—Me da un poco de palo, pero te sigo en Instagram —comenta Sandra, evitando confrontar a Aurora con la mirada, es evidente que está algo avergonzada—. Me gustan mucho tus videos.

—La mayoría los pienso yendo borracha —admite la chica, dándole un sorbo a la cerveza que tiene frente a ella.

Ha sido una buena idea acudir directamente a la cafetería, porque es el único sitio sin periodistas dónde puede ponerse como una cuba a media mañana, pero la excusa de querer encontrarse con su amiga es más decente y no pone en evidencia el mono de cogorza que tiene tras quedarse sin juerga anoche.

Sandra le dirige una mirada a Mara, que está demasiado concentrada en satisfacer a su estómago como para prestarle atención a conversaciones tan mundanas. Aurora centra su atención en la chica, que todavía parece algo cohibida. Está acostumbrada a ese tipo de situaciones, a menudo la gente no sabe cómo tratar a los personajes públicos, les resulta violento el pensar que saben demasiado de ellos y, aun así, tener que iniciar una conversación desde cero, como si no llevasen años viéndolos protagonizar portadas en revistas y titulares en otros medios de comunicación. Aurora, habituada a lidiar con este tipo de situaciones, opta por tomárselo con naturalidad, es lo mejor que puede hacerse.

—La verdad es que no esperaba verte por aquí —comenta, dirigiéndose a Mara. Esta se encuentra relamiendo la mayonesa de los bordes. Pero qué puta cerda es para comer, por favor—. ¿Desde cuándo vas más de dos días seguidos a clase?

La joven, que tiene la boca llena de calamares rebozados, se dirige hacia su amiga, sin tomarse la molestia de disimular mientras mastica.

Teníamof reudnión del zindigato —responde, casi sin poder vocalizar.

—Tía, tu boca parece un policlín de festival después de que a la gente le haya dado una intoxicación por la comida en mal estado —hace una mueca de disgusto—. Tápatela, al menos.

Pero Mara, haciendo uso de su genuina madurez y de sus siete años mentales, sonríe con malicia y saca la lengua, provocando que su amiga le dedique una mueca de asco.

—Qué guarra eres —comenta Sandra, mientras se lleva un gajo de mandarina a la boca—. De verdad tía, qué asco.

—Pues yo llevo aguantándola desde los diecinueve años —Aurora alza las cejas—. Debería pagarme el Estado o algo, por lo de cargar con tu retraso quiero decir.

Mara sonríe para sí.

—Qué gilipollas.

Aurora le devuelve al gesto, se fija en que ya tiene muchísimo mejor el ojo, el morado se le ha transformado en un tono amarillento, señal de que pronto le desaparecerá la marca. Está tranquila en ese lugar, pese al murmullo generalizado, el estridente sonido de platos, cubiertos y cafés saliendo a presión. El vaivén de los universitarios puede resultar exasperante para muchos, pero después de toda la locura que está viviendo durante los últimos días, para Aurora es casi como música relajante.

Le da un trago largo a la cerveza, no puede mantenerse escondida en ese lugar eternamente, pero las cámaras todavía seguirán en su casa a esas horas. Bueno, ya pensará en algo, ahora no quiere hacerlo porque le terminará explotando la maldita cabeza.

—¿Luego te vas a casa? —Pregunta entonces, quizás pueda llevarla en moto. Mara tiene una Vespa algo cutrecilla pero es bastante útil para ir por la ciudad.

—No, tenemos junta sindical —responde, mirando a Sandra—. Reunión general de los distintos sindicatos de la uni, por eso sigo aquí.

—¿Tú también estás en un sindicato? —Le pregunta a la pelirroja.

Giro de guionWhere stories live. Discover now