La magia de Santa Claus

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Para mis hijos, feliz Navidad :)

—Esto no está bien, —masculló Steve al entrar al taller de Santa. Los duendes caminaban con caras largas, pasivos, sin prisa alguna en el mundo. El caos usual de las navidades anteriores estaba en el pasado. Desde hace tres años, cada diciembre disminuían las cartas y los pedidos que cumplir. Steve había parado para ofrecerle su súper nave S-1 a Arthur, pero por como veía las cosas, estaba claro que no iba a ser necesaria. Juntó las cejas mientras se abría paso entre los duendes aletargados. Todos, menos uno. Bryony, seguía implacable como siempre, dando órdenes a todos aquellos que tenían la responsabilidad de envolver un regalo, porque según ella, era la primera impresión que tenían los niños, y las primeras impresiones nunca se olvidan.

—Ese moño no está derecho, —recrminó Bryony a Tom, uno de los duendes a su cargo. El muchacho apretó los labios y retiró el moño, que al parecer de Steve no estaba mal, para volver a hacer uno de nuevo.

— Asegúrate que quede perfecto, Tom. —Bryony suspiró—, es el colmo que tengamos tan pocos moños que hacer y no les queden bien.

—Calma, Bryony, recuerda respirar hondo y medir tus palabras. —Arthur, el hemano menor de Steve, se acercó. Tenía el cabello desaliñado como de costumbre, y usaba con orgullo el último suéter que su madre le había tejido. Este año era rojo con un árbol medio chueco, iluminado con foquitos de colores que prendían y apagaban sin parar—. Y no quiero recordarte que tenemos pocos duendes con nosotros éste año, amiga mía. Debemos cuidarlos y alentarlos lo más que se pueda.

Steve se acercó a su hermano y lo saludó con un par de palmadas en la espalda.

—Hermano, —Arthur le sonrió inmediatamente—, ¿cómo estás? ¿qué te trae por aquí?

—He llegado hace un par de horas, pero antes de que el abuelo me saque uno de sus juegos de mesa, decidí pasar a saludarte y ofrecerte la S-1 como medio de transporte, siempre lo hacía.

Arthur asintió con la cabeza. Cada año, desde que él había tomado el puesto de Santa Claus, su hermano le ofrecía la nave que había creado para optimizar la entrega de regalos, pero Arthur, siendo Arthur, prefería usar el antiguo trineo que alguna vez perteneció al abuelo. Cuando tomó el mando como Santa, fue lo primero que mandó arreglar.

—¿Qué es lo que está pasando, Arthur? —preguntó Steve sin rodeos, tan firme y directo como siempre.

Su hermano menor bajó la cabeza.

—No lo sé. Sólo sé que cada año, más gente deja de creer en nosotros, —miró de reojo hacia donde estaban algunos duendes agrupados, y se acercó a su hermano—, y cada vez que alguien deja de creer, desaparece un duende más.

—¡Dios santo! ¡Debemos hacer algo!

Arthur asintió.

—Lo sé. Pero no sé por dónde empezar.

Steve posó una mano en la espalda de su hermano.

—No te preocupes Arthur, para tu suerte, he llegado yo. Soy experto en cuestiones militares, como bien lo sabes. Hoy mismo lo resolvemos.

De repente, el grito desesperado de Tom los alertó.

—¡Oh no! ¡Oh no! ¡Bryony no está! ¡Bryony ha desaparecido!

El corazón de Arthur se estrujó. Su amiga, su mejor y única amiga, no podía desaparecer.

Los duendes que estaban empacando regalos comenzaron a correr dando de vueltas, sin saber qué hacer, jalando listones y enredándose en ellos; un par de ellos se cayeron, rompiendo el hermoso papel dorado que habían creado para estas fechas, y fue lo que hizo volver en sí a Arthur.

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