Capítulo 1: Algo dirán los sueños

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Era uno de los regalos que había recibido en Navidad; una agenda personal de cuero bastante elegante y bella. Dejó el cepillo de lado y la tomó con ambas manos, acariciando la suave portada antes de abrirla.


Cómo recién empezaba el año, apenas tenía escrito en un par de días de enero, pero en general no era nada importante, sólo qué hacía en su rutina, en su trabajo, o algún recordatorio de algo que tenía que hacer.

Con seriedad y cómo si estuviese buscando algo inexistente, deslizó las yemas de los dedos por la suave hoja en donde aún no tenía nada escrito. Al segundo, y cómo si hubiese despertado de repente de un estado de trance, dejó el objeto de lado y se levantó con prisa en dirección hasta la mesita de noche que reposaba en medio de ambas camas y se agachó, permaneciendo unos momentos así, abriendo cajones y buscando.

« Hasta que finalmente aparecieron». Pensó la castaña y se reincorporó, dejando sobre su cama parte de sus antiguas pertenencias.


Eran las cinco agendas personales que había tenido hasta ese momento. Las alineó siguiendo un orden cronológico; la primera, que era de un rojo oscuro desgastado y dos que eran color azul marino pertenecían a su época escolar, las otras agendas, una negra y otra de un color verde eran las que había usado en Santiago mientras estudiaba en la Universidad de Chile.

Obviamente, a esas dos últimas le había dado mucha más utilidad. Se les notaba el uso, estaban gastadas, con grietas y además, entre tanto papel que había colocado entre las páginas ambas se veían a punto de reventar.

Las abrió y las revisó, pasando las páginas con rapidez, sólo encontrándose con apuntes de clases, hojas y guías de pedagogía y de castellano. Ahogó un suspiro angustiado con la palma sobre su boca mientras pasaba de forma desordenada su otra mano por el papel, ya sin seguir un orden en específico.


Intentó buscar su última libreta, la del último año, pero luego recordó que no había escrito nada allí. Solo había colocado su nombre, pero no había podido continuarla, era incapaz de escribir, no podía tomar el bolígrafo y anotar algo. Estaba rodeada de tragedias, de nuevas cosas, de asuntos difíciles de tratar. Durante ese tiempo lo interpretó como una especie de bloqueo. Ya ni tenía deseos de organizarse en su rutina, de dejar algún tipo de registro, pese a que profesionalmente se manejaba sin ninguna falla y en su escritorio del colegio tenía una libreta profesional, aquello no era lo mismo.

Pestañeó varias veces y se quedó escuchando el sonido de los pájaros, inconscientemente apretó con fuerza los puños y cerró los ojos. Todo era muy difícil. ¿Había superado todo eso? ¿Estaba lista para avanzar? Porque si acaso la vida era una travesía para encontrarse con uno mismo, sin querer había dado la vuelta y abandonado aquel plan divino.

1957 estaba impregnado de tragedias, lo sabía. No podía escribir algo con lo que se toparía inocentemente después, teniendo que revivir mediante recuerdos todas esas cosas por las que aún le costaba dormir en las noches. Aunque a fin de cuentas, no era un método de defensa muy efectivo; los recuerdos seguían ahí en su cabeza, preparados para asaltarla en cualquier momento del día. Ese año estuvo plagado de momentos donde solo quería dejar de sentir y cerrar los ojos hasta que pasara el mal rato, aunque fuesen unas horas, quizás un par de días, o tal vez unos meses.


Apretó los labios y movió ligeramente la cabeza, intentando detener el torrente de angustiosos pensamientos. Se levantó buscando despejarse, y después de dar un par de vueltas y de estirar los músculos volvió a lo que estaba haciendo.

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