Un corazón roto.

La primera en levantarse fue Claudeen, le dio beso de buenas noches a su madre y se dispuso a subir las escaleras. A medio camino se detuvo.

—Mamá —la llamó—. Papá se va a quedar con Molly.

—Eso lo decidiré yo —dijo, amarrando la cinta de su bata. Claudeen negó con la cabeza.

—¿La dejarás en casa de la tía hasta tarde? —por la expresión de su madre dedujo que ese era el plan—. Molly estará mejor con papá que aquí... seamos realistas. Soy yo la que me encargo de ella y tú siempre estás trabajando.

—¡Claudeen, no digas eso! Yo igual me preocupo por ella.

—Ya sé, pero eso no quita el hecho de que nunca estés —la mandíbula de su madre se tensó—. Haces lo mejor por nosotras, lo agradezco. También está papá y, aunque me cueste aceptarlo, es la mejor opción que tenemos. Frank regresa borracho seis de cada siete noches, drogado igual. Warner —su padrastro—. Está medio zafado, seguramente si tuviera la oportunidad nos vendería para pagar las deudas.

—Hija...

—Mamá, no, tampoco me gusta la idea de dejar a Molly con papá. ¿Cómo sé que no sufrirá un accidente y él no estará para ella? No sé, pero vale la pena arriesgarse si Molly está lejos por un rato —miró a su alrededor. La casa parecía estar viniéndose abajo. Le hacía falta una manita de gato urgente—. Dijiste que todos merecen el perdón.

—¿Y perdonas a tu padre?

—Lo veré cuando recoja a Molly al regresar.

—Soy yo la que decide a dónde va tu hermana —repuso con severidad.

—Y la ley puede pasarle ese derecho a mi padre si presenta una denuncia que diga que no dejas que pase tiempo de calidad con su hija —el pecho de la mujer se hinchó, molesta. ¿A qué madre le agradaría ser tratada así? No creía reconocer a su hija. Jamás se le había opuesto, aceptaba las cosas sin poner trabas—. James sigue siendo el padre de mi hermana.

Durante cinco días, Claudeen hizo hasta lo imposible para alejarse de todo aquello que le pudiera recordar a Henry. Y con un poco de esfuerzo, consiguió lograrlo. Ese día la mañana ingresó a la escuela, normal. Todos pasaban de largo, no la volteaban a ver. Eso fue más que suficiente para saber que nadie del consejo, o Caroline, había abierto su boca. Un chisme así se convertiría en chocolate, todos querrían sacarle el máximo provecho, menos Claudeen. Lo último que quería era escuchar su nombre en la boca de personas ajenas, que nunca estuvieron presentes y solo quieren un tema del cual hablar.

—Algo te pasa —advirtió Joe, susurrando en clase de matemáticas. Claudeen hizo un sonido gutural—. Soy tu mejor amigo, se supone que me cuenta cuando estás mal, ¿eh? ¿o ya fui relevado?

—No, sigues siéndolo —Claudeen mordió la punta del lapicero—. Solo he sufrido un golpe emocional...

—¿Frank?

—No, milagrosamente no. De hecho, él me advirtió en esta ocasión y no le hice caso —sonó raro estar dándole un punto a favor. Frank era el tipo de chico que se mantendría callado con tal de verla sufrir, vaya sorpresa que se llevó Claudeen. En las horas libres que tuvo, había llegado a la resolución que Frank actuó bien, seguía sin agradarle su forma de hacerlo—. Debería de recordarme seguido por qué no confío en los hombres, bueno, la mayoría —le sonrió con cariño a Joe—. ¿Has visto a Caroline?

—Estaba hablando con Kate Sanders antes de entrar a clase.

—¿Kate Sanders? ¿Capitana del equipo de porristas, amante de los bras fluorescentes y tener aventuras de un día? —Joe respondió afirmativamente. Claudeen no se lo creyó, hizo un garabato en su libreta y empezó con una nueva excusión—. Últimamente anda rara... regresó muy distinta.

Soy tu cliché personalWhere stories live. Discover now