III - SANGRE DE DRUIDA

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Hacia el sur, pasando las Tierras Perdidas (las que son un extenso páramo infértil producto de la guerra que todavía transcurre entre los humanos y las demás razas), está el Reino de Sinidra, una tierra basta, con campos fértiles y bosques frondosos, llanuras libres, montañas y pueblos en sus laderas, pero sobretodo las famosas Ciudades Fortalezas. Cada una de estas ciudades es soberana y cada una elige a su propio gobernante, quien tiene el deber elegir lo mejor para todos y hacer que se cumpla la ley, la que no varía mucho en cada ciudad, pero es necesaria para evitar que alguien antisocial se aproveche de los demás sin un castigo apropiado.

Cada ciudad construyó un obelisco de piedra ubicado justo en el centro de la ciudadela, tan alto que traspasa las nubes, para que sea visto por todos y además es un punto de referencia para los viajeros, la gente de otros reinos y para que comerciantes sepan orientarse hacia donde están las ciudades cuando van a comerciar sus productos.

Antes de la guerra se les conocía como las Ciudades Libres, donde las razas convivían y se ayudaban mutuamente, hoy en día, ya nadie recuerda cuantas lunas han pasado desde que los Humanos del Norte declararon la guerra a todos quienes se les opusieran en la destrucción de los fragmentos lunares. Cuando edificaron los muros que hasta hoy en día bordean toda la ciudad, sabían que tarde o temprano se derramaría sangre, sea cual será la razón y fuera justo o no.

Hoy en día quedan tres de las seis Ciudades Fortalezas, sus obeliscos se rompieron ya hace más de mil lunas. Los seres que sobrevivieron al ataque huyeron hacia el sur, a otra de las ciudades, se convirtieron en refugiados, algunos emigraron a las montañas a vivir en los pueblos que bordean toda la zona montañosa, lugares donde ningún militante podría intentar llegar. Hoy en día aquellas ciudades arrasadas son nido de monstruos, quienes son atraídos por el olor a sangre que quedó impregnado en la roca de las construcciones.

Más hacia el sur hay una zona montañosa, la cual tiene una temperatura baja respecto al resto del mundo, el verde del valle se tiñe de blanco, un cordón montañoso cubre toda la zona límite de Sinidra, y si se mira hacia los picos de las cumbres; en el lugar adecuado y sin muchas nubes, se puede divisar la punta de un obelisco, del cual emana una luz azul intenso intermitente como si estuviera vivo, por lo que se cree que debería haber una ciudad soberana cruzando las gélidas montañas. Ese lugar es conocido como el Reino al Fin del Mundo, pero nadie que haya decidido viajar a ese lugar ha vuelto. Los seres del sur crean leyendas sobre esas tierras, algunos dicen que son el paraíso, frondosos campos y bosques, con manantiales de agua pura, un agua tan pura como jamás haya existido; otros dicen que el frío es tan insoportable que es un valle de cadáveres congelados, nadie puede cruzar esas montañas y llegar vivo a aquel obelisco; otros no tan sensatos, afirman que es un nido de dragones de hielo, que escupen ventiscas de escarcha a tal velocidad que te congelan al instante.

Einar, el nieto del Druida Kylnar, sentado en el suelo de piernas cruzadas, escuchaba atento a su maestro, fascinado por las figuras que formaba con magia mientras hablaba sobre la historia del mundo, algunos de sus compañeros dormían y otros leían libros no relacionados con la clase, pocos prestaban atención al viejo que se esforzaba por crear los dragones que escupían hielo, representando la última parte de su relato.

- Pueden retirarse, mañana seguiremos con los tipos de monstruos y su evolución en el tiempo - les dijo al tiempo que desaparecían los dragones y se desvanecía la magia en el aire.

Todos marcharon menos Einar, quien seguía sentado mirando al profesor, el viejo recogió su bolso, donde tenía libros y pociones de toda índole, ya que también impartía clases de alquimia; lentamente se levantó del suelo y se acercó al profesor, con la intención de preguntarle algo que solo él podría responder:

El Reino al Fin del MundoWhere stories live. Discover now