Capítulo 10

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Demos un paso más hacia adelante en la sicología de la convicción, de la "fe". Hace mucho planteé la cuestión de si las convicciones no son enemigas más peligrosas de la verdad que las mentiras (Humano, de­masiado humano I, afs. 54 y 483). En este momento deseo formular esta pregunta decisiva: ¿existe en definitiva, un contraste entre la mentira y la convic­ción? Todo el mundo cree que sí; pero ¡qué no cree todo el mundo! Toda convicción tiene su historia, sus formas preliminares, sus tentativas y yerros; llega a ser una convicción después de mucho tiempo de no haberlo sido y tras un tiempo más largo aún en que lo ha sido a duras penas. ¿Cómo?, ¿no es posi­ble que entre estas formas embrionarias de la convic­ción figure también la mentira? A veces todo es cues­tión de un mero cambio de persona: en el hijo tórna­se en convicción lo que en el padre ha sido aún mentira. Yo llamo mentira empeñarse en no ver lo que se ve, dando igual que la mentira se produzca ante testigos o sin testigos. La mentira más corriente es aquella con que uno se miente a sí mismo; mentir a otros es, relativamente, la excepción. Ahora bien, este empeñarse en no ver lo que se ve, este empeñarse en no ver tal cual se ve, cabe decir que es la premisa capital de todos los que son facción, en cualquier sentido; el hombre partidario miente por fuerza. Los historiadores alemanes, por ejemplo, están convenci­dos de que Roma encarnaba el despotismo y que los germanos han obsequiado al mundo el espíritu de la libertad; ¿qué diferencia hay entre esta convicción y la mentira? ¿Es de extrañar que todo lo que es fac­ción, el historiador alemán inclusive, baraje por ins­tinto las palabras sonoras de la moral; que casi pueda decirse que la moral subsiste en virtud del hecho de que el hombre partidario, de cualquier índole, le ha menester en todo momento? "Tal es nuestra convic­ción; la proclamamos a los cuatro vientos, vivimos y morimos por ella; ¡respeto a todo el que tiene con­vicciones! " Palabras parecidas las he escuchado hasta de labios antisemitas. ¡Al contrario, señores! Un an­tisemita, no por mentir por principio es más decen­te... Los sacerdotes, que en tales casos son más su­tiles y se dan cuenta plena de la objeción que implica el concepto de la convicción, esto es, de la mendaci­dad fundamental y metódicamente practicada, por con­veniente, han hecho suya la habilidad judía de inter­calar en este punto los conceptos "Dios", "voluntad de Dios" y "revelación de Dios". Kant adoptó el mis­mo temperamento, con su imperativo categórico; en esto, su razón se hizo práctica. Cuestiones hay donde no es permitido al hombre decidir sobre verdad y fal­sedad; todas las cuestiones supremas, todos los pro­blemas supremos del valor se hallan más allá de la razón humana... Comprender los límites de la razón; he ahí la verdadera filosofía... ¿Para qué dio Dios al hombre la revelación? ¿Haría Dios algo superfluo? El hombre no es capaz de discernir por sí solo entre el bien y el mal, por esto Dios le enseñó su voluntad... Moraleja: el sacerdote no miente; en las cosas de que hablan los sacerdotes no se plantea la cuestión de lo "verdadero" y lo "falso"; estas cosas ni permi­ten mentir. Pues la mentira presupone la facultad de discernir lo verdadero; sin embargo, el hombre no posee esta facultad, de lo cual se infiere que el sacer­dorte no es sino el portavoz de Dios. Tal silogismo sacerdotal no es en modo alguno específicamente judío o cristiano; el derecho a la mentira y el truco de la "revelación" son propios de todos los sacerdotes, de los de la décadence no menos que de los del paga­nismo (pues son paganos todos los que dicen sí a la vida, para los cuales "Dios" es la palabra que designa el magno sí a toda's las cosas). La "ley", la "voluntad de Dios", la "Sagrada Escritura", la "inspiración", palabras que expresan sin excepción las condiciones bajo las cuales el sacerdote llega a dominar y median­te las cuales asegura su dominio; estos conceptos constituyen la base de todas las organizaciones sacer­dotales, de todos los señoríos sacerdotales o filosófico­sacerdotales. La "santa mentira", que Confucio, el Código de Manú, Mahoma y la Iglesia cristiana tienen de común, no falta tampoco en Platón. "Es dada la verdad": significa esto, dondequiera que se afirme, que el sacerdote miente...

EL ANTICRISTO-Friedrich NietzscheWhere stories live. Discover now