Teatro de la oscuridad

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Tras ese momento se queda totalmente inmóvil, estático. Nota cómo el corazón le va a mil por hora, tiene la respiración agitada. Ella también se ha quedado quieta.

—Joder, lo siento —comenta, aunque en realidad tenía unas ganas terribles de terminar—. Te juro que no he podido controlarme.

Tampoco es que lo sienta porque llevan ahí metidos casi una puta hora, la tía podría seguir otra más sin correrse así que tampoco tiene mucho que lamentar. Se concede unos segundos antes de salir, haciéndolo con cierta lentitud. Ahora tiene la polla muy sensible, pese a esa mierda de látex que le ahoga como una soga. Cuando la saca suelta un suspiro, cerrando los ojos por un momento.

—Vaya tela —se pasa una mano por la cara, está como en una especie de limbo pero se siente realmente bien, como si una corriente de energía le hubiese invadido de repente.

Cuando vuelve un poco en sí la mira, se ha dado la vuelta, confrontándolo de cara. Está colocándose bien el sujetador, aunque ambos tendrán que arreglarse con decencia si no quieren levantar sospecha. Follar en el plató no es buena idea, riesgos innecesarios que pueden suponer muchas más pérdidas que ganancias, pero la necesidad no entiende de circunstancias. Si alguien los viese estaría metido en más de un problema, sobre todo porque podrían sacar material en su contra, pero eso es algo que no piensa mientras se la están chupando, para qué mentir.

—Has aguantado bastante bien —comenta ella, mientras se sube la falda—. No te preocupes.

—La próxima vez déjame una cama —ladea una sonrisa—, estos sitios me matan.

—Ay, Raulito —le coge de la barbilla en un gesto cariñoso, besándolo levemente en los labios—. Pero qué tradicional eres.

Asiente, no tiene ganas de justificarse. Tradicional sus huevos, el tema es que uno no puede follar en condiciones mareado por el hedor a lejía.

Se quita el condón, tirándolo al cubo de basura sin muchos miramientos, para luego subirse los pantalones. Qué inconsciente ha sido, no se folla en el sitio de trabajo.

—Aunque tiene su morbo que seas tan comedido para ciertas cosas —sonríe la mujer, con cierta picardía—. Es como pervertir a un cura o algo así.

Él suelta una carcajada.

—Será que yo tengo mucho de santo.

Ella alza las cejas.

—Por eso mismo —ríe, terminando de arreglarse la ropa. Saca su teléfono móvil, echándole un ojo a la pantalla—. Tengo que irme, he de repasar algunas cosas con producción.

Raúl asiente, tirarse a la directora del programa dónde trabaja no estaba en sus planes, tampoco es algo que él buscase. Sin embargo, tampoco puede quejarse. Hacía tiempo que no sentía tanta química con una persona e Irene tiene la ventaja de estar casada, así que no debe preocuparse por tener a alguien detrás hurgando demasiado en su vida personal. También es un alivio saber que, llegado el día, sus encuentros podrán concluir sin dramas innecesarios. Ella no tiene intención de terminar con su matrimonio y a él jamás se le pasaría por la cabeza intentar dar un paso adelante en esa relación, ambos pasan un buen rato juntos y él se las arregla para hacerle pensar que tiene el control de la situación mientras él saca una buena tajada, sin que esta tenga que ver exclusivamente con el sexo.

—Espero que hoy no traigas ninguna sorpresita, el otro día casi se me echan encima por colar esas imágenes. No iba en gion y tenemos ciertos compromisos, Raúl.

—¿Vas a amonestarme? —Enarca una ceja, con aire socarrón.

—No me tientes —ella le devuelve el mismo gesto pícaro—. Tienes veinte minutos para ir a maquillaje.

Giro de guionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora