Capítulo 4

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—¿Puedo cobrármela ya? —preguntó Tony, sin alterar la respiración, abriendo uno de sus ojos.

—¡Tony! Estás despierto.

—No es como si pudiera dormir si no paras de hablar.

Steve frunció el ceño, sintiendo como sus buenas intenciones se iban al piso con sus palabras. De entrada no había tenido intención que le escuchara, pensaba que estaba dormido, pero ya que estaba despierto... ¿Tanto le costaba a Tony no ser tan salvaje?

—En fin, ¿me la puedo cobrar ya o no?

—¿Cobrar el qué?

—La que me debes, ¿has dicho que me debías una, no?

—Sí... Sí, claro, ¿qué quieres?

Sin relajar su ceño fruncido, Steve lo miró con curiosidad. Su deuda estaba más bien encaminada a ayudarle en lo que necesitara, a protegerlo. No entendía qué podía necesitar Tony de él en aquel lugar. Porque ir a buscarle un zumo a la máquina expendedora no serviría. Tendría que ser algo más grande, más real. Después de todo, si no hubiera sido por su traje, Tony estaría muerto. Y una parte de Steve estaba totalmente segura de que, aún sin él, Tony lo habría hecho.

Le gustaría enfadarse aún más con él al ser consciente de ese hecho, al ser consciente de sus locuras suicidas y sentir que no podía evitarlas. Pero sabía que, con ese incidente en concreto, no podía cargar su preocupación contra Tony con todas sus fuerzas. Aun podía recordar cómo él mismo se había lanzado sobre una granada en el campamento militar antes de la operación que lo llevó a ser el Capitán América. Él, siendo apenas un joven asmático de cuarenta kilos... El recuerdo estaba difuso en su mente, pero estaba. Solo podía rezar porque Tony no averiguara jamás esa anécdota. Lo usaría como escudo cada vez que le recriminara su insensatez.

—Quiero mimos —dijo Tony al fin, mirándole.

Steve lo observó desconcertado.

—¿Qué?

—Quiero mimos.

—¿Mimos? ¿A qué te refieres con mimos?

—Pues eso, mimitