32-El apocalipsis IV

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Luego de observar cómo los tres eran elevados hacía el cielo del pueblo, Alan y Dalma se escondieron detrás de los restos retorcidos y quemados del auto, sentándose en la tierra llena de cenizas y grietas que estaba a su alrededor. El aire, a pesar de seguir siendo respirable, era muy pesado, al punto de asemejarse a una neblina oscura que les producía un ardor en la garganta. De todas direcciones llegaban fuertes ráfagas de viento, atrayendo los vapores fétidos y tóxicos del Lago Ouija y el monóxido de carbono producido por los árboles que ardían en el bosque Negro. Por encima, el cielo estaba repleto de nubes negras con vivos marrones y grises, las cuales apenas dejaban ver el tono naranja del firmamento. Aunque el tiempo era una de las cosas que ya no tenía sentido en el mundo, parecía como si estuviese anocheciendo.

—¿Qué hacemos?—dijo Dalma, tosiendo.

El chico sacó los amuletos que se encontraban debajo de su camisa y los sostuvo en su mano por unos instantes. Entonces, miró a la pelirroja, directamente a sus ojos verdes, y suspiró.

—Tengo una idea. Pero necesito tu ayuda.

—Estás loco—dijo Dalma, después de escuchar el plan de Alan.

—Es lo único que se me ocurre ahora.

—¿No tenías algo más peligroso, maestro?

—Sí, es muy peligroso. Y sí, nada asegura que funcione. Pero tengo que intentar algo. ¿Estás conmigo?

Dalma apretó los labios e hizo una mueca. No estaba ni un poco de acuerdo con ese plan, pero Alan tenía razón en un punto: tenían que intentar algo. Y eso le bastaba para aceptar cualquier consecuencia. Asintió rápidamente tres veces y le estiró su puño cerrado. Alan asintió y ambos chocaron los nudillos con fuerza. Volvió a esconder los amuletos debajo de su camisa y se puso de pie. Trepó los restos retorcidos del auto hasta pararse en el techo, levantando la cabeza al cielo, allí donde resplandecían los ojos azules de Gaspar entre los torbellinos y nubes negras. Cerró los ojos y extendió sus brazos hasta que ambos estuvieron paralelos al suelo. De su pecho surgió un destello blanco y lentamente sus pies dejaron la chapa negra del auto y comenzó a elevarse.

Detrás de Gaspar, la caja de Pandora se sacudía y vibraba. De ella surgía una tromba oscura, formada por nubes, troncos de árboles, techos y ladrillos de las casas, partes de autos, tierra, piedras y un sinfín de otros objetos que parecían desvanecerse al entrar en contacto con el artefacto apocalíptico. El demonio estaba concentrado en sus tres rehenes, los únicos capaces de interponerse entre él y su deseo de destruir el universo. Mientras pensaba en la forma más dolorosa de terminar con sus vidas, notó un fuerte viento a su izquierda.

Gaspar se giró y vio a Alan flotando en el aire, a pocos metros frente a él. El chico movía los brazos y las piernas, como intentando hacer equilibrio en una cuerda suspendida invisible. Estaba claro que volar no era algo que se les daba muy bien a los humanos. Pero, lo primero que notó, fue el resplandor que surgía debajo de la camisa de Alan. Solo podía significar una cosa y eso explicaba cómo había sobrevivido a la caída en la grieta y volado hasta allí.

—Ah—dijo sonriendo—Llegaste justo a tiempo.

—¡DEJÁ A MI FAMILIA!—gritó Alan, apuntándole con el dedo índice.

—Sus destinos están sellados, al igual que el de su mundo. Podés morir por las buenas o por las malas. Es tu decisión.

Alan no respondió. Frunció el ceño y dio un grito. De su puño derecho surgió un rayo verde que viajo como una flecha directamente hacia Gaspar. El demonio esperó hasta el último minuto el impacto del rayo y, entonces, abrió un hueco en su cuerpo hecho de sombras oscuras, dejando pasar limpiamente al rayo verde, el cual cayó varios metros por detrás hasta golpear el suelo, dejando un enorme cráter humeante.

Lago OuijaWhere stories live. Discover now