Los sacerdotes judíos no se detuvieron en el falsea­miento de la concepción de Dios y la moral. Toda la historia de Israel era contraria a sus fines; había, por tanto, que abolirla. Estos sacerdotes realizaron ese prodigio de falseamiento cuyo testimonio es buena parte de la Biblia; con un desprecio inaudito hacia toda tradición, hacia toda realidad histórica, pospusie­ron el pasado de su propio pueblo a la religión; es decir, que hicieron de él un estúpido mecanismo de salvación basado en el castigo que lahveh da a los que contra él pecan, y en el premio con que conforta a los que le obedecen. Este vergonzoso falseamiento de la verdad histórica nos causaría una impresión mucho más penosa si milenios de interpretación eclesiástica de la historia no nos hubiesen hecho casi indiferentes a las exigencias de la probidad in historicis. Y la Igle­sia ha sido secundada en esto por los filósofos; por toda la evolución de la filosofía, hasta la más reciente, corre la mentira del "orden moral". ¿Qué significa "orden moral"? Significa que hay de una vez por to­das una voluntad de Dios respecto a lo que el hombre debe hacer y debe no hacer; que el grado de obedien­cia a la voluntad de Dios determina el valor de los individuos y los pueblos; que en los destinos de los individuos y los pueblos manda la voluntad de Dios, castigando y premiando, según el grado de obediencia. La realidad subyacente a tan lamentable mentira es ésta: un tipo humano parásito que sólo prospera a expensas de todas las cosas sanas de la vida, el sacer­dote, abusa del nombre de Dios: al estado de cosas donde él, el sacerdote, fija el valor de las cosas, le llama "el reino de Dios", y a los medios por los cua­les se logra y mantiene tal estado de cosas, "la vo­luntad de Dios"; con frío cinismo juzga a los pueblos, tiempos a individuos por la utilidad que reportaron al imperio de los sacerdotes o la resistencia que le opusieron. No hay más que observarlo: bajo las ma­nos de los sacerdotes judîos la época grande de la historia de Israel se trocó en una época de decadencia; él destierro, esa larga desventura, se convirtió en una pena eterna en castigo de la época grande, aquella en que los sacerdotes aún no tuvieron influencia alguna. De los personajes portentosos y libérrimos de la his­toria de Israel hicieron, según las conveniencias, unos pobres mamarrachos o unos "impíos" y redujeron todo acontecimiento grande a la fórmula estúpida: "obediencia o desobediencia a Dios". Un paso más por este camino y se postula que la "voluntad de Dios", esto es, las condiciones bajo las cuales se perpetúa el poder de los sacerdotes, debe ser conocida. Para tal fin, se requiere una "revelación". Quiere decir, que se requiere un fraude literario en gran escala; se descubre una "sagrada escritura" y se la publica con gran pompa hierática, con días de penitencia y lamentaciones por el largo "pecado". Pretendíase que la "voluntad de Dios" actuaba desde hacía mucho tiempo; que toda la calamidad estribaba en que los hombres se habfan divorciado de la "sagrada escritura"... Ya a Moisés se había revelado la "voluntad de Dios"... ¿Qué había pasado? Con rigor y con una pedantería que ni se detenía ante los impuestos, grandes y pequeños, a pagar (sin olvidar, por supuesto, lo más sabroso de la carne, puesto que el sacerdote es un carnívoro), el sacerdote había formulado de una vez por todas lo que complacía a "la voluntad de Dios"... A partir de entonces, todas las cosas están dispuestas en forma que el sacerdote es imprescindible en todas partes; con motivo de todos los acontecimientos naturales de la vida; nacimiento, casamiento, enfermedad y muerte, para no hablar de la ofrenda (de la "comida"), se presenta el santo parásito para desnaturalizarlos; en su propia terminología: para "santificarlos"... Pues hay que comprender esto: toda costumbre natural, toda institución natural (el Estado, la administración de justicia, el matrimonio, la asistencia a los enfermos y el socorro a los pobres), todo imperativo dictado por el instinto de la vida, en una palabra, todo cuanto tiene valor en sí, lo convierte el parasitismo del sacerdote en principio en una cosa sin valor a incompatible con cualquier valor; requiere ella una sanción a posteriors; hace falta una potencia valorizadora que niegue la Naturaleza inherente a todo esto y crear así su valor... El sacerdote desvaloriza, desantifica la Naturaleza; a este precio existe. La desobediencia a Dios, vale decir, a los sacerdotes, a la ley, es bautizada entonces con el nombre de "pecado"; los medios por los cuales es dable "reconciliarse con Dios" son desde luego medios que aseguran una sumisión aún más completa al sacerdote: únicamente el sacerdote "redime"... Sicológicamente hablando, en toda sociedad organizada sobre la base de un régimen sacerdotal los "pecados" son imprescindibles: son las palancas propiamente dichas del poder; el sacerdote vive de los pecados, tiene necesidad de que se "peque"... Tesis capital: Dios perdona al que hace penitencia"; al que se somete al sacerdote.

