52

El cristianismo es también incompatible con toda salud mental; sólo la razón enferma le sirve como razón cristiana; toma la defensa de toda imbecilidad, fulmina su anatema contra el "espíritu", contra la superbia del espíritu sano. Dado que la enfermedad forma pane de la esencia del cristianismo, también el estado típicamente cristiano, "la fe", no puede por menus que ser una modalidad patológica, y la Iglesia no puede por menor que denunciar todos los caminos derechos, honrados, científicos del conocimiento como caminos prohibidas. La misma duda es un pecado... La falta absoluta de limpieza sicológica del sacerdote, tal como se advierte en el mirar, es una consecuencia de la décadence; obsérvese en las mujeres histéricas y, por otra parte, en los niños raquíticos la regularidad con que la falsía por instinto, la propensión a la mentira, por el gusto de mentir, la incapacidad para el mirar y avanzar recto, es la expresión de décadence. La "fe" significa negarse a saber la verdad. El pietista, el sacerdote de ambos sexos, es falso porque es enfermo; su instinto exige que la verdad no prevalezca en punto alguno. "Lo que enferma es bueno; lo que proviene de la plenitud, de la superabundancia, del poder, es males", he aquí cómo siente el fiel. El no poder menos que mentir es el rasgo en que se me revela cualquier teólogo predestinado. Otra característica del teólogo es su incapacidad pcrra la filalogía. Por filología ha de entenderse aquí, en un sentido muy lato, el arte de bien leer, de poder leer los hechos sin falsearlos a través de la interpretación, sin perder, de tanto ansiar comprensión, la prudencia, la paciencia y la delicadeza. La filología como efexis en la interpretación, ya se trate de libros o de informaciones periodísticas, de destinos o de datos meteorológicos, para no decir nada de la "salvación del alma"... La forma como el teólogo, en Berlín o en Roma, interpreta la "palabra de la Escritura" o los acontecimientos, por ejemplo una victoria del ejército nacional, a la luz superior de los salmos de David, siempre es tan osada que el filólogo se vuelve loco. ¡Y no se diga los pietistas y otros burros de Suabia por el estilo que transforman la mísera estrechez y trivialidad de su existencia con ayuda del "dedo de Dios" en un milagro de "gracia", "providencia" y "bienaventuranzas"! Con un poquito de ingenio, para no decir de decencia, esos intérpretes debieran convencerse de lo absolutamente pueril a indigno de semejante abuso de la destreza divina. Con un poquito de piedad, un Dios que en el momento oportuno corta el resfrío o lo induce a uno a subir al coche en el instante preciso en que empieza a llover a cántaros debiera suponerse un Dios tan absurdo como para ser abolido, caso de que existiera. Un Dios como sirviente, como cartero, como guardián del calendario; en definitiva, una palabra que designa el más estúpido de los azares... La "divina Providencia", tal como todavía hoy la suponen en la "Alemania culta" de tres personajes uno, seria la objeción más terminante contra Dios que pueda imaginarse. ¡Y en todo caso es una objeción contra los alemanes! ...

53

Que los mártires demuestren la verdad de una causa es una creencia tan falsa que me inclino a creer que jamás mártir alguno ha tenido que ver con la verdad, El mismo acento con que el mártir arroja al mundo a la cabeza su credo fanático, expresa un grado tan bajo de probidad intelectual, un sentido tan pobre de la "verdad", que huelga refutarlo. La verdad no es algo que tenga tal o cual persona; piensan de tal manera a lo sumo los patanes, o los apóstoles de patanes al modo de Lutero. Cabe afirmar que en función del grado de escrupulosidad en las cosas del espíritu aumenta la modestia y moderación discreta en esta materia. Corresponde saber cinco cosas y desechar con mano delicada cualquier otro saber... La "verdad", tal como la entiende cualquier profeta, sectario, librepensador, socialista y teólogo, es una prueba terminante de que no se tiene ni pizca de esa disciplina del espíritu y autosuperación que se requieren para encontrar siquiera una pequeña, minúscula verdad. Los martirios, dicho sea de paso, han sido una gran desgracia en la historia, pues seducian... La conclusión de todos los imbéciles, las mujeres y el vulgo inclusive, en el sentido de que una causa en aras de la cual uno sacrifica su vida (y, sobre todo, una que, como el cristianismo primitivo, provoca epidemias de anhelo de la muerte) ha de ser verdadera; esta conclusión ha sido una poderosísima traba para la crítica, para el espíritu de la crítica y la cautela. Los mártires han hecho daño a la verdad... Todavía hoy, la persecución sañuda basta rara prestigiar cualquier movimiento sectario en sí indiferente. ¿Es posible que el sacrificio por una causa pruebe el valor de dicha causa? Todo error prestigiado es un error que posee un poder de seducción más. Las causas se las refuta poniéndolas respetuosamente entre hielo; del mismo modo se refuta también al teólogo... La estupidez trascendental de todos los perseguidores ha sido precisamente aureolar la causa contraria de aparente prestigio, obsequiarla con la seducción del martirio... Todavía hoy la mujer se postra ante un error porque se le ha dicho que alguien murió crucificado por él. ¿Es la cruz por ventura un argumento? Mas acerca de todas estas cosas uno sólo ha dicho la palabra que desde hace miles de años debió decirse: Zaratustra.

