Los niños y sus madres corrían hacia el interior de la escuela, emocionados, pero pasó mucho tiempo antes de que vislumbrara el auto que tanto había estado esperando.

Vasil bajó de él, y quise bufar al pensar que alguien pudiera temerle a un hombre que solo causaba risa. Él era un cobarde que se interponía en la felicidad de los demás, quien había arruinado nuestras vidas con su aparición. Si algún día volvía a tener la oportunidad, era seguro que iba a matarlo.

Sonreí, sintiendo mi dolor de cabeza extenderse. Sí, por supuesto que iba a matarlo, y esta vez me iba a tomar mi tiempo hasta asegurarme de que estuviera realmente muerto. Luego podría reclamar mi felicidad, aquella que desde joven me osó robar.

Ayudó a Perssia a bajar del auto, luego ella tomó su mano. Vestía el mismo uniforme que su madre usaba cuando nos conocimos. Dos colitas altas rematas en rizos rubios, y en su mano libre arrastraba un maletín rosado de rueditas. Me tomé mi tiempo para embriagarme con la imagen y no olvidarla nunca; primer año, primer día de clases. Ella estaba creciendo y, aunque doliera, me sentía orgulloso al respecto.

Siguieron caminando en silencio hasta que Perssia se detuvo en la entrada y Vasil lució extrañado. Me oculté más para que no me descubrieran, pues se encontraban a tan solo un metro de distancia, pero presté especial atención a la voz fluida de Perssia:

—Papi, yo puedo entrar sola.

—¿Qué? Pero mi amor tú n...

—Oye —lo miró hacia arriba son una dulce sonrisa—, ya soy grande.

—¡No! —el bastardo reía—. Eres mi bebé.

—¡Papá! ¡No me digas bebé, te van a oír!

—Tienes siete años, Perss.

—Es primer grado, tú dijiste que era importante. Ya no estoy en el jardín de niños.

El hombre se dejó caer en una rodilla frente a ella, quedando más cercano a su diminuta altura, y le dijo, rascando esa mugrienta barba:

—Es muy importante, y sé que estás emocionada pero, pequeña, eres la luz de mis ojos, ¿entiendes? —La niña asintió—. Y en lo que a mí respecta, siempre serás mi bebé, aunque tengas cincuenta años.

—¿Aunque esté toda arrugada y vieja? —arrugó su nariz.

—Aunque ya seas una gran profesional con su vida hecha, voy a seguir viéndote como la bebé recién nacida que fue puesta en mis brazos. ¿Entiendes esto? —Volvió a asentir—. Estás creciendo más rápido de lo que a tu madre y a mí nos gustaría, Perss, y queremos pasar el máximo tiempo posible contigo antes de que sea demasiado tarde y dejes a tus viejos para hacer tu propia vida.

Me sorprendí cuando ella dejó su maletín, dio un paso al frente y lo abrazó. Los costados de mi visión se tornaron blanquecinos y los bordes de toda la situación se disolvieron para mí. Mi cabeza palpitaba tanto que mordí mi puño para contener el grito del dolor más atroz que había sentido en mi vida, y me apoyé contra la pared cuando mis rodillas amenazaron con enviarme al suelo.

—¡Te amo! —la escuché exclamar—. Papi, te amo mucho. Mucho, mucho. ¡Hasta las estrellas!

—¿Solo eso? Yo te amo hasta la raíz cuadrada del universo multiplicada por mil.

—No sé cuánto es eso.

La besó en la frente. Mi respiración comenzó a volverse errática.

—Por eso debes ir a la escuela. —Se puso de pie y nuevamente le ofreció su mano, diciendo—. Se hace tarde. ¿Le darás el honor a tu padre de acompañarte hasta tu salón en tu primer día de clases para que así pueda recordar este momento durante el tiempo que me quede sobre el planeta?

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELOnde as histórias ganham vida. Descobre agora