Traian soltó mi mano. Escuché su respiración acelerada, luego los sorbidos y la voz encarnizada. Se sentó sobre el costado de la cama y no tuve más opción que mirarlo. Líneas rojas se apoderaron del interior de sus ojos y su mandíbula temblaba mientras se ahogaba con sus propias lágrimas. Volvió a aferrar su mano con la mía y de su pecho brotó un sonido desesperado.

—Perdóname. Tenía que salvarte.

Asentí, sollozando.

—Lo sé... Lo sé. No es tu culpa, no lo es.

—Lo siento tanto —se inclinó hasta colocar su frente húmeda sobre nuestras manos unidas—. Nuestro bebé...

Acababa de confirmar lo que yo había asumido. El dolor volvió a atravesarme, hice lo posible para no dejar de respirar. Ahora, cada latido de mi corazón ardía, un palpito incómodo que me recordaba que le elección fue hecha, Traian me escogió a mí, lo cual no significaba que la culpa no lo hostigara. Sabía que el dolor de una madre era grande, pero la aflicción de un padre tan devoto como él no tenía punto de medición. Mientras yo estuve inconsciente por una cantidad de tiempo desconocida, se encontró solo, lidiando con sus propios fantasmas y sintiendo desconsuelo. Sabía que lo tenía a él para que me apoyara, siempre nos empujaba a ambos hacia delante, ¿pero quién lo sostendría ahora? Nunca lo había visto desmoronarse.

—No es tu culpa —repetí, intentando calmarme aunque mi cuerpo siguiera temblando—. Lo intentaron, ¿cierto? ¿Antonio intentó salvarnos a los dos?

—Sí, él lo intentó, pero yo le dije que te salvara solo a ti. Ni siquiera lo pensé, Ángela... No dudé —sollozó—. Le dije que matara a mi hijo y no dudé ni un instante.

—Era una situación crítica —suavicé. No sabía de dónde sacaba aquella paz que realmente no sentía, pero lo hice por él—. Ninguno de nosotros esperó que ocurriera esto. Es una tragedia y... y... —balbuceé. Iba a volver a llorar, así que me tomé unos segundos para tranquilizarme—. Te amo y... Saldremos de esta. Lo prometo. Todo estará bien —sollocé.

Sus lamentos sacudían la habitación, era inconsolable. Hice un esfuerzo para alzar mi mano libre y llevarla hasta su cabello, acariciándolo tiernamente. Quería llegar a su corazón y librarlo de toda la culpa y el dolor pero sabía que necesitaríamos tiempo para sanar y asimilar la pérdida.

—Saldremos adelante —susurré—. Siempre estará con nosotros, Vasil. Lo siento en mi corazón.

—Mi tío lo intentó... Yo ni siquiera quise hacerlo. No quería correr riesgos, no podía... La posibilidad de perderte me... me...

—Yo habría hecho lo mismo de estar en tu lugar —quise confortarlo, lo cual logré. Ante mis ojos presencié su esfuerzo por volver a ser el hombre fuerte que muchos temían.

—Por mi culpa —admitió, temblando. Se negaba a mirarme— no podrás tener hijos nunca más.

—¿Qué?

—Antonio lo dijo. Naturalmente ya no podrás volver a ser madre. Perdóname.

—Está bien —dije de pronto, sorprendiéndonos a ambos—. Tenemos a Perssia, ¿verdad? ¿Con ella es suficiente? —no sabía lo que decía, la habitación daba vueltas a mi alrededor.

—Estabas tan emocionada, joder, y nuestro hijo...

—Siempre podemos adoptar —susurré, insegura.

Por fin levantó la cabeza, paulatinamente, como si temiera espantarme con movimientos bruscos. Yo seguía batallando con mi propio dolor y con la mejor forma de contenerlo, pues Traian me necesitaba. Su rostro estaba húmedo y parecía frágil, algo grave de presenciar en un hombre cuya apariencia la mayor parte del tiempo era indestructible. Tomó unos segundos para excavar en mis ojos como buscando la verdad e hice lo posible para transmitir la fuerza que necesitaba.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora