XXIII. De saber que eres mía.

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- Mimi por favor – Ana intentaba sin éxito que la rubia soltara sus muñecas – necesito tocarte – la sonrisa de Mimi fue inmediata así como la liberación de las manos de Ana quien no tardó ni medio segundo en llevarlas primero a su espalda donde con fuerza empujó para pegar lo más posible el cuerpo de Mimi al suyo, después bajó lentamente arañando la piel a su paso hasta volver a posarse en el culo de una Mimi que ya ondulaba la cadera del placer que esos arrebatados gestos le provocaban. Le encantaba la pasión de Ana para todo, en sus noches de desvelo cuando soñaba que la tenía en su cama los escenarios tenían un común denominador, era la pasión, nadie que tenga el carácter de la cantante, cante, interprete, se mueva y baile como ella podría no ser una fiera, se complacía pensando que era mucho mejor que en sus sueños – te sobra ropa – paseaba una de sus manos por el elástico del tanga de la bailarina y lo halaba un poco haciendo que la tela friccionara el sexo húmedo de Mimi quien no pudo contener un gemido en toda regla – joder... como me pones – Al parecer la vergüenza se le había ido a paseo desde hace rato, dejó esa prenda por un momento y subió hasta donde el sujetador de la bailarina hacía rato que le estorbaba mucho más, le costó un poco de trabajo pero logró soltar el broche, Mimi no dijo nada, seguía entretenida besando su cuello y boca alternadamente, dejaba que Ana resolviera esos pequeños contratiempos sola. Cuando se sintió libre de la prenda la bailarina se incorporó para sacárselo completamente y de paso para dejar que la cantante se recreara con las vistas, se quedó ahí, a horcajadas sobre su cadera mostrándose ante ella, Ana llevó sus manos sin esperar a sus pechos, los cubrió con sus delicadas manos y abrió la boca impresionada sintiendo la suavidad de su piel contrastando con la dureza de sus pezones rosados empujando contra sus palmas.

- ¡Ay, Ana! esas manos de diosa... - movía su cadera en un hipnótico vaivén que hacía que todo su cuerpo se balanceara de atrás a adelante.

- Tú sí que eres una diosa – masajeaba sin pausa los pechos de la rubia atrapando entre sus dedos uno de los pezones, estirándolo un poco arrancando un gemido sonoro que Mimi intentó callar mordiéndose el labio sin demasiado éxito - ¿Bailamos un tango rubia? – le decía mirando fijo sus caderas, acto seguido se impulsó para quedar sentada con la rubia en su regazo, hizo que Mimi se arqueara echando la cabeza hacia atrás, sosteniéndola por la espalda con ambos brazos para dejar sus pechos a merced de su ansiosa la boca ansiosa de la morena, dejó primero un reguero de besos húmedos por toda la piel de la zona y una vez que decidió era suficiente posó sus carnosos labios alrededor de uno de los pezones, la reacción fue inmediata, Mimi se retorcía y jadeaba mientras Ana se sorprendía de lo excitante que era aquello, comenzó a jugar con su lengua y hacer un poco de succión, cada vez más intenso e incluso mordiendo un poco ese par de botones que se habían convertido desde ya en una de sus partes favoritas del cuerpo de la rubia, de pronto los jadeos de Mimi se transformaron en gemidos que intentaba ahogar sin conseguirlo, lo que ya había hecho estragos en Ana quien sentía nuevamente la humedad y la sangre inflamar su centro. Mimi fue consciente que si no tomaba las riendas pronto Ana terminaría haciendo con ella lo que quisiera y aún no estaba lista para cederle el control. Logró separarse del cuerpo de la cantante con mucho esfuerzo, quien emitió un sonido de queja cuando la bailarina se puso de pie en el piso.

- No me seas ansiosa – decía al tiempo que se quitaba la única prenda que le quedaba en el cuerpo dibujando la sonrisa en el rostro de su compañera – ven acá – le pedía en un susurro, haciendo que la cantante se sentara en la orilla de la cama, ella se agachó frente a ella sin quitarle los ojos de encima – abre las piernas – se lo dijo con suavidad pero con bastante convicción y Ana se estremeció apretando las sabanas con las manos.

- Mimi... - la miraba entre aterrada y excitada.

- Abre las piernas – le repetía pero esta vez con las manos posadas en sus rodillas y con un tono más imperativo, la cantante obedeció girando la cabeza evitando ver la reacción de triunfo de la bailarina – Mírame – decía con una sonrisa de autosuficiencia y levantándose un poco para poner su mano en la barbilla de la chica y así hacer que no desviara sus hermosos luceros marrones de ella.

Luna MenguanteWhere stories live. Discover now