"Con caracteres de sangre trazaban signos en su camino, y su insensatez enseñaba que por la sangre se demostraba la verdad.

"Sin embargo, la sangre es el peor testigo de la verdad; envenena la sangre aun la doctrina más pura, trocándola en obcecación y odio de los corazones.

"Y si uno se errojase a las llamas por su doctrina, ¡qué probaría! Más importante es, en verdad, que de la propia brasa surja la propia doctrina" (VI, 134).

54

Digan lo que digan, los espíritus grandes son es­cépticos. Zaratustra es un escéptico. La fuerza, la libertad nacida en la fuerza y plenitud del espíritu, se prueba por el escepticismo. Los hombres de con­vicción no cuentan para las cuestiones fundamentales de valor. Las convicciones son cárceles. Esa gente no ve suficientemente a distancia, no ve debajo de sí; mas para tener derecho a opinar acerca del valor y desvalor es preciso ver quinientas convicciones debajo de sí, tras sí... Todo espíritu que persiga un fin gran­de y diga sí a los medios conducentes al logro del mismo es por fuerza escéptico. El no estar atado a ninguna convicción, el estar capacitado para el mi­rar soberano, es un atributo de la fuerza. La gran pasión, fondo y poder de su ser, aún más esclarecida y despótica que él mismo, acapara todo su intelecto; ahuyenta los escrúpulos y le infunde valor para apelar incluso a medios impíos; eventualmente le concede convicciones. La convicción como medio: muchas co­sas se las logra únicamente mediante una convicción. La gran pasión necesita y consume convicciones; no se les somete, tiene conciencia de su soberanía. A la inversa, la necesidad de fe, de algún sí y no absoluto, el carlylismo (¡valga el término!), es una necesidad dictada por la debilidad. El hombre de la fe, el "fiel", de cualquier índole, es necesariamente un hombre de­pendiente, uno que no es capaz de establecerse a sí mismo como fin, de establecer fin alguno por su cuen­ta. El "fiel" no se pertenece a sí propio; sólo puede ser un medio, tiene que ser consumido, necesita de alguien que lo consuma. Su instinto exalta la moral de la alienación de sí mismo; a ella lo persuade todo: su cordura, su experiencia, su vanidad. Toda fe es de por sí una expresión de alienación de sí mismo, de abdicación del propio ser... Si se considera la nece­sidad que tienen los más de una norma que desde fuera los ate y sujete; que la coerción, en un sentido superior de esclavitud, es la condición única y última bajo la cual prospera el individuo de voluntad débil, sobre todo la mujer, se comprende también la con­vicción, is "fe". El hombre de la convicción tiene en ésta su apoyo y arrimo. No ver muchas cosas, no ser desprejuiciado en punto alguno, sino ser en un todo facción, aplicar a todas las cosas una óptica estricta y necesaria, he aquí las premisas sin las cuales tal tipo humano no podría existir. Ahora bien, esto sig­nifica ser el antípoda, el antagonista del veraz, de la verdad... Al "fiel" ni le es permitido tener una con­ciencia respecto a "verdadero" y "falso"; ser honesto en este punto significaría su ruina inmediata. Su óp­tica patológicamente condicionada hace del conven­cido un fanático ‑Sávonarola, Lutero, Rousseau, Ro­bespierre, Saint‑Simon‑, el tipo contrario del espíritu fuerte, libertado. Mas la gran postura de estos espíritus enfermos, de estos epilépticos del concepto, su­gestiona a las masas; los fanáticos son pintorescos, y los hombres prefieren ver posturas a escuchar ar­gumentos...

"Rencor".

EL ANTICRISTO-Friedrich NietzscheOnde as histórias ganham vida. Descobre agora