Prólogo

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Cuando eres un ángel del señor hay ciertas reglas que debes seguir, cuando eres un ángel guerrero hay incluso muchas más reglas. Se supone que un ser divino es capaz de seguirlas al pie de la letra, pero incluso en el cielo existen los débiles, los desertores y los exiliados.

Alcander es un ángel guerrero, uno de los mejores servidores, liderar es su punto fuerte y una legión de ángeles está bajo su mando; él ama su trabajo, pero para él no todo en su interior es luz. Allí, dentro de su corazón, existen sombras, oscuridad, un odio acumulado a través de los años, una chispa de fuego ardiente y rojo que consume con deseos de acabarlo todo, destruir en vez de crear, matar en vez de dar vida, odiar en vez de amar.


"Cuando alguien tiene un exceso de poder suele usarlo en su contra"

—Hijo mío, tienes que entender—le dijo el señor de los cielos, hablaba tranquilo pero firme, haciendo notar el reproche en cada tinte de su tono.

—¡Debo acabar con ellos! —exclamó Alcander alzando la voz y mirando abajo, la tierra se extendía allí en su máximo esplendor— ¡miradlos! son criaturas abominables –aquel ángel bajó la voz y miró de vuelta con el ceño fruncido y los puños cerrados a su señor.

—Solo están perdidos —Aclaró Dios con aquel tono neutral y con toda la sabiduría en sus palabras— ayúdalos a volver a su camino —pidió a su hijo, esperando que él pudiera aclarar su mente y pensar con raciocinio.

—¿Ayudarlos? —preguntó el ángel con repugnancia haciéndose hacia atrás, la idea era horrenda y él ya no podía pensar en ella si quiera, su cuerpo estaba siendo jalado por aquella oscuridad en su interior, aquel espacio sin luz al que nadie había podido acceder nunca.


Esa misma noche Alcander bajó a la tierra dispuesto a cumplir su propósito. Sin siquiera pensar en ello, ocupo un cuerpo humano y en una larga noche de luna nueva, bajo su mano, miles de personas murieron en una sangrienta masacre que pasó tan rápido como un relámpago en el cielo.

Llegó la mañana.

Aquel ángel, satisfecho de haber empezado a destruir la plaga que para el resultaban los humanos, quiso volver al cielo, pero estaba atado a la tierra, sus inmensas alas blancas no emprendieron el vuelo, las plantas de sus pies se quedaron fijas en la tierra y volar se convirtió en la cosa más difícil del universo.

Una voz salió de entre las nubes junto con un rayo de luz proveniente del sol que se alzaba imponente —Te dije que los ayudaras –susurró aquella voz con decepción y se llenó todo el mundo con aquellas tristes palabras.

—¿Señor? —dijo él con el miedo surgiendo desde su interior.

No hubo respuesta.

Entonces se dio cuenta de lo que había hecho, él estaba ahí para erradicar el mal, no para causarlo. La ira abandonó su cuerpo para darle paso a la culpa y pronto el chico se vio completamente inundado en una nube que bloqueaba todos sus sentidos, culpa, culpa, culpa, todo eso había pasado por su causa, él lo había hecho ¿Cómo había llegado hasta eso? ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué? Los odiaba, o al menos eso creía, antes de que el peso de todas sus acciones callera de lleno sobre sus hombros, aplastándolo, comprimiéndolo, matándolo.

Su cuerpo comenzó a temblar, su respiración a cortarse, su mente estaba siendo lacerada por aquella voz interior que lo culpaba por la masacre.

—¡Oh mi señor, perdóname! —exclamó cayendo de rodillas, sus manos temblorosas se apoyaron en el suelo y él recargó la frente en el negro asfalto.

—Debes aprender la lección –dijo una voz detrás de él, con vergüenza se volteó para encontrarse con la figura del ángel de las puertas del cielo —nuestro señor me ha enviado —le dijo él mirándolo fijamente.


—¿Me quitará las alas? –Preguntó Alcander, desolado y lleno de miedo, se convertiría en un exiliado, lo que había hecho no merecía más que aquello— Está bien –murmuró al borde de las lágrimas, aceptando la reprimenda por aquello que había hecho.

Pero no quería ser un exiliado, no quería ser malvado, no más de lo que ya era.

—El señor teñirá tus alas de negro y estarás atado a una persona en la tierra, será tu deber ayudarla y entenderla, tienes que aprender a amarla y también al resto —el gran ángel extendió su brazo y con la punta de una lanza tocó las alas del chico, que se fueron tiñendo de negro— tu misión es salvarla de la muerte, ayudarla en sus problemas, protegerla del mal y no olvides que tienes que aprender de todo esto —las alas blancas del otro ángel brillaron y este desapareció volando con un brillo celestial.

Ángel Guardián || Disponible en dreameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora