La Rifa

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Luego de un día ajetreado, que incluía la aparición repentina de un ex amigo esquizofrénico, decidí calmar mis nervios fuera del departamento en un bar cercano.

Quería despejar mi mente de aquel intenso encuentro,  que trajo a colación un pasado culposo que me costó superar, luego de que fuera a parar a un manicomio por mi culpa. Aunque él quiso hablarme como parte de su etapa de recuperación y enlace con el mundo real, y no mencionó que quisiera asesinarme por arruinar su vida o insistiera en su idea de casarnos en Las Vegas, quedé perplejo y necesitaba un trago fuera de allí.

Iba tan pensativo al salir del departamento, que no escuché a un vecino que gritaba ¡Cuidado! y sólo alcancé a saltar a un lado. Cuando miré hacia arriba, vi como se aproximaba a mi cabeza una gran caja que caía del cielo.

El receptor del paquete me ayudó a pararme y pidió disculpas. Me levanté enojado y miré hacia arriba para reclamarle al vecino, pero él sólo se dignó a decir -¡Tenga cuidado hombre, casi lo mato!- y cerró la ventana de un golpe. Quedé perplejo con aquella reacción tan extraña, y continué furioso mi camino hacia el bar.

Desde ese encuentro no pude dejar de pensar en este tipo, al cual ya había sorprendido en la madrugada lanzando una caja a alguien que esperaba abajo. Le pregunté al conserje a ver si sabía algo, pero me respondió un poco ofendido, diciendo que él no se metía en la vida de nadie. Me miró con bastante recelo, imagino que es porque cree que soy drogadicto, desde aquella vez que me encontró desmayado en la entrada de mi departamento.

Un día me topé al vecino en la escalera. Venía sin sus cajas. Noté que llevaba una lista en sus manos, en la que iba tachando nombres con un lápiz rojo. Al parecer no disimulé mucho al observarlo y me quedó mirando fijamente muy serio, dobló el papel y lo guardó en su bolsillo. Balbucee un perdón, pero él me había dejado atrás, ya que comenzó a dar trancos más largos para bajar rápidamente.

Comenzó a perturbarme el famoso señor de las cajas, así es que decidí enfrentar el tema e ir directamente a verlo, aunque no tenía idea cuál era su departamento, así es que bajé tocando todas las puertas, hasta que su rostro sorprendido de verme se apareció en el 31.

Fui con la excusa de que estaba vendiendo una rifa a todos los vecinos (los anteriores ya habían comprado números) para ayudar a recaudar fondos a mis alumnos de la Universidad, que harían un paseo de fin de año. Él me quedó mirando con los ojos entrecerrados y preguntó por el timbre oficial de la Institución, el cual claramente no tenía, ya que la había hecho hace una hora en mi computador. Le expliqué que era algo informal del curso, que lo hacía para ayudarlos. Por fin vi un gesto amable de su parte y me invitó a pasar. Lo primero que me llamó la atención fue una tabla de surf colgada en uno de los muros. -¿Hace surf?- pregunté y me respondió con un seco NO sin mayores explicaciones, ni anécdotas al respecto.

Me sirvió un café y tomó la rifa. Apuntó su nombre en el número 13. Me miró y dijo que a veces sentía que tenía mala suerte, pero que eso había sido una bendición en su vida. No entendí mucho, pero aproveché de ver su nombre escrito en el papel, era Igor.

Después de eso sólo hubo un silencio incómodo, y me apresuré a tragar el café caliente para irme luego. Me levanté del asiento y le di las gracias, pero tuve el impulso de saciar mi curiosidad y pregunté de golpe: -¿Qué hay en las cajas? - Igor me quedó mirando desafiante, cruzó los brazos y respondió - Te lo diré cuando estés preparado-dijo con un tono que me atemorizó. Me fui rápidamente, apenas despidiéndome y llegué a mi departamento muy asustado. Cerré con doble llave y me quedé pensativo en el sillón junto a Nerón. 

El vecino del 51 ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora