―Vale, vale, entiendo ―le dije―, pero espera, no te vayas lejos ―advertí, mientras tenía en mis manos el iPod y lo toqueteaba pretendiendo hacer que sabía cómo funcionaba. Yo usaba iPhone, así que no tenía que ser muy diferente―. A ver, ¿cómo busco una canción? ―pregunté como esas veces que pregunto a Julien y él se desespera.

Al pobre chaval le tocó hacer de tripas corazón y explicarme, aunque en mi defensa tengo que decir que terminamos riéndonos mucho de mi ineptitud y de su pronunciación estúpida, así que podía decir que la experiencia nos unió un poquito. Se llamaba Daniel, pero lo pronunciaba como Danielle.

Después de esos largos minutos de clase tecnológica, conseguí hacer lo que me había propuesto: poner Start de The Jam. Di unas cuantas palmadas para pedir la atención de todos los presentes y moviendo los brazos en círculos les hice comprender que quería que se acercaran un poco a mí. Me miraban con caretos que reflejaban confusión, curiosidad y algo que me cuesta definir. Yo sonreí agradecida. No habíamos empezado el día con buen pie, pero nos quedaba mucho por hacer. Les solté una perorata típica de por qué no hay que trabajar con estrés. Un poco reciclada de una charla TED que me cautivó en un video viral de internet, mezclado con un montón de situaciones personales que había vivido en esto de la Moda durante los últimos veinticinco años. Cuando contaba ese tipo de anécdotas todas las caras más jóvenes del equipo me miraban con un halo de emoción; las más experimentadas se reían haciéndome intuir que se habían visto en alguna de esas situaciones alguna vez. Todo eso me hizo sentirme cómoda con mi cuadrilla y deduje que podríamos hacer grandes cosas siempre que consiguiera ser una líder como la que estaba siendo en ese momento. Les hice prometer que si volvía June haríamos un poco de teatrillo para que se mantuviera con su relativa calma histérica en paz; mientras que, en realidad, nosotros estaríamos muy tranquilos por todo. Les propuse que si alguien tenía un ataquillo de ansiedad, bailara. Sí, que bailaran un poco. Era como patinar pero sin patines, yo llevaba años haciéndolo. Y aprovechando el iPod y los Jam que sonaban debajo de mis palabras en una lista de reproducción, obligué a todos a bailar mientras sonaba Town called Malice, una de mis favoritas de todos los tiempos. Después de sus primeros pasos forzados y sus caras de: "esta notas está colgada", Heather se animó más que ninguno y pareció darles la confianza a todos. Le sonreí agradecida y luego aplaudí a todos y cada uno de ellos antes de gritar: «¡Y ahora...a trabajar!».

Fue a eso del mediodía, rato antes del almuerzo, que entró un mensajero al taller. Llevaba el casco de la moto colgado de un codo y en la otra mano sujetaba un ramo de flores. Como los ánimos estaban calmados, llegué a pensar que alguna de las chicas recibía un regalo de aniversario o algo por el estilo y me resultó romántico. Entonces entró June detrás del chico diciendo: «sí, debe de estar aquí». Y el chico hizo un repaso, como si fuese a reconocer a alguno de los presentes, pero con una voz muy endeble y poco segura pronunció mi nombre en una pregunta. Yo le miré confundida. Y entonces el chico dijo mi nombre otra vez y mi apellido de soltera, también en pregunta.

Dejé la tela que tenía entre las manos y pinché el alfiler que sostenía en un alfiletero. Me levanté de la banqueta y me acerqué a él vacilante. Sonrió al verme y me entregó el ramo de flores.

―Hola, Aura ―dijo―. Son para usted. ¡Qué tenga un buen día!

Lo agarré con las dos manos, perpleja, le sonreí igualmente y después de agradecerle, le deseé lo mismo. Noté como todas las miradas del taller, incluida la de June, estaban puestas en mí y en el ramo de variado en tonos escarlatas, blancos y ese verde apagado del helecho. La verdad es que era bonito y olía muy bien. Tenía una tarjeta. Sentía curiosidad, pero como intuía que todo el mundo la sentía, hice como que no por un momento y volví a mi sitio ordenando a todos que se pusieran a sus cosas. Pero Heather me miraba. Sonrió. A decir verdad, no tenía ni la más remota idea de a qué venía aquello así que como podía descartar que fuera de mi madre, de mi hermana o de mi hijo, pensé que quizá eran los de la empresa para hacerme sentir bien o algo. June se acercó hasta mí.

