¡Deseo...!

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ser cuidadoso con lo que pides.

La niebla cubría los alrededores. Era blanca, espesa y mojaba, pero arrastraba algo más: el olor a sangre y guerra. Las cañas de bambú se agitaban con frenesí y la tranquilidad del bosque se vio alterada por gruñidos.

Un ejército de bestias se abría paso con machetes. Ninguno de ellos mostraba dejaba al descubierto ni un solo centímetro de su cuerpo, debido a las armaduras rojas que les protegían. En realidad no eran ni más ni menos que demonios; algunos montados en caballos privados de piel, otros postrados sobre sus extremidades y los más altos y valerosos, doradas esperaban atrás, aguardando recibir órdenes de su señora.

Bajo las dos lunas del reino de Washi se enfrentaban dos ejércitos: el de las bestias, controlado por Ren, y el del Águila Imperial, los valerosos hombres del Emperador Gentaro. Estos iba armados con yaris, además de vestir orgullosos las armaduras negras de su señor, destacando sobre el pecho un águila dorada.

Gentaro se fue abriendo paso montado ensu purasangre. Sujetaba con presunción el mástil donde se ondeaba la bandera que representaba su Imperio. Su vestimenta estaba formada por un casco dorado en forma de cabeza de águila. En el peto relucía el mismo ave. Un fino bigote caía por debajo de su nariz en forma aguileña, sus ojos, negros y rasgados, escudriñaban las sombras, a la espera de su enemigo. Sin embargo, la joven diablesa se estaba haciendo de rogar. Entonces, entre las bestias, observó un mástil con una estrella roja...la bandera de los demonios.

Los engendros se dispersaron dando paso a Ren. Cabalgaba sobre un pura sangre blanco. Era una mujer joven, bella, portadora de una larga cabellera morena. Sus ojos oscuros perfilados por una línea negra, no mostraban sentimientos, y sus párpados, ensombrecidos por color purpúreo, resultaban alarmantes. Vestía un kimono azul que mostraba unos aparentes débiles brazos. La prenda caía unos centímetros por debajo de sus caderas y un cinturón blanco la ceñía a su cuerpo. Aunque lo más inusual eran los pequeños cuernos que rompían en su frente.

La joven bajó del caballo, el Emperador hizo lo mismo y ambos se encontraron. Inevitablemente el hombre sintió que enloquecía. El escote de la gastada vestimenta mostraba una pálida piel, donde resaltaban unos exuberantes pechos. Sintió que la garganta se le secaba e inevitablemente dio unos pasos más hacia ella, donde su fragancia a jazmín le devolvió a la realidad, observando en la katana que llevaba.

—¿Y esa katana?¿La has robado?

Ren dibujó una sonrisa.

—Hasta no hace mucho perteneció a Ueda Hideki—añadió en un susurro—. Se sintió muy sorprendido al sentir que su valiosa espada, de la que tan orgulloso estaba y la que tanto bien había hecho al mando de su señor, finalmente era vuelta en su contra. Atravesé su cuerpo con ella—susurró, alzándose unos centímetros, mordisqueándole el lóbulo de la oreja.

El Emperador hizo crujir sus dientes. Ueda Hideki había sido uno de sus más leales y serviciales samuráis. En realidad, era más que eso, un amigo, no otro más a su servicio. Mientras miraba a la mujer, se juró que se lo haría pagar.

—Tienes a tu control un ejército de hombres—habló Ren—. Aguardo ansiosa a tus lacayos. ¡Que demuestren qué son capaces de hacer con aquella que logró arrebatarle la katana a uno de los mejores samuráis de Washi!

El Emperador maldijo. Deseaba cerrar sus manos sobre la garganta de esa zorra embaucadora, pero sus cuernos le devolvieron serenidad. No debía precipitarse, tenía que ganar esa batalla.

—Mi pequeña Ren, dejemos los malos entendidos y las guerras. Es bien sabido que adoro tu presencia y nuestros encuentros. Estos no tienen que terminar, sé que ambos los disfrutábamos.

—No comparto la misma opinión y nunca más volverán a repetirse esos momentos.

La mirada de Ren se volvió más fría. Sus palabras eran ciertas, no hacía mucho que habían compartido algo más que amistad, pero se sintió cruelmente humillada al verse suplantada en su lecho por alguien de cuna noble. Ese día dejó atrás los buenos modales, su apariencia dulce y sus sentimientos. Recurrió a la brujería y las consecuencias las lucía con orgullo sobre su frente. El convertirse en diablesa le había hecho dejar atrás el dolor, la alegría...Ahora haría sufrir a aquel hombre arrebatándole lo que más apreciaba: su reinado.

—Si me entregas tu Imperio, tus hombres podrán volver con sus familias. No habrá guerra, ni derramamiento de sangre.

—¿Crees que voy a dejar mi Imperio en manos de una diablesa?—gritó, sintiéndose insultado—. Estás muy equivocada si piensas que voy a entregarte las tierras por las que tanto he luchado.

—Es mejor entregar tu reino a verlo destruido, desolado bajo mi mano, tus hombres muertos, y sus mujeres e hijas cruelmente violadas.

—Niña, te encuentras antes los guardias, samuráis y ninjas mejores preparados de todas las poblaciones que componen Washi. No dejaremos que la escoria que se encuentra bajo tu mando lo destruya todo.

—¡Que así sea! Recuerda que te ofrecí un trato mejor.

La joven vio al Emperador protegerse en la pagoda. Ella alzó su espada y las bestias gruñeron. Empezaba la batalla. Los ojos de la mujer se tiñeron de un brillante rojo y dos fieros colmillos asomaron en sus encías mientras se adentraba en el fulgor de la batalla.

Corrió entre cañas de bambú y de una estocada degolló a uno de los hombres. Giró sobre sí misma, se agachó e incrustó su afilada katana en el estómago de otro guardia. La giró provocando que la herida se agrandará y extrajo el arma con violencia. Saltó por encima del cuerpo y siguió corriendo asestando golpes a derecha e izquierda, hasta irse abriendo paso hasta la pagoda. Cuatro guerreros armados la esperaban. Iban protegidos por armaduras, portaban afilados aceros y le doblaban en fuerza y altura.

Ren extrajo de su cinturón una honda y la lanzó. El arma se enredó en la garganta de uno de ellos provocando su inconsciencia. Su inesperado ataque pilló de sorpresa a los tres hombres logrando atravesar el corazón de uno de ellos. Entonces se agachó, contemplando en la hoja de su arma todo cuanto ocurría, y esperó a que su enemigo se acercara por la espalda. No dudó en atravesar uno de sus costados. Al instante sintió la calidez de la sangre de su enemigo manchar sus ropajes y el último guerrero se vio incapaz de hacerle frente y huyó.

Ren contempló la lucha. Sus bestias mataban con violencia a los hombres del Emperador, algunos se alimentaban de sus cuerpos y otros se conformaban con despedazarlos.

La diablesa caminó entre los muertos hasta que el bambú se fue expandiendo y tuvo ante ella la visión de la pagoda. El resguardo del Emperador. Era octogonal, sus tejas estaban barnizadas en azul y la pintura de madera de los siguientes pisos era de un brillante rojo. El lugar estaría bien protegido, mas no le importaba. Pero entonces, los gritos y el tintineó de espadas, cesó.

La joven miró cuanto le rodeada deparando en que el tiempo se había detenido. Al mirar al suelo contempló la estrella roja de cinco púas que se formaba a sus pies.

—¡Maldita sea!— maldijo su suerte.

La invocaban y debía acudir a la llamada.

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⏰ Last updated: Jan 31, 2018 ⏰

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