En un suelo de tal modo falso donde toda naturalidad, todo valor natural, toda realidad tenía que hacer frente a los más soterrados instintos de la clase dominante, creció el cristianismo, forma de la enemistad mortal a la, realidad que hasta ahora no ha sido superada. El "pueblo santo" que para todas las cosas se había quedado exclusivamente con valores de sacerdotes, palabras de sacerdotes, repudiando con una consecuencia pasmosa cualquier otro poder establecido sobre la tierra como "sacrílego" y el mundo como "pecado"; este pueblo produjo para su instinto una fórmula última, lógica hasta la autonegación: como cristianismo negó aun la forma última de la realidad, la misma realidad judía, al "pueblo santo", al "pueblo de los elegidos". El suceso es de primer orden: el pequeño movimiento insurgente, bautizado con el nombre de jesús de Nazaret, es el instinto judío otra vez. O dicho de otro modo: el instinto de sacerdote que ya no soporta al sacerdote como realidad, la invención de una forma de existencia aún más abstracta, de una visión aún más irreal del mundo que la que implica la organización de una iglesia. El cristianismo niega a la Iglesia...

Yo no sé contra qué se dirigió la sublevación cuyo autor ha sido considerado o mal considerado Jesús, sino contra la iglesia judía, tomada la palabra "iglesia" exactamente en el sentido en que la tomamos hoy día. Fue una sublevación contra "los buenos y justos", contra los "santos de Israel", la jerarquía de la sociedad, pero no contra la corrupción de la misma, sino contra la casta, el privilegio, el orden y la fórmula; fue un no creer en los "hombres superiores", un decir no a todos los sacerdotes y teólogos. Mas la jerarquía que así quedó puesta en tela de juicio, bien que tan sólo por un breve instante, era la "construcción lacustre", sobre la cual el pueblo judío sustituía en plena "agua", la posibilidad última, arduamente conquistada, de sobrevivir, el residium de su autonomía política; todo ataque dirigido a ella era un ataque al más soterrado instinto popular, a la más denotada voluntad de vida de un pueblo que se ha dado jamás. Ese santo anarquista que incitó al bajo pueblo, a los parias y los "pecadores", a los tshandala en el seno del pueblo judío, a rebelarse contra el orden imperante-gastando un lenguaje, siempre que uno pudiera fiarse de los Evangelios, que también en nuestros tiempos significaría la deportación a Siberia fue un delincuente político, en la medida en que cabían delincuentes políticos en tal comunidad absurdamente política. A causa de esta actitud fue a parar a la cruz; la prueba de ello es el letrero colocado en lo alto de la cruz. Murió por su propia culpa. Falta todo motivo para creer, como tantas veces se ha afirmado, que murió por culpa ajena.

EL ANTICRISTO-Friedrich NietzscheWhere stories live. Discover now