Pasaron algunos días desde ese incidente, fui a mis sesiones de terapia, me presenté en el trabajo, estudié para mis evaluaciones y asistí a clases, siguiendo mi jornada con normalidad. Curiosamente fue mi hermana quien le pidió a Victor ayuda para mantener a nuestro huésped, consiguiendo ropa, y algunos artículos de higiene, como desodorante y shampoo masculinos. Se sentía extraño vivir de a tres, pero nos arreglamos bien. Además, Peter acabó siendo una buena incorporación, ya que usó sus ahorros para comprar comida, se tomó el tiempo de limpiar el apartamento, y en más de una ocasión cocinó para todos, demostrando una sorprendente habilidad.

No molestaba, todo lo contrario, ayudaba. Sobretodo en este periodo, cuando tanto Jane y yo necesitábamos centrarnos en nuestros estudios para aprobar los parciales.

—¿Crees que a mamá le moleste si arrendamos un departamento de tres habitaciones y le cobramos a Peter por la tercera? —cuestionó mi hermana, durante el almuerzo.

Me sorprendió que la idea viniera de ella, pero a la vez, me animó.

—¿En serio harían eso? —preguntó el chico, sin dar crédito a lo que oía.

—Claro, nos llevamos bien, y tú no tienes dónde ir. Puedes trabajar para pagar tu cuota, y el próximo año estudiar simultáneamente. No seríamos las primeraa en arrendar una habitación a un universitario sin hogar.

—Me encanta la idea, además de a tres podemos abaratar los costos —agregué.

Podía jurar que vi las lágrimas asomarse en los ojos de Peter, pero las contuvo, y para disimular, levantó los platos y se puso a fregarlos.

Me puse de pie y le quité el lavalozas de las manos.

—Esta bien —aseguré.

Y entonces, se largó a llorar.

—No se imaginan lo feliz que soy de haberlas conocido —confesó, abrazándonos a ambas.

Así que, con la decisión tomada, fue Jane quien se encargó de convocar a mamá, mientras nosotros buscamos alternativas inmobiliarias.

Ese mismo fin de semana viajamos al campo en compañía de Victor, la presencia de mi cuñado era infaltable en todas las reuniones familiares, y por algún motivo, lo habíamos vuelto a incluir en esta ocasión.

De este modo, nuestra madre pudo conocer al nuevo inquilino, y pudimos explicar lo que era mejor decir en persona que por teléfono.

Había algo fascinante en todo lo que estaba sucediendo. No podía encontrar el adjetivo adecuado para describirlo. Por un lado la idea de que mi mamá rechazara a Peter me traía tan nerviosa que no pude permanecer tranquila durante todo el viaje. No obstante, a la vez, una agradable sensación llenaba mi pecho. Parecía absurdo mirar atrás y encontrar tantas sombras si mi presente se sentía tan lleno de luz.

Amaya Sagarra siempre había sido una mujer muy maternal, su sueño era tener una casa llena de niños jugando en la basta parcela que tenía a su nombre. Lamentablemente, mi padre hizo imposible que se volviera realidad.

Después de escuchar la historia de Peter y conocerlo bien, decidió que era buena idea acogerlo.

—Habrá alguien en casa para cuidar a mis niñas —comentó.

A la vez, el chico obsesionado con los animales, se comprometió a buscar un segundo trabajo que lo ayudara a solventar sus gastos. Y pasamos un buen rato caminando por las praderas, y recolectando zarzas para ayudar con el pequeño emprendimiento casero de mi madre. La ayudamos a hacer pasteles y mermeladas para que pudiera venderlos. Así que ella también aprovechó la visita para darnos una buena noticia; pronto firmaría contrato con un supermercado, lo que la ayudaría a distribuir sus productos a muchos más lugares y de paso, aumentaría sus ganancias.

—Voy a contratar ayuda para montar la empresa, Henry termina el próximo año su carrera y está interesado en impulsar una industria de pasteles desde aquí.

—¡No puede ser! No me ha dicho nada —exclamé.

—Es solo un proyecto —dijo mi mamá—, de seguro quiere hacerlo oficial cuando tengamos más seguridad, pero yo no pude aguantar la emoción.

—Cuando sea periodista haré un reportaje de sus pasteles, ya verá cómo le llueven los clientes —afirmó Peter, probando un bocado de tarta de nuez—. Esto está exquisito, es un delito mantenerlo alejado del mundo.

Continuamos charlando hasta que la noche cayó, y solo nos fuimos a dormir porque al día siguiente debíamos partir temprano rumbo a la ciudad.

De todos modos, esperé a que todos se fueran a dormir para abandonar mi habitación y tomar dos trozos de pastel de la cocina.

Salí de la casa y encontré la figura que buscaba sentado en el garaje, en compañía de Sonrisa, el perro de mamá.

—¿Cómo supiste que iba a invocarte? —pregunté.

—Tú lo dijiste. Cuando no estoy, me extrañas —contestó con simpleza.

Le di uno de los trozos y me senté a comer con él, mientras lo ponía al día de todo lo que había sucedido.

—¿Puedes creerlo? Jamás creí que vivir podía sentirse tan bien —comenté.

Definitivamente, tenía que hacer algo con esta bipolaridad ocasional.

Eros pasó su brazo por mi espalda, abrazándome por detrás. Apoyé mi cabeza en su hombro y observé las estrellas. Estaba tan emocionada que creí que no podría dormir, hasta que el sueño comenzó a vencerme.

—Tienes razón en que he sido un poco errático —dijo—. Ya no te presionaré, vamos a ir más lento, para que puedas sentirte más segura.

Comencé a cabecear, pero me resistí a dormir. De algún modo, temía que la magia de este día se desvaneciera si lo dejaba ir sin más.

Me paseé de la conciencia a la inconsciencia, y en uno de mis tantos lapsus, me encontré en mi cama, antes de caer dormida.

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Cupido por una vez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora