Amor se escribe con Z.

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Si estiraba las manos y las ponía frente a sí, no podría verlas, la oscuridad era tal. Caminaba consciente de sí mismo pero no de su alrededor, sabía que tenía que ir a un lugar en especifico, tenía que hacer algo muy importante. Se sentía pesado, cansado y adolorido, además sus dedos tocaban claramente la frialdad del acero, esa sin duda era Bloody Rose.

¿A dónde iba? No lo sabía, pero seguía andando a paso seguro, temiendo, sin embargo, caer en un precipicio. ¿Qué tenía que hacer? Tampoco lo sabía, pero fuera lo que fuera tenía que hacerlo.

De pronto, en medio de la oscuridad algo comenzó a escucharse, se detuvo. El sonido parecía una especie de gritillo que poco a poco fue tomando claridad, era un llanto desesperado, como si ese alguien a lo lejos estuviese solo en algún lugar; el llanto aumentó su volumen, y se dio cuenta que, no era cualquier llanto, era el llanto de un bebe.

De pronto, lo tenía claro, tenía que ir hacia donde surgía el llanto, tenía que ir, pero parecía venir de todos lados, haciendo un pequeño círculo. Sin estar seguro de a dónde dirigirse, comenzó a sudar frío, el llanto cada vez más desesperado, lo desesperaba a él, debía ir, debí a ir, debía ir...

Y mientras lo pensaba, el llanto cesó y en medio de la oscuridad se dibujó un camino color rojo. Decidió tomarlo, pero al pisar, un sonido parecido al agua lo hizo mirar hacia abajo. Era sangre.

El olor metálico se esparcía por el lugar, era crudo y frío, sintió ganas de vomitar, pero siguió andando. A lo lejos, distinguió una masa blanca, se detuvo y le observó; al principio no se movía, pero después la masa blanca cobro forma y se movió, era un ser humano, la columna vertebral se marcaba en la espalda y se estremecía como atacado por algún espasmo.

Ese ser humano blanco parecía darse cuenta de que alguien lo miraba, lentamente, muy lentamente se dio la vuelta. Y él aguantó la respiración.

Ojos inyectados de sangre,  boca reseca, sin color alguno, excepto por el de sus brillantes pupilas amatista.

Nii san— murmuró—, sálvame...

+++

Zero despertó sobresaltado, bañado en sudor, era como la décima vez que soñaba eso. Una pesadilla.

—Zero, ¿estás bien?

El peliplateado miró a su costado, Kaname lo miraba adormilado, lo había despertado, ¿acaso había gritado o algo así?

—Sí—dijo con un hilo de voz y sin más, se abrazo a su amante, quien acaricio su cabello húmedo de sudor.

—¿Qué sucede?

—Mi hermano—dijo—. Algo le pasa.

Kaname frunció el ceño, no iba a preguntar más, debía, tan sólo, abrazarlo hasta que volviera a quedarse dormido y la pesadilla se marchara...

+++

Había que decir algo, pensó Takuma.

Un nuevo año en la universidad había comenzado, las chicas se arremolinaban en pequeños grupos murmurando. El año pasado algo había conmocionado al estudiantado, varios jóvenes guapos, muy, muy guapos entraron, entre ellos uno que les robaba los suspiros.

No podían creer su suerte, y menos aun ese año, que un chico de nuevo ingreso competía fuertemente con su sempai. Eran sin duda los hombres más guapos y sexys del todo el campus. Y el espectáculo no terminaba ahí, porque justo ahora, dirigen sus miradas a una banca donde los dos, curiosamente, están sentados, uno al lado del otro.

Y hay que decir, también, lo diferentes que son: el uno permanece sentado correctamente en la banca, leyendo un libro y, seguramente, si tomáramos una regla, nos daríamos cuenta que el libro está justo a la distancia recomendada para leer. Su espalda recta, aunado a su ropa perfectamente planchada, le daban un misticismo elegante, que combinaba con su cabello largo pero perfectamente arreglado, castaño como sus ojos, que a veces según la incidencia del sol tenían un reflejo rojizo.

SacrificiosWhere stories live. Discover now