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Abrí los ojos lentamente y mi visión borrosa se fue acostumbrando al matiz de luz de la lujosa habitación.

Mis manos sintieron la textura de la cama con las yemas y me apoyé para poder ponerme de pies, pero la cabeza me daba vueltas y solo atiné a por lo menos mantenerme sentada.

Fruncí el ceño y traté de recordar lo que había pasado y pronto lo entendí. No tenía memoria, no tenía recuerdos, no sabía quién era.

Tan rápido como mil preguntas empezaron a rondar por mi cabeza, entraron a la habitación un hombre de cabellos oscuros muy bien vestido acompañado de una mujer que lucía un vestido negro.

Mi crisis de identidad no hizo más que empeorar mi situación, estaba en un lugar desconocido con personas que por instinto estaba segura de no conocer y sabía que debía ser cuidadosa, sin embargo, mi humor era el de los peores. Estaba muy tensa, algo asustada y con una furia incontenible por no poder recordar nada.

Trataron de calmarme, pero nada servía, hasta que ellos se presentaron formalmente como Hades y Pandora, sin importar si escuchaba o no, me trataron de explicar cómo había llegado allí así como cuál era mi identidad.

Según ellos, me encontraron inconsciente en la superficie cando Pandora salió en una misión diplomática y me encontró. Decían no tener idea de quién era, pero que cuidarían bien de mí.

Decidieron ponerme un nombre: Perséfone. 

Pandora me asignó a una doncella llamada Esmeralda la cual era muy seria, hecho que me agradaba, sin tener una idea del por qué. Tal vez sea porque todo el mundo me sonríe tratando de hacerme sentir cómoda, sin saber que eso lo que más me pone incómoda, sobretodo Hades, su sonrisa me hacía sentir muy incómoda.

Él venía a verme siempre y se preocupaba por mí, lo podía ver en sus ojos, pero sentía que no me daba mi espacio.

Con el pasar de los días, tenía sueños borrosos en los que veía a una mujer vestida de blanco que me sonreía, o al menos, a la versión más pequeña de mí. Yo era una niña y aquella mujer me tomaba la mano mientras caminábamos por una pradera muy verde.

No le vi el rostro pero sabía que no era mi madre.

Habían varias chicas vestidas de blanco, todas eran muy bellas y todas me sonreían. Algunas tocaban música y otras solo recogían flores.

La mujer que me tomaba la mano ya no lo hacía, pero seguía a mi lado, señalándome algo que no lograba comprender.

Vi una fogata y risas a su alrededor, varios rostros los cuales desconocía, varios ojos curiosos y varias sonrisas dulces.

Escuché una hermosa melodía que provenía de ella, que a mi parecer era capaz de encantar.

Yo la abracé con cariño y dije unas palabras que me marcaron: "Te quiero, Leyla"

Me despertaba y mi corazón latía mientras varias lágrimas recorrían mis mejillas.

Jamás olvidé ese nombre y me propuse algún día averiguar quién era Leyla.

Esmeralda decía que debía ser mi nana, pero lo decía con tal seguridad, que dudaba si ella realmente desconocía mi identidad. No se lo pregunté, pues como siempre, ella ignoraría mi pregunta.

Aiacos, su hermano era completamente distinto a Esmeralda. Podía conversar con él y sentirme a gusto mientras me hacía reír, a veces se sumaba su hermana y nos divertíamos. No recuerdo cómo es que de desconfiar en todos, llegué a tenerles tanta confianza al par de hermanos.

Saint Seiya: Love Come [Milo de Escorpio X Perséfone]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora