Perssia suspiró como si tuviera más de siete años de edad. Recogió su maletín del suelo y finalmente aceptó la mano de su padre, diciendo:

—Bueno, pero solo por hoy, así no me pierdo.

Vasil rió, yo rechiné los dientes con dolor.

—¿Sabes? La mayoría de los niños lloran cuando sus padres se van y los dejan en la escuela.

—¿Por qué lloran? ¿Pasa algo malo? —preguntó, asustada.

—No, Perss, pero no son tan valientes como tú. Me haces sentir orgulloso.

—Mamá estaba llorando cuando se despidió de mí.

—Lo hizo porque estaba emocionada. Tu madre te ama con locura, pequeña, al igual que yo.

—Pero los veré más tarde, ¿verdad? ¿La nana vendrá a recogerme?

—Sí, amor, tu nana te llevará a casa y nos verás cuando lleguemos del trabajo.

—Entonces, adelante. —Fue como si enderezara su postura, tomando valor para lo que pudiera venir suceder a partir de entonces—. Ya, entremos, estoy lista.

Y desaparecieron en el interior, con el sonido de las ruedas de su maletín repercutiendo en mi cerebro como un martillo.

Coloqué mi espalda contra la pared y descendí lentamente al suelo. Tomé mi cabeza con ambas manos y proferí un grito ahogado de dolor. ¿Qué demonios estaba pasando? Probablemente estuviera teniendo un derrame y en mi mente únicamente se repetían imágenes de Perssia siendo apenas una recién nacida, nuestros juegos cuando apenas tenía cuatro o cinco años, su sonrisa feliz, su forma de correr lejos pero volver a mí siempre. Su mirada que nunca me juzgaba y que expresaba un amor sin rencor, sin culparme por todos aquellos pecados que me atizaban al cerrar los ojos en la oscuridad, pero que seguía cometiendo al dejarme llevar por la necesidad de mi enfermedad.

Vi a Perssia, y luego no vi nada. Todo era oscuridad y la luz que guiaba mi camino había dejado de titilar.

Perssia se alejaba de mí, cada día un poco más, y pronto se habría marchado del todo.

No iba a permitir que me la arrebataran... Ella me pertenecía.

Cerré de los ojos y no volví a pensar.

Horas después, cuando desperté de mi desmayo, mi mente estaba en blanco. Aguardé, lívido, sin apartar la mirada de la entrada de la escuela, hasta que los niños comenzaron a salir. Mi mirada era vacía, me sentía desprendido de mis sentidos y del contacto con la realidad. Los escenarios se fundían uno con el otro en una danza de colores brillantes que dañaban mis ojos; el mundo aceleró su giro, y todos nos movíamos tan rápido que el tiempo no se atrevía a alcanzarnos. Los niños gritaban y corrían hacia sus madres, los uniformes me arrastraban de regreso al pasado, y la presión de mi cráneo casi disparó a mis ojos de sus cuencas.

Jadeé, me sostuve contra la pared. El sudor cubría mi espalda y mi frente; mis manos estaban manchadas de tierra. Todo se distorsionó y perdió cualquier sentido para mí, hasta que la puerta de la escuela volvió a abrirse y Ángela salió arrastrando su pequeño maletín rosado. Sonreí; mi mejor amiga era hermosa. Ella, el ángel inalcanzable, y yo, quien la destruiría por haber hecho que este demonio la llegara a amar. Porque en la tierra y en el infierno estaba escrito que aquel ángel acabaría convertido en cenizas, que yo me alimentaría de ellas hasta el final de los tiempos y que de esta manera, encerrada en mi interior tanto como yo estaba encadenado a ella, nunca podría volver a escapar.

Ángela aguardaba en la entrada, cabello rubio y ojos grises. No había nadie más alrededor.

Salí de las sombras y caminé hacia ella, decidiendo, por fin, salvarnos a los dos.

Salí de las sombras y caminé hacia ella, decidiendo, por fin, salvarnos a los dos

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Latido del corazón © [Completo] EN PAPELNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