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actualidad.

— Por favor, escuchame —tengo las mejillas empapadas, tampoco puedo respirar bien por la nariz. Un gemido de dolor sale involuntariamente de mi boca y todo mi cuerpo cae sobre mis talones mientras veo como la escena—. No me dejes, ¿realmente ya no me amas?

Amelia para en seco unos segundos, con parte de su ropa en una mano y la mochila en otra, sin siquiera mirarme y como un grito para mis oídos, pero casi como un susurro en la realidad, dijo que sí, ya no me ama.

Cierro mis ojos muy fuerte y tapo mis orejas con la palma de mis manos, sigo escuchando ese ruido finito parecido al de un amplificador cuando se desconecta la guitarra, no se va.

Repentinamente todo da vueltas. Estoy abrumada, me duele la cabeza.

— ¿Por qué estás haciendo todo esto?.. después de todo lo que pasamos.

— Estás sola en esto, Maia.

Aún abrazada a mis piernas, sin girar la cabeza a verla las palabras salen de mi boca como vómito.

— Está bien. Entiendo, podes irte entonces. De todos modos, todos lo hacen.

Amelia termina de recoger sus cosas y siento como sus botas negras, algo opacas y viejas, dejan de hacer ruido. Por el rabillo del ojo puedo verla, sé que está mirándome, pero no la observo de vuelta. No sé si de mi apreciación se trata pero lo único que podía escuchar era nuestras respiraciones hasta que siento que, finalmente, se marcha.

El audible golpe de la puerta al cerrarse, resuena por la pequeña habitación de hotel y me hace quitar de encima un grito reprimido. Mis rodillas caen al piso con fuerza, un dolor palpitante en la zona se hace notar, pero me encargaría luego si es que de algo grave se trata. Un escalofrío recorre mi espalda en tanto siento la cerámica fría del piso en mi piel desnuda.

Me duele el corazón, me pesa el alma, me arde el cuerpo. Me riño a cuestionarme la idea de cómo algo puede destruirte en un instante y hacer de vos mil pedazos.

La vista se me nubla, de ella brotan aún más lágrimas que continúan explorando mis mejillas y se estrellan sobre alguna parte de mi cuerpo que vacila en un intento desesperado de buscar la calma. Logro conservarla a pesar de lo agobiante que es esta realidad y comienzo a sentir la piel ligeramente pegajosa y húmeda, mi pecho sube y baja con lentitud dejando atrás varios suspiros.

Me acerco al lavabo, una vez que consigo pararme, abro el grifo y cargo mis manos de agua fría para luego echarla sobre mi cara. Todo se vino abajo, toda yo me vine abajo, hecha mierda.


diez días antes.

Me deshice de las sábanas sobre mí y me dirigí somnolienta al baño. Dejé correr el agua mientras me desvestía con rapidez y en cuanto me metí bajo la ducha la agobiante voz de mi madre desapareció casi por completo.

Me concentré únicamente en escuchar la lluvia artificial caer, pero no me mantuve por mucho tiempo bajo el agua tibia; sólo lo suficiente como para aliviar aquella tensión que se había instalado en mis músculos hacía ya unos días.

Pasé una toalla por mi cuerpo, secando cada centímetro de él, y me apresure a alistarme al salir del baño. Me vestí con lo más cómodo que encontré, agarré la mochila y dejé la habitación de forma brusca, llevándome algunas cosas por delante, como de costumbre.

Amelia [editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora