2. Cumpleaños

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Un año más en su vida, pero este se sentía como el más especial: su cumpleaños más feliz. Miraba asombrada, con sus ojos bien abiertos, y sin saber que decir, aquel enorme pastel que era sólo para ella.

Daniel, un hombre de tez morena y ojos de tono madera, olvidó la vergüenza que sentía de llevar orejas de gato, que eran complementadas con enormes bigotes que cubrían sus mejillas; aquella era una indumentaria que portaban, con diferentes formas de sobrellevarlo, todos los presentes.

Sin muchos amigos, y adaptándose a un nuevo hogar, el primer cumpleaños de su hija auguraba ser un evento algo sombrío, con nada más que dos invitados. Así que una tarde, mientras Daniel tomaba una siesta, Everett jugaba con Berit.

— ¿Quieres algo especial para tu cumpleaños?—Preguntó Everett, ignorando algunos mechones rubios que cayeron en su frente. Atrapando una pelota roja que estaba lanzándole Berit.

— ¡Pastel de fresa!

—No eso; quiero decir; ¿algo especial para tu fiesta? ¿Ir al zoológico?—Río suavemente Everett, la niña parecía querer fresas o moras en todo lo que comiera.

— ¿No habrá pastel de fresa?—Las facciones infantiles se contrajeron en preocupación, dejando caer la pelota de sus pequeñas manos apenas se la lanzó su papá.

—No, no, no—negó rápidamente al ver a su hija fruncir sus labios en señal de que iba a llorar—, claro que habrá, con todas las fresas que tú quieras; lo que quiero decir, ¿no te gustaría...?—Pensó en alguna opción, pero idear juegos para la niña ya de por si era difícil—, ¿no te gustaría hacer una fiesta usando un disfraz?—Ofreció como la mejor idea que tuvo.

El cumpleaños de Berit, fue en un día frío de agosto. La niña columpiaba sus pies debajo de la mesa contenta, apreciando las sencillas decoraciones de la casa; al otro lado de la mesa, había un muñeco de felpa enorme, con un moño en su cabeza.

En realidad, no quisieron llenar a la niña de cosas, muchos de sus obsequios se los dieron días antes, que consistían en varios vestidos que la chiquilla eligió cuando fue de compras con sus padres. El enorme oso de felpa de color chocolate fue recibido por Berit con mucho entusiasmo, y estrujado por unas, muy emocionadas pequeñas manos.

Cuando le dijeron a la niña que soplara las velas de su pastel, le pidieron que al soplarlas pensara en un deseo; Berit no pensó mucho, porque en realidad todo lo que quería ya lo tenía, lo único que pidió, fue para su familia: deseó que todas las personas que quería, como sus amigos del orfanato, pudieran tener un pastel en sus próximos cumpleaños, y una familia.

Pero hasta en las mejores y más unidas familias, hay complicaciones; los problemas para sus padres, vinieron de la mano de quienes menos esperaba: sus abuelos. En el caso de su papá Everett, solo tenía a su abuela, una mujer rubia que adoraba darle galletas, aunque en un principio parecía preocupada porque su hijo decidiera que Berit se uniera a la familia.

—Hijo, piensa en lo que pasara la niña—pidió Evelyn, la madre de Everett.

Su madre solía visitarlo con frecuencia; aquel día, cuando Daniel se había ido a recoger a Berit de un curso de natación, ella estaba conversando con él, mientras esperaban que su esposo regresara con su hija.

—Cuando quisiste casarte, te apoye, siempre he querido que seas feliz; entiendo que también quieras una familia, un niño es...no estoy segura que sea...adecuado.

—Mamá—Posó una de sus manos sobre las de su madre, con marcas del paso del tiempo en la piel de estas—. Si he tenido los padres más maravillosos que he podido tener; no creo que pueda tener mejor ejemplo para darle a mi hija una infancia feliz.

La mujer sonrió conmovida, y con leve asentimiento, recordó que confiaba plenamente en las decisiones de su hijo.

—Tienes razón, lo sé; sé que esa niña tendrá unos padres excelentes— admitió—. Sólo estaba preocupada de lo que le pudieran decir...otra gente, porque sé que no todos lo entienden, que ustedes solo quieren ser una familia como muchas otras.

—Y no nos importa, no vivimos para darle gusto a los demás—agregó Everett con seguridad, entendiendo a su madre; que su hijo, se casara con otro hombre, fue una conmoción en su pueblo natal, un lugar bastante tradicional.

Evelyn apretó las manos de su hijo mayor con cariño. Su hermano no lo tomó tan bien como su madre; sin embargo al ver a la chiquilla tan feliz, no le quedó más que apoyar la decisión de su Everett. Por otra parte, en el caso de la familia de Daniel, una familia no sólo tradicional, sino marcadamente religiosa; la situación era bastante delicada.

Hijo de una familia grande, era uno de los dos más jóvenes entre sus hermanos. Llevaba un par de años sin saber de ellos, al menos desde que se casó con Everett; le dolía aun su desprecio, que lo dejaran solo por ser feliz; al final, sólo pudo desearles lo mejor, y continuar con su vida.

Hay que decir, que no toda su familia se deslindó de su existencia; su hermano menor, Damián, el más chico de la familia, era el único que no se alejó de él, que no le daba miedo llamarlo hermano al ser anormal—como lo nombró alguna vez su padre—; su madre quería verlo, sin embargo, siempre fue una mujer que ponía la imagen de su familia ante todo, aun así, lo visitaba a escondidas de su padre.

Unos días después del cumpleaños de la hija de la pareja, Damián, el hermano menor de Daniel, los visitó con algunos paquetes en brazos: regalos de él y su madre para la pequeña Berit.

—Tengo un mensaje importante de Mamá—anunció el joven, comiendo un poco del pastel que quedo de la pequeña fiesta de hace unos días—, quiere conocer a su nieta. Dan, por más que pienses otra cosa, todos te extrañan; Mamá no dejará que el orgullo de Papá la siga atando.

Unas semanas después, Berit conoció a otra abuela, y a las hermanas mayores de su Papá Daniel. Eso la llenaba de emoción, como si con cada pequeño momento que pasase, se le concediera una familia más grande.

Porque por más dolorosas experiencias que tuvieran, su familia estaba ahi siempre para levantarla, y siempre dispuesta a llevarla en sus hombros cuando se sintiera caer.

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