—¿Adoptar? Te refieres a que... ¿Sigues queriendo tener un hijo conmigo?

—¿Por qué no habría de quererlo?

—Murió por mi culpa. Soy un mal padre, ni siquiera pensé en el bebé y...

—¡Basta de eso! —alcé la voz, sintiendo mis cuerdas vocales romperse. Los pitidos del monitor aumentaron—. ¡No es tu culpa! ¡Tú no hiciste nada malo y has sufrido más que todos aquí! ¿Entiendes eso? Eres un gran padre, Traian Serbian, lo juro por Dios. El bebé habría sido dichoso de tenerte y sé que donde quiera que esté no te culpa por haber decidido salvar a su mamá.

—Gracias. —Volvió a llorar.

No pude resistirlo más, era incapaz de verlo así.

Solté su mano y utilicé toda la fuerza posible para reincorporarme. Mis brazos temblaban y mi ritmo cardíaco aceleró. Necesitaba ayudar a sanar el alma de Traian y comenzaría sosteniéndolo entre mis brazos, haciéndole entender que yo no lo culpaba y que nuestro amor seguía siendo igual de fuerte.

—No, no, no... Amor, espera...

—Calla y ayúdame.

—Ángela, necesitas descansar, aún no estás sana del todo y Antonio dijo...

—Solo quiero sentarme, ¿entiendes? No puedo seguir aquí recostada o voy a deprimirme. Y Traian, tú me necesitas.

—Lo hago —masculló, mirándome fijamente—. Te necesito con cada latido de mi corazón.

Me enternecí, pero forcé a la humedad en mis ojos a mantenerse en su sitio. No podía seguir llorando si quería hacerle entender que todo estaría bien, que no era su culpa; si yo no era fuerte y ambos nos sumíamos en el dolor, aquello terminaría en divorcio. Nuestra historia no podía acabar así, habíamos pasado por mucho y al parecer siempre tendríamos que atravesar tempestades. Aceptaba que quizá yo nunca sería completamente feliz, a juzgar por todos los acontecimientos en los momentos más inesperados, pero seguiría luchando por los periodos de alegría que pudiera conseguir.

—Yo también te necesito. No puedo atravesar esto sin ti —confesé—. Puedo prometerte que no me daré por vencida si tú tampoco lo haces.

Me ayudó a incorporarme, sosteniendo mi cuerpo con firmeza. Sentados sobre la cama, nos miramos en silencio. Había mucho que decir, conflictos densos que se apoderaban del ambiente y la sensación de vacío aún persistía. Dejamos de llorar. Nuestras respiraciones se ralentizaban, el dolor no cedía pero estábamos dispuestos a combatirlo.

—Por Perssia.

—Y por ambos —concluyó—. Ella no es lo único que nos ata juntos —ya sonaba más como él mismo; comenzaba a llenarme de alivio—. Recuerda nuestro amor, que no estamos casados solo para darle un hogar a nuestra hija, sino porque no podemos vivir el uno sin el otro. Recuerda que... aún en este momento y si... y si tuviera que hacerlo de nuevo... —tragó, cerrando los ojos. La culpa volvía para acecharlo—. Seguiría eligiéndote a ti.

Limpié la última lágrima de su mejilla, entendí a lo que se refería por lo que fui incapaz de culparlo. Tomé su mano entre las mías y, trayendo a mi mente todo lo que superé gracias a él, susurré:

—Yo también te elegí a ti.

—Yo también te elegí a ti

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
Latido del corazón © [Completo] EN PAPELWhere stories live. Discover now