Capítulo X, parte III

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La noticia de que tenía visita pilló a Emily completamente desprevenida. No hacía ni dos horas que Joseline y Sophie se habían marchado a Devon a ver a unos parientes y ya tenía quien supliera su compañía.

Suspiró, agotada y se empolvó rápidamente la nariz. En realidad no tenía ganas de visitas pero era demasiado cortés como para declinarlas, así que se resignó a pasar un rato con las gemelas Wells, más conocidas por su afición al cotilleo que por alguna de sus escasas virtudes.

Cuando bajó, encontró a ambas mujeres cuchicheando entre ellas y casi pudo ver la malicia en cada uno de sus gestos. Sabía por qué habían decidido visitarla y sus motivos no le gustaban en absoluto. No obstante, dibujó su mejor sonrisa y se dirigió rápidamente hacia ellas.

—Muy buenas tardes. —Saludó melosamente y se sentó frente a ellas. De inmediato, dos pares de ojos se clavaron en ella, con brusca intensidad—. Me alegro mucho de que hayáis decidido visitarme.

—Y nosotras nos alegramos de que nos recibieras, Emily. A estas alturas creímos que aún seguirías reposando. ¿Cómo estás, querida? —preguntó Phoenix, con una sonrisa que dejaba mucho que desear. Su falsedad era abrumadora, pero era precisamente lo que todos esperaban de ella así que ya no se molestaba en perfeccionar sus mentiras.

—Estoy mucho mejor, gracias por tu preocupación —contestó ella y cuidó de que su propia sonrisa no se alejara de los convencionalismos. Evidentemente, la idea de que todos cuchichearan a su costa no le agradaba, pero tenía que aprender a lidiar con ello—. ¿Y vosotras? ¿Qué tal florece la vida junto a vuestros prometidos?

Una sonrisa mucho más sincera se dibujó en los finos labios de Scarlet, que levantó sus ojos grises hacia la joven.

—Anthony es taaaan amable. Y todo un caballero, Emily, o al menos... delante de todo el mundo. —Una risita llena de picardía resonó en la habitación y encendió la curiosidad de sus oyentes como una llama en mitad de un barril de pólvora. El secreto que guardaba desde hacía unos días le quemaba en el pecho con fuerza, y ya no podía contener su necesidad de compartirlo con alguien, tal era su felicidad—. El otro día, cuando madre atendía a los invitados... ¡Me besó!

El asombro se dibujó con rapidez en el rostro de ambas mujeres. Un beso era mucho más significativo que una carta y, por supuesto, mucho más peligroso. El hecho de que Scarlet se enorgulleciera de ello decía mucho de su escasa cautela. Aunque, bien pensando, Emily tampoco era quien para censurarla. En esos momentos como una corriente que imparable, acaricia la orilla, Emily imaginó a Geoffrey inclinándose sobre ella... y besándola. Fue apenas un momento, un segundo dentro de una hora, pero el fuego que recorrió su cuerpo fue abrasador y tan intenso, que sus mejillas enrojecieron de puro placer y su corazón incluso olvidó la manera correcta de latir. Su fantasía era tan hermosa y tan irreal que no pudo evitar una sonrisa tonta.

—A mí... no me han besado nunca—contestó suavemente y volvió a sonreír, mientras sentía los dulces estremecimientos de la ilusión. Todavía no se había permitido confiar en él pero no podía negar que algo en él la provocaba los sentimientos más dulces que conocía.

—Bueno, querida, eso se solucionará en cuanto te comprometas con Mirckwood. Está claro que no te quita la vista de encima. —Phoenix sonrió mal intencionadamente y removió con cuidado su tacita de porcelana, llena hasta los topes de un té muy oscuro—. Deberías estar muy orgullosa de él.

La frialdad se hizo presente de manos del nombre de Mirckwood. Su mera mención, como una tormenta en mitad de un día cálido, apagó toda llama en Emily. La felicidad e incluso la ilusión que había sentido hacía unos momentos desaparecieron con brusquedad y fueron sustituidos por la angustia más cruel.

Recordando lo imposible (Saga Imposibles II) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora