El libro

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El procesamiento de un funcionario de segundas líneas, de cara a las legislativas, puso nervioso a todo el gabinete en el que había varios aspirantes. Sacar del ojo de la tormenta a los Ministros del Poder Ejecutivo, colocándolos en el recinto legislativo para sumar avales en los dos años siguientes y quizás los dos de la próxima gestión, es una maniobra ya conocida para perpetuar políticas, negociar consensos y presionar con el quórum. Un revés electoral complicaría los planes del ejecutivo y la salida a la venta del libro elevó la presión en el seno del poder político.

"¡¿Estás loco?!" Fue el mensaje que llegó al móvil de Fran. Lo reenvió a Marina pidiéndole un informe inmediato en su correo electrónico sobre el tema. El teléfono empezó a sonar y le envió otro mensaje a Reynalda para que no le pasara llamadas en los próximos diez minutos. Entró a la oficina Celeste y se sentó en la silla frente al escritorio.

—Franco me acaba de llamar a los gritos por el libro —dijo ella sin disimular preocupación.

En realidad se trataba de inquietud, porque nunca sabía qué pasaba por la cabeza del Gobernador y eso le impedía actuar con libertad. Fran la sostenía políticamente y ella no había encontrado la forma de hacer las cosas sin consultarle. Franco y sus compañeros de gabinete le reclamaban autonomía, pero no la tenía. Dependía de Fran en todo, porque en realidad, estaba acordado que quien manejaría con Franco los hilos de la gestión, era Fran. Había varios motivos, y no todos eran cuestión de política. Franco confiaba en él, pero Fran necesitaba estar a un lado de la exposición para tomar las decisiones que Celeste comunicaba. Esto era evidente para todos. Celeste era sólo un nombre en un decreto y una cara en los medios, quizás una asesora de Fran en algunos temas, pero él no la consultaba demasiado porque sabía cosas que ella no, y además, las explicaciones, debía darlas él. Ella, en cambio, aun sabiéndose necesaria, no tomaría nunca decisiones a su propio riesgo. Que le costara el cargo era lo de menos, podía costarle el cargo a Fran, y eso a la única que le resultaría trágico era a ella, que quedaría expuesta en su lado más vulnerable dentro de una gestión de gobierno: el político. Cuando había que hablar en serio, las reuniones había que pedirlas con Fran. Porque además, a todos les quedaba claro que, de hablar con Celeste, ella debería consultarlo.

—Bancame —respondió él sin mirarla mientras, inquieto, se ponía de pie para empezar a caminar en círculos alrededor del escritorio, tecleando sin parar su celular.

Al recibir el informe de Marina, lo reenvió a Franco y siguió tratando de contestar los múltiples mensajes que entraron de todo el entorno de la secretaría privada del Gobernador.

—Va a ser difícil que lo entienda, Cele —dijo con duda, levantando las cejas en alto con los labios fruncidos—. No creo que me apoye en esto.

—¿Qué tiene de malo ese libro?

—¿¿¿Malo??? No... Es más complejo que eso.

—¡Pero Fran, es ficción!

—Franco no lo entiende así... Y los periodistas tampoco. No quiero imaginar lo que piensan en tribunales.

Fran, además sabía que no todo era ficción. Era una novela, pero la mezcla de casos reales que todos conocían, hacían dudar sobre la veracidad de aquello que a juicio literario, cerraba las lagunas de lo que no constaba en los expedientes. No importaba demasiado si era verdad o no, era posible y por ello, creíble. Los escritores tienen esa suerte de impunidad, casi como la de los periodistas al no estar obligados a revelar sus fuentes.

—¿Otro apriete...?

—Seguro..., pero no tengo claro de dónde viene. Son siniestros.

—¿A quiénes te referís?

Reina Blanca, Reina Negra. Las herederas de Jano.Where stories live. Discover now