45| Dejar el pasado atrás.

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Me quedo de piedra cuando acorta tanto la distancia que quedo recostada contra el barandal del puente. ¿Cómo se enteró de eso?

—¿Cómo...?

—No estaba del todo seguro que lo hubieran hecho, pero ahora lo confirmo. —manifiesta. —Y mira, sé que el fantasma de Annisa me acompañará durante el resto de mi vida, que no la voy a olvidar de la noche a la mañana, y que lo quiera o no, la culpa seguirá carcomiéndome la cabeza. Pero eso no quiere decir que ahora no esté dispuesto a empezar algo de cero con alguien, contigo. No quiere decir que no me gustes, al contrario, me gustas demasiado y es la primera vez después de Annisa que tengo estos sentimientos de nuevo. Y sé que son recíprocos, sé que tu también me quieres, y yo sé que quiero quedarme contigo. Así que no me pienso volver a Florencia, al menos no por el momento.

—Eres un cabezota — lo regaño, y eso solo hace que ruede los ojos y me tome los costados de la cara con sus manos.

Me roza las mejillas con los dedos, y aunque al principio quiero apartarme para hacerle entender que quizá no tenga otra oportunidad como esta, no lo hago, solo me quedo mirándolo. Inevitablemente termino recostando mi cara en la palma de su mano y eso parece ser el permiso que necesitaba de mi parte para terminar de invadir en su totalidad mi espacio personal.

Me atrae hacia sí, pegando su frente contra la mía, nuestras narices se rozan, pero no me besa, yo solamente lo miro, él no rompe el contacto visual. Es como una guerra entre sus ojos grises y los míos color miel, una guerra que no quiero que termine, que no le hace daño a nadie y que por si por mi fuera sería eterna.

—No me pidas que me vaya —susurra muy bajito.

Ha acabado a nevar hace apenas unos minutos. Pero aun así todavía tengo pequeños copitos de nieve descansando sobre mis hombros.

—Sería egoísta de mi parte pedirte que te quedes.

—No me importa lo egoísta que seas.

Y eso es suficiente para que derribe los muros y me bese.

—¿Cómo vamos a hacer para que esto funcione? —pregunto todavía con los ojos cerrados, segundos después de haberme quedado sin aire en los pulmones y haber detenido el beso.

—Estoy seguro de que va a funcionar bien. Yo no pienso dar un paso atrás.

—¿Cómo estás tan seguro?

Mira hacia arriba, apenas son visibles algunas estrellas porque las nubes todavía permanecen en la mayor parte del cielo, luego baja la vista y la mantiene fija en la cadena de plata que hace unas horas me regaló.

—Porque algún día visitaremos las estrellas, viajaremos a Marte y desayunaremos en Plutón.

El camino de regreso a casa es perfecto, es de eso que uno ve en las películas románticas navideñas. Al rato de ponernos en marcha comienza a nevar de nuevo y somos acompañados por los copos de nieve y el frío. Damian no me suelta la mano hasta subir las escaleras del departamento, y para ser sincera ni siquiera me molesto por la hora en la que llegamos ya que nos tomamos nuestro tiempo para observar detalladamente la decoración de guirnaldas, chirimbolos y guantes de tela que adornaban todas las casas.

En los últimos escalones que nos quedan para llegar a casa Damian se me adelanta y yo termino yendo tras él, todavía con las manos entrelazadas voy con una sonrisa tonta pegada a la cara.

Pero esa sonrisa que se me borra de golpe cuando me golpeo la cara contra su hombro.

Levanto la cabeza al ver que él se mantiene tieso sin moverse, obstaculizándome el camino y la vista, así que debo de ponerme en punta de pie para mirar sobre su hombro eso que lo ha sorprendido.

El alma se me cae a los pies en menos de un instante.

Paul, su padre, parado frente a nosotros.


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Cuando nos convirtamos en estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora