Prólogo.

15.3K 1.1K 102
                                    


PRÓLOGO

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

PRÓLOGO. 

—  

Hace tres años.

—¡Te quiero!

Por un instante, juré haber sentido cómo el latido exaltado de mi corazón se desvanecía, disolviéndose en un sonido sordo, opacado por las palabras que manaron de los labios de mi mejor amigo, que todavía reverberaban en mi cabeza. Mi cerebro parecía atascado, intentando descifrarlas a pesar de que sabía lo que representaba aquella secuencia de sílabas, mas no quería admitirlo. Vacilante, tragué saliva y con cierta aprensión, alcancé a hilar:

—¿Q-qué? Finn, ¿a qué te refieres?

Presencié cómo apretaba sus temblorosos labios con indecisión. Su mirada se desvió al suelo, como si no pudiera enunciar aquellas palabras mientras hacíamos contacto visual.

—Te quiero, Syd —Tímidamente, sus ojos reptaron desde el suelo hasta mi cara. Sus mejillas estaban teñidas de rojo, y no podía decir si era por la vergüenza o el esfuerzo físico de presionar aquellos vocablos fuera de su boca—. Y no solo como una amiga. —continuó.

Me quedé en blanco. No quería, ni podía asimilar su confesión, por lo que me sumí en un mutismo, parpadeando varias veces, como si así pudiera despojarme del aturdimiento que, asumía, se palpaba en mi expresión, a juzgar por el desasosiego que empañaba la mirada de Finn. Separé mis labios, casi con la intención de declarar algo, mas aparentaba haber perdido la capacidad de hablar, pues solo expulsé una exhalación. Hace unas pocas horas, Finn, Jax y yo, pedaleábamos furiosamente en nuestras bicicletas, huyendo, entre carcajadas jubilosas, del rabioso perro del señor Wood. Ahora, desprendiéndome de cualquier noción de tiempo y lugar, aquella imagen se reducía a un recuerdo lejano, apenas haciendo eco en mi memoria, pues todo lo que parecía ofuscarme era el hecho de que uno de mis mejores amigos estaba enamorado de mí.

Finn, el niño de catorce años cuya habitación estaba infestada de merchandising de Transformers; Finn, el niño sensible que todavía lloraba con Toy Story 3; Finn, el niño que, aún con sus dientes ligeramente torcidos y todo, gozaba de una sonrisa contagiosa, radiante; Finn, con sus ojos que retrataban el océano.

Me sabía impotente, sin acertar con una reacción. Cada una de las palabras que había verbalizado las había enfundado, con ahínco, en la preciada esencia de los sentimientos que profesaba hacia mí. Me estaba ofreciendo su corazón, y en tanto acunaba esa metáfora en las palmas de mis manos, yo ponderaba sobre la mejor manera de no resquebrajarla mientras le transmitía una desalentadora respuesta.

—Finn —Me lamí los labios y parpadeé. Suspirando, no aparté los ojos de su expresión mientras emitía con una voz apocada—, yo... —Pero no fui capaz de proseguir. Las palabras expiraron en mi lengua cuando estaba a punto de exponerlas, quedándose en nada, cuando un dedo se adosó a mis labios sellados. El muchacho me contemplaba, con mirada lastimera, desde una distancia abrumadoramente corta.

—Sydney —pronunció; parecía estar en conflicto consigo mismo—, sé que, después de esto, lo que teníamos no volverá a ser lo mismo. Pero, necesitaba sacarlo. He intentado ignorarlo, lo he ignorado durante mucho tiempo, pero no puedo seguir. Y conociendo a Jax, él tampoco va a estar muy contento —murmuró, curvando los labios—. Pero no puedo evitarlo; no puedo evitar ponerme celoso cuando os veo juntos, pensar cosas que hacen que me odie a mí mismo por hacerlo. Syd, he llegado a querer golpearle, golpear a mi mejor amigo. —Conmocionada, fruncí las cejas, afligida, atisbé el remordimiento que flotaba en aquellas piscinas azules. Sus ojos aterrizaron en el suelo momentáneamente, meditando lo que iba a decir. Inflando el pecho, trasladó su mirada de vuelta a mí y dijo:—. Ya no puedo contenerlo más: te quiero, Syd.

Y, hasta que sus labios volvieron a presionarse juntos, supe que su discurso había marcado un punto de no retorno. Noté la frialdad de la pared bajo mis palmas, mi espalda pegada a ella. Un frío áspero que arreciaba en mi pecho, entumeciéndome. Vislumbré el pensamiento, tangible, en mi cabeza, anidando con hebras invisibles que se entrelazaban simbólicamente, tornándose más sólido, y asentándose, tan frío y duro como la pared contra la que estaba arrinconada.

Iba a perder a mi mejor amigo.

Y la idea dolía como recibir el impacto de un camión.  

De pronto, sentí un peso suave contra mis belfos. Emití algo parecido a un jadeo: los labios de Finn reposaban contra los míos. Escurrí mis manos a sus hombros, apretujándolos por instinto. Era una sensación foránea, su boca moldeada a la mía, el aleteo de su respiración sobre mi cara. Fue gentil, sin embargo, sabía que aquel era mi primer beso. Mas su gentileza, o la sorpresiva calidez de su boca arropando la mía, no eran aliciente para que participara. Mis ojos amplios e impactados yacían imantados a su semblante; sus abundantes pestañas rubias entretejidas, su frente arrugada, las pecas marrones espolvoreadas por su piel bronceada. Mis labios permanecieron inmóviles, tensos. Decidí no sembrar esperanzas de algo que no germinaría, por mucho que la tersura de sus belfos me incitara a ceder. Aplané las manos contra su pecho, con la voluntad de alejarlo.

Pero mi mirada se deslizó más allá de Finn, detectando una figura alta. La andrajosa gorra de béisbol azul me dijo de quién se trataba: mi otro mejor amigo, Jax.

Con los dedos rizados en sendos puños y la expresión inescrutable, sus ojos eran dos esmeraldas relampagueando con furia y dolor.

Aquel acontecimiento rememora mi primer beso; también la primera vez que rompí un corazón.

| EDITADO 9/12/18 |

Saving SydneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora