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El martes fue un día movido para Luna, el no estar acostumbrada a ir de allá para acá, la canso bastante.

Estuvo toda la tarde con Lucia, le enseño toda la casa, y estuvieron un rato en la habitación de ella. A las cinco de la tarde, Luna le dijo que estaba cansada y que se iba a recostar a su habitación para descansar un rato.

Entró a la habitación, fue al baño se lavó la cara, las manos y se acostó. No tenía sueño, estaba cansada y le dolía un poco el cuerpo. Necesitaba descansar y pensar. Faltaban veinte días para que el tratamiento terminara, por lo que tenía que empezar a buscar un pequeño departamento, pero primero un trabajo para poder mantenerse.

Su mente iba demasiado rápido, pero lo único en lo que pensaba últimamente, era en Alex. Él era su médico, fue su compañía muchas horas durante las semanas que permaneció en la clínica. No podía dejar de pensar en lo atractivo que era, sus músculos eran perfectos, solo lo había visto con el guardapolvo de la clínica, y una vez con una camisa blanca y unos jeans celestes. La camisa le marcaba cada uno de los músculos a la perfección, Alex era perfecto: bueno, inteligente, atractivo.

Pero... ¿se podía enamorar de su doctor? ¿Siendo el hijo de las personas que más la habían ayudado? Tenía que sacarse esa idea de la cabeza. Pero... ¿Cómo dejar de pensar en un hombre tan atractivo? A lo mejor podría aclarar las cosas con él cuando se fuera de la casa, para que no pensara mal. ¿Qué sentimientos, si ni ella misma los tenía en claro? Pensando en el desastre que era su vida, se durmió.

- Alex, ¿Cuándo llegaste?

- Acabo de llegar madre, ¿Todo bien por acá?

- Sí, todo perfecto.

- ¿Luna? ¿Dónde está ella?

- Está descansando, Lucia la tuvo de allá para acá, y Luna no está acostumbrada todavía. Pase hace como una hora y estaba dormida, no la quise despertar.

- Está bien, necesita descansar. Y dile a Lucia que no la canse. Son las ocho así que dentro de una hora tiene que tomar la pastilla. Es muy importante que siga el tratamiento al pie de la letra.

- Sí, lo hará hijo, quédate tranquilo. Luego me dejas anotado, las horas y que pastilla es en cada momento, así yo la voy persiguiendo. Aunque, créeme, la que más quiere recuperarse es ella. Cada día me asombra más la madures de ella. Solo tiene diecisiete años.

Alex se encogió de hombros y subió a su habitación. Al entrar se acostó en forma de cruz en su cama. Estaba exhausto, y hacia horas que hubiera regresado a su casa. Cuando Luna estaba allá, lo único que quería era pasar horas en la clínica, pero en la habitación de ella, hablando, observándola, apreciándola desde "lejos" porque ya se había dejado en claro que no podía meterse con ella. Era la protegida de sus padres, su paciente, y una mujer hermosa, dulce, inteligente.... ¡no!

- Deja de pensar en eso Alex – se dijo a sí mismo. – no te puedes enganchar con ella. Aparte esta Juana, ¿Dónde está en ella en tu mente? ¡Por Dios!

Alex, permaneció acostado hasta las ocho y media. Y aunque había estado esa media hora, diciéndose y repitiéndose que no podía hacer lo que estaba pensando no pudo resistirse. Fue directo a la habitación de Luna, toco la puerta y como nadie le respondió entro sigilosamente.

La vio y estaba dormida. Era un ángel, un verdadero ángel. Se sentó en la silla que estaba al lado de la cama y se quedó observándola. La había visto dormir muchas veces pero era muy diferente verla en una camilla de la clínica a verla en una habitación vestida con ropa verdadera y no la de la clínica. Tenía puesto un jean azul que le apretaba sólo un poco las piernas que parecían ser perfectas, y arriba un sweater rojo que le apreciaba cada curva. Aunque en esas semanas había perdido bastante peso, seguía teniendo las curvas de su cuerpo muy bien marcadas. En su rostro se marcaban unas pequeñas ojeras, por lo cual se dio cuenta últimamente no estaba durmiendo muy bien, todo lo que le estaba pasando la estaba atormentando. Su rostro daba paz. Sus ojos cerrados y sus largas pestañas, su nariz perfecta, su hermosa boca en forma de corazón y de color rosa, no tan fuerte pero, que contrastaba con lo blanco de su piel. El largo cabello rubio, que llegaba hasta la otra punta de la cama, lo tenía suelto, entonces sonrió, nunca la había visto con el pelo suelto. Seguramente le llegaba hasta la cintura o más.