―Justo venía a comentarte que por hoy me marcho. Nos vemos mañana.

―¡Ah! De acuerdo, June, gracias ―le dije. Ella no sabía que oírle decir eso para mí era un alivio.

―Y me encontré al chico en recepción preguntando por ti, ¿sabes? Y bueno, ya sabes, le dije que yo te las daba, pero se supone que tienen que hacerse responsables de la entrega. Pensé que te molestaría, porque estabas concentrada, pero ya sabes, insisten.

―Ya, ya... bueno, no pasa nada. Gracias. Nos vemos mañana.

Pero no se iba. Me miraba sonriendo. Yo le devolví la sonrisa. Alzó las cejas. Yo volví a sonreírle. No, que no se iba. Sonrió de nuevo.

―Bueno, ¿y de quién son? ―preguntó al final. Me dieron ganas de poner los ojos en blanco, pero me contuve.

―Pues no sé...

No dijo «traen una tarjeta», pero lo leí en su mirada. Sea como fuere, era muy entrometida. Pero ya, llegados a ese punto, decirle que se fuera era muy irrespetuoso. Saqué la tarjeta del sobre.

«And after all I'm a wonder-dolt.

¿Cenamos hoy?

N.G».

Puede que me recorriera una anaconda momentánea por el cuerpo, aunque agradable. Digamos que, en lugar de deshacerse nudos en mi estómago noté cómo se me hicieron tres o cuatro. De nervios. Se me escapó una carcajada. Luego vi a June mirándome con expectación y negué con la cabeza, recuperando la compostura. ¿Era posible? ¿De verdad era posible que el imbécil ―sí, él mismo se autodenominaba "imbécil maravilloso"― me hubiera mandado un ramo de flores para pedir disculpas? Que fuera él explicaba que usara mi apellido inglés. Posiblemente tenía las mejillas incendiadas. Sentí varias cosas. Primero ira, porque recordé el momento en la cafetería, luego emoción, luego sentí como que cumplía quince años y me invitaban al baile de graduación de una peli americana y luego que en realidad tenía cincuenta y dos y que no podía ser tan idiota.

―Nada, un viejo amigo deseándome suerte ―le dije a June. Me sonrió satisfecha.

―¡Qué bien! ―exclamó alzando los brazos de manera teatral―. Bueno, querida, queridos, os dejo por hoy. Dadle duro, trabajad mucho, sois los mejores, los más creativos, sois fantásticos, confío en todos, os adoro, valéis mucho...

Y así estuvo hasta que se fue por la puerta. Madre mía. Creo que una de las chicas realmente dijo en alto «¡Madre mía!», lo cual me gustó. Se respiraba otra cosa cuando June se marchaba. Miré las flores, aún un poco descolocada emocionalmente, pensando en sus colores, en el gusto del colorido, hasta que se acercó Heather. Me miró con la misma sonrisilla de un rato antes.

―¿Tienes tiempo para comer? Mucho tiempo... ―le advertí.

―Todo el tiempo que me des, eres la jefa.

―Bien, porque lo que tengo que contarte es largo, nos llevará mucho rato.

Ella me miraba sin quitar una mueca divertida y se encogió de hombros, probablemente preguntándose qué sería tan misterioso.

Por un rato, mientras volvía a las telas y los alfileres del patrón, fantaseé con ir a la peluquería, comprarme un vestido bonito, hacerme una mani-pedi, aparecer por el restaurante como una vedette de revista llena de plumas y brilli-brilli... Luego pensé que era muy arrogante dando por hecho que le diría que sí. Luego pensé que de hecho sólo lo había preguntado. Luego... caí en la cuenta de que no le había contestado... ¡ni tenía cómo hacerlo!

Vale, era un imbécil. Maravilloso no lo sé, pero imbécil era un rato.

¿Cómo y dónde se suponía que le tenía que contestar a su pregunta?


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¡¡¡Feliz año nuevo a día 15 de enero!!!
Gracias por leerme, amics, ¿cómo estáis? ¿Cómo lo lleváis? Yo aprovechando un chute de inspiración después de unas fiestas un poco apagadas creativamente. 

Bueno... ¿qué os está pareciendo Noel ahora? Creo que ya se empieza a ver a la Aura de siempre... 

¡Muchas gracias por seguir con nosotras! Besituuusss


¿Qué sabes de Noel Gallagher ahora?Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu