Capítulo X, parte II

Start from the beginning
                                    

Sonrió brevemente y sus recuerdos se llenaron, otra vez, de Emily. Su olor, el hermoso color azul de sus ojos, la calidez de sus manos... y el cosquilleo de nerviosismo estúpido que le recorría cada vez que pensaba en ella. Como siempre que esto pasaba, se preguntó si su locura sería contagiosa y si ella disfrutaría con lo que tenía preparado. Iba a costarle sudor y sangre, pero estaba más que dispuesto a sacrificar todo lo que se requiriera.

Geoffrey asintió rápidamente para sí, satisfecho y se apresuró a bajar del vehículo. Su rodilla se quejó de inmediato y envió el doloroso recuerdo de que no podía correr, aunque él lo ignoró y continuó caminando rápidamente hasta la puerta. Como era costumbre en aquella casa, no abrió el mayordomo, sino la mismísima Rose, que sonrió ampliamente en cuanto le vio.

—¿Cómo tú por aquí? —preguntó, burlonamente y se apartó de la puerta para que él pasara.

—Necesitaba... hablar con vosotros —contestó él a su vez y se rascó la nuca, ligeramente avergonzado. Tras la fiesta de Emily les había ignorado en la medida de lo posible, incluso tras enterarse de la marcha de Dotty—. ¿Cómo estás, Rose? ¿Todo bien?

La joven se encogió de hombros a modo de respuesta y cerró la puerta tras él. Todo a su alrededor parecía igual, pero el ambiente era mucho más frío que en otras ocasiones. Incluso Rose parecía diferente, mucho menos vivaracha que de costumbre, como si su habitual chispa estuviera apagándose. Incómodo, lo achacó a su abandono así que decidió contener su entusiasmo para no parecer un maldito egoísta.

—No puedo quejarme. —contestó cansinamente y le hizo pasar a la sala donde normalmente servían el té—. Pero, ¿qué me dices de ti? Estábamos preocupados. —Continuó distraídamente y pasó por alto los posibles motivos de su visita. A fin de cuentas, a veces ella también necesitaba un respiro para continuar adelante.

Geoffrey se encogió de hombros con una breve sonrisa y se acercó a ella. Después, la abrazó tímida y cuidadosamente, con el mismo cariño que mantenía por ella desde el primer día y, más tarde, la besó en la frente, a modo de sincera y silenciosa disculpa.

—Siento no haber estado aquí cuando Dorothy se fue. Estaba... bueno, sumido en mis propios problemas.

—No podías saberlo y, de todos modos, no queríamos molestarte. Sabíamos que estabas pasando un momento muy duro —contestó ella, con un hilo de voz.

Desde que Dotty se había marchado su ánimo se había resentido, aunque ella no quisiera admitirlo. Le costaba ver el lado bueno de las cosas, aunque intentaba que no fuera así. A fin de cuentas, ella siempre se había caracterizado por su alegría. Pero ni siquiera así podía soportar un golpe tan duro como aquél. Respetaba su decisión, por supuesto, y la admiraba, pero... no podía negar que echaba de menos a la que siempre había sido su madre.

—Pero pude no ser tan egoísta —musitó contra ella y se estremeció cuando se dio cuenta de lo cruel que había sido—. ¿Dónde está Marcus?

—Le ha... surgido un compromiso, si entendí bien esta mañana. Me dijo que intentaría volver para la noche, así que si quieres, puedes hacerme compañía y esperarle. —Le invitó, esperanzada y se sentó en uno de los sillones de la salita.

—Será un placer cumplir tus deseos, Rose—contestó él a su vez y también se sentó, más que dispuesto a pasar la tarde junto a ella. Sabía que era una manera muy básica de resarcirse por lo que había ocurrido, pero no se le ocurría una mejor manera de hacerlo. Sonrió lánguidamente, suspiró y se tragó todo su orgullo en pos del bienestar de Rose.

Las horas pasaron con la facilidad que tiene el tiempo para sortear los obstáculos y pronto se vieron inmersos en la frialdad de una tarde de finales de invierno. En contra de lo que esperaban, su relación no se había deteriorado y pronto se dieron cuenta de que su amistad era mucho más sincera que en un principio. Hablaron de la marcha de Dotty y de lo difícil que le había resultado despedirse. También hablaron de las inquietudes que despertaba el embarazo en Rose, de los rumores que circulaban por todo Londres y del daño que estaban haciendo y, finalmente, de Emily. En aquel momento, justo cuando Rose empezaba a tantear el tema, la puerta de la salita se abrió y dejó ver a Marcus que, por su aspecto, estaba agotado.

Recordando lo imposible (Saga Imposibles II) COMPLETAWhere stories live. Discover now