No lo pudo evitar y con el índice le acarició la mejilla, apreciando la suavidad de su piel increíblemente perfecta, lisa y suave. Ya no había rastro de los hematomas en su cara, por lo que nada tapaba su belleza, aunque ni el hematoma era capaz de ocultar lo hermosa que era.

- ¿Quién podría hacerte daño? – susurró Alex - ¿Quién sería capaz de hacerle mal a alguien tan sensible y delicado como tú? ¿Qué era de tu vida antes, Luna? ¿Por qué me llamas tanto la atención? ¿Por qué tengo esa necesidad de protegerte? Me desespera la necesidad que tengo de ocultarte para que nadie te reconozca y te quiten de mi lado. Me da miedo que decidas alejarte, no quiero dejar de verte, aunque no tenga derecho a reclamarte. – Alex puso las manos en su cuello y bajó la cabeza.

Luna no quería hablar, quería que Alex siguiera diciendo todas esas palabras bonitas, se le había encogido el corazón, ¿sería el momento perfecto para decirle que ella también sentía algo por él? ¿Se animaría? Alex seguía hablando. En realidad, seguía susurrando palabras lindas.

- ¿Qué siento por vos Luna? ¿Qué me hiciste? Soy un completo tarado. ¿Qué sentís por mí?

- No sé, que es lo que siento, pero te aseguro que es algo lindo – dijo Luna con los ojos cerrados, Alex se sobresaltó. Entonces Luna abrió los ojos y siguió hablando. – A lo mejor sea agradecimiento, por todo lo que has hecho por mí. Pero creo que el agradecimiento no da ganas de besar a nadie. – En ese momento Luna se arrepintió de haber dicho eso y se puso roja como un tomate. Alex se rio por lo bajo. – No tengo la menor idea de lo que es el amor, pero a lo mejor esto lo sea. No lo recuerdo, en este momento de mi vida no estoy segura de nada, pero de que siento algo muy fuerte por vos, estoy segura. Es lo único que me da seguridad. No iba a decirte nada de todo esto, pero al escucharte decir eso, sentí que debía decírtelo. Yo también me estoy volviendo loca. Porque siento que es una traición a tus padres, que me ayudaron tanto, no puedo evitar pens... – Luna no pudo seguir hablando porque otros labios la callaron. Entonces se dio cuenta que Alex la estaba besando, no sabía qué hacer, no sabía cómo se besaba. Pero se dejó llevar por lo que pasaba en el momento. Alex la agarro de la cintura y Luna paso sus brazos por el cuello de él.

Era lo más lindo que le había pasado desde que la habían encontrado en esa plaza, toda golpeada. Después de unos minutos, se separaron agitados, sorprendidos. Entonces Alex dijo:

- Perdón, lo siento...

- No, no me pidas perdón, creo que ambos queríamos lo mismo ¿No?

- Supongo – rieron juntos y volvieron a besarse.

Entonces golpearon la puerta, y ellos se separaron rápidamente, Bárbara entro a la habitación y como era la costumbre de ella, dijo mil cosas en cuatro segundos. Pero, creían, que no se había dado cuenta de nada de lo que había pasado.

- ¡Hijo! ¿Qué haces aquí?

- Vine, a ver si no necesitaba nada, y a avisarle que ahora le toca tomar los medicamentos, son las nueve. – dijo él con la voz tranquila, como si nada hubiera pasado. ¿Cómo lo hacía? Pensó Luna. A ella no le salían las palabras.

- ¿Son las nueve? – fue lo único que le salió a Luna

- Sí, pero tranquila, te hace bien descansar. Poco a poco te vas a ir acostumbrando a tener una vida normal. Ah hijo, te buscan en la sala.

- Ahora bajo. Luna, toma la pastilla. Las dejo solas.

- Ve hijo, ve. – dijo Bárbara tomando su lugar en la silla que estaba al lado de la cama de Luna. - ¿Cómo estas hija?

- Bien... Muy bien – dijo ella, pesando en lo de Alex.

- ¿Quieres bajar a comer o te traigo la comida acá?

- Bajo. – respondió Luna rápidamente.

- Perfecto, vamos a comer dentro de una hora. Mauro está en una operación de emergencia, y lo queremos esperar. ¿Tienes mucha hambre?

- No, está bien. ¿Puedo bañarme?

- ¡Claro que puedes! Ahora te traigo algo de ropa y mañana iremos a comprar algunas cosas para que tengas, no tienes nada que ponerte.

- Está bien, pero cuando me vaya de acá, dejare toda la ropa.

- Ya veremos, ve a bañarte. Yo ahora te traigo unas cosas y te las dejo acá.


Mala MemoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora