— Hey —había ruido detrás.

— ¿Dónde estás?

— En el aeropuerto, todavía no sale mi vuelo —Frank suspiró.

"Entonces vuelve a casa..."

— Qué mal.

— Sí... bueno, llamaba para saber cómo estás.

— Acabo de despertar —respondió seco.

— ¿Vas a ir a ver a Bandit hoy?

— ¿Por qué preguntas? ¿Acaso te importa?

— Gee, yo...

— No me digas así.

— Te amo, bebé. Perdóname.

— Vete a la mierda —y cortó.

Su corazón latía con fuerza cuando escuchó una segunda llamada entrar, pero para evitar contestar apagó el teléfono y lo dejó sobre la mesa. Ahí en la cocina, mirando al teléfono en silencio volvió a llorar. No podía creer que lo que le estaba sucediendo a su matrimonio que si bien nunca había sido perfecto... siempre fue todo lo que necesitaba y creía merecer. Frank era genial, eran geniales juntos... demonios, desde el primer momento se había proyectado junto a él y ahora parecían ser personas totalmente diferentes. Él había madurado por completo, tenía casi 40 años por Dios. Pero Frank... Si bien tenían unos años de diferencia, no eran tantos como para que su esposo se comportara como un niño. Ambos eran adultos. Ambos estaban en la misma etapa de la vida y aun así...

— Te odio —suspiró mirando el teléfono.

Quizás no era del todo cierto, pero al mismo tiempo sabía que era, al menos parte, de lo que sentía. Se frotó el rostro y luego, para ocupar su mente, se puso a limpiar la cocina. Guardó parte de lo que quedó, eliminó gran parte de lo demás, lavó y limpió las superficies, organizó la alacena, organizó el refrigerador, hizo la lista de lo que faltaba en la despensa, y luego volvió a limpiar la cocina. Era mitad de la tarde cuando alguien golpeó la puerta y él estaba todo menos presentable. Su cabello estaba sucio, sus manos estaban sucias y su pijama ya no era blanco. Pero se había mantenido tan ocupado que apenas había visto la hora, y ni hablar de pensar en Frank. Hizo una mueca cuando los nudillos volvieron a golpear, y fue a abrir.

— ¿Mikey?

Enarcó una ceja.

— Hola —sintió los ojos de su hermano analizarlo de pies a cabeza.

— ¿Frank te envió?

— ¿Acaso importa? —Dijo Mikey. Era obvio.

— Vete —suspiró.

Mikey no se fue, en su lugar tomó asiento en uno de los sofás y puso los pies sobre la mesita de centro, y luego palmeó el sofá a su lado para que se sentara también. Gerard hizo una mueca, cerró la puerta y fue a tomar asiento, apoyando su espalda en el brazo del sofá, con una pierna doblada bajo su cuerpo.

— ¿Siquiera sabes cómo fue?

— Dijo que la cagó —respondió Mikey.

— Cagarla es poco —suspiró Gerard.

— Tú la has cagado cientos de veces, hermano —Mikey alzó una ceja.

— Pero no así.

— Le fuiste infiel. Y Frank los sorprendió en... ese sofá —dijo, apuntando con la barbilla hacia el sofá al costado de ellos. Gerard desvió la mirada hacia allá y por momentos visualizó la escena. Pero habían pasado casi cinco años desde eso. Las cosas eran diferentes ahora. Totalmente diferentes.

— Esto es diferente —se defendió.

— Sabías que Frank no quería ser padre. Nunca quiso serlo —dijo Mikey.

— ¿Estás de su lado o del mío? —Gerard le miró molesto— Me trató como la mierda, Mikey. Dijo que nuestra hija era el origen de nuestros problemas.

— Estás exagerando.

— Maldijo el día en que aceptó ser padre —Gerard suspiró. Decirlo en voz alta hacía todo mucho más real y al mismo tiempo mucho más doloroso. Su hermano no le creía, aunque no lo culpaba. Nadie que conociera a Frank creería que era capaz de decir cosas así. Pero lo había dicho, y dolía muchísimo recordarlo.

— ¿Qué quieres hacer?

Gerard se encogió de hombros, y sin poder evitarlo cubrió su rostro con ambas manos y comenzó a llorar nuevamente. Mikey le miró escéptico, como si dudara de la veracidad del llanto. Pero era tan real que hizo que el ambiente se volviera incómodo, y lo siguiente que Gerard supo es que estaba siendo abrazado por su hermano menor. Se quedaron durante un rato en esa incómoda posición y luego, cuando las lágrimas cesaron, una risa nerviosa nació de los labios del mayor, y se mantuvieron abrazados un rato más antes de apartarse.

— Tengo que ducharme para ir a visitar a Bandit —suspiró Gerard, mirando la hora en el reloj de la pared.

— Voy contigo —dijo su hermano—, ¿crees que me dejen pasar a verla?

Gerard asintió, y luego soltó un suspiro, apartándose de él. La manía de morderse las uñas había regresado, y su hermano lo miró reprobatoriamente en cuanto comenzó a morder la uña de su dedo pulgar. Las demás estaban ya dolorosamente cortas.

— Me quiero separar —Gerard dijo después de un rato, como si decirlo en voz alta fuese a darle más fuerza a su difícil decisión—. Creo que es lo mejor... Yo tengo que hacerme cargo de Bandit. Cuando salga del hospital será difícil y voy a enfocarme en ella y... no quiero que Frank esté aquí.

— Te apoyo, sabes que lo hago —dijo Mikey—. Pero tienes que pensarlo bien... necesitas ayuda, hermano. ¿Has pensado en volver a terapia?

Gerard bufó. Había pasado años yendo a terapia, con medicamentos y tratamiento... pero sentía que no era necesario, al menos no en este momento de su vida. No quería eso. Quería creer que era una persona totalmente sana con problemas de personas normales. Además, no quería ser criticado por sus decisiones. No quería que nadie metiera la nariz en sus asuntos. Ni siquiera un profesional.

— Lo voy a pensar —respondió, dedicándole una sonrisa a su hermano antes de ponerse de pie, dirigiéndose lentamente escaleras arriba para ir a tomar una ducha. Y mientras el agua caía sobre su cuerpo el pensamiento volvía a su mente.

Quizás la terapia iba a hacerle cambiar de parecer con respecto al divorcio. Quizás el divorcio iba a hacer que dejara de creer que necesitaba terapia. Quizás la terapia iba a hacer que se divorciara. Quizás el divorcio iba a hacer que terminara en terapia. Quizás... quizás tener a su hija finalmente en sus brazos iba a eliminar tanto la terapia como el divorcio de su mente.

Había tantas posibilidades.

— ¿Nos vamos? —Preguntó Mikey cuando Gerard bajó las escaleras. Asintió y le sonrió, encaminándose juntos al exterior de la casa. Volvió a abrazar a su hermano antes de subir al auto. Al menos sabía que, aun con todas esas posibilidades, el apoyo de su hermano era incondicional. 

linger ・ frerardWo Geschichten leben. Entdecke jetzt