago, una maga que le había dado Excálibur, su espada, ella le había dicho que tendría que devolverla al lago una vez muerto. Así que Arturo le pidió a uno de sus soldados que lo hiciera. Tras varios intentos, el soldado finalmente lanzó la espada al agua. Una vez que Excálibur desapareció, unas damas surgieron del lago y se llevaron a Arturo con él. Dirigían al rey a las islas de Avalon, donde en su mundo se dice, que vivió feliz gobernando entre las damas del lago. Pero lo cierto era que Arturo no quería pasar su eternidad en Avalon recordando a Ginebra. Su corazón seguía doliendo por la traición, incluso estando muerto y lo único que el rey quería era olvidar. Por eso, cuando estaba en la barca miró su reflejo en el lago y deseó poder escapar de sus recuerdos, se lanzó al agua buscando la muerte que traía consigo el olvida. Pero, en su lugar, apareció en el País de las Maravillas. Era un alma desesperada que, en otra vida, había sido un rey justo y una buena persona. Y, la verdad, este País de las Maravillas siempre ha necesitado un regente que pusiera un poco de orden en el caos de este mundo, supongo que la magia vería en él un posible líder para estas tierras, pero no se dio cuenta de que la oscuridad ya se había implantado en su corazón. Este se había roto con la traición de Ginebra y su amigo Lanzarote, más todavía cuando descubrió que su asesino había sido su propio hijo. Fue entonces cuando comenzó a obsesionarse con la magia, pensaba que con ella podría volver a su mundo y conquistarlo, vengarse de Lanzarote por su traición, hacer que Ginebra volviera a amarlo. Poco a poco, la obsesión lo consumió y comenzó a hablar de invadir otros mundos. Se hizo peligroso.

El conejo bajó la mirada y yo entendí rápidamente su historia. Un buen hombre que se había dejado corromper por un corazón roto, me recordaba demasiado a la historia de mi padre como para poder sentir algún odio o enfado hacia él. Solo sentía pena y el deseo de que pudiera volver a ser el buen hombre que un día fue.

—¿Y qué tendría que hacer para derrotarlo?

—Pues...

—Llegas tarde otra vez.

Una voz femenina un tanto enfadada llamó mi atención. Otro conejo, pero esta vez uno vestido con faldas apareció tirando al Señor Conejo de una oreja.

—Perdona cariño.

—¿Perdona? ¿Perdona? Siempre igual, ¿pero dónde tienes la cabeza Roger? A ver cuando comienzas a ser un poco puntual.

—Cariño, deja que te presente a Gwen, ella es la portadora del Corazón de la Estrella.

—¿En serio? — La señora Conejo se quedó mirándome hasta que me ofreció su patita —Soy Jess de Conejo, puedes llamarme Jess simplemente.

—Encantada, soy Gwen.

—Lo sé, eres una chica muy especial, verdad.

—Eso me han dicho.

—Pues han acertado. Ahora, ¿qué hacéis aquí? Tienes que prepararte para la batalla.

—¿Batalla? Pero yo no sé pelear.

—Conseguirás vencer Gwen. Hemos de tener fe, porque este mundo no sobrevivirá mucho más tiempo con el Galimatazo en él.

Miré a mi alrededor. Aquel mundo en el que me encontraba, aquel extraño y enorme mundo lleno de cosas que no debían ser como eran, me necesitaba. Yo era solo una niña, pero me necesitaban y no me sentía en derecho de negarme. Había algo en aquella tierra extraña que me hacía sentir como en casa. Jess y Roger, los conejos me acogieron en su casa, me trataron como a una más de sus gazapos, no me había sentido tan querida desde que mi madre murió. Fui conociendo a todos los habitantes del País de las Maravillas y me enamoré de cada uno de ellos y de sus historias. Podía sentirme muy identificada con cada uno de ellos, porque todos huían de algo, escapaban del miedo o trataban de buscar una vida mejor para vivir en paz. Solo que esa paz se había truncado por el Galimatazo.

Al principio, siendo sincera, estaba aterrada con la idea de luchar y solo podía pensar en la forma de escapar de allí sin que nadie se diera cuenta. Entonces, los Conejo me contaron su historia. En otro mundo, se llamaban Rabbit, Roger Rabbit y su esposa Jessica. El problema que tenían en aquel mundo era que él sí que era un conejo, pero Jessica era una humana. Y, por mucho que su mundo permitiera la magia, al menos, hasta el punto de que un conejo pudiera hablar y comportarse como un ser humano, tenían ciertas limitaciones en las que no quisieron entrar porque, decían, que era demasiado pequeña. Conseguir que Roger se convirtiera en humano en su mundo era imposible y justo cuando estaban a punto de abandonar toda esperanza, consiguieron llegar al País de las Maravillas donde todo era posible y pudieron estar siempre juntos. Los dos como conejos al final, pero juntos al fin y al cabo.

Había más personajes, más historias, más vidas que, de repente, tenía que proteger. Que, y esto era lo peor, de repente, quería proteger. Mi madre tenía razón, mi corazón no era como el del resto de las personas. Yo me entregaba a todos sin mesura, confiaba en ellos, los quería sin conocerlos apenas. Sentía un deber que me imponía mí misma, el deber de cuidarlos, de salvarlos, de ayudarlos, aunque aquello me costara mi propia vida. Altruismo en estado puro, pensaba entonces. Estupidez en grado máximo, es lo que pienso ahora. Pero sí, mi corazón era distinto, era el corazón benevolente, el corazón perdonador, el que solo era capaz de albergar amor y nunca odio, nunca resentimiento. En aquel momento, no pude sentir rabia porque me concedieran una tarea muy por encima de mis posibilidades, no sentí frustrada por ver que siendo solo una niña se esperaba que derrotara a un gran monstruo, ni siquiera sentía odio hacia ese gran malvado que asolaba mi nueva tierra, porque también tenía una historia que podía comprender. Solo sabía que tenía que salvar el País de las Maravillas y eso haría.

—Conejo, estoy preparada. 

El País de las Maravillas. Sagan Grimm VOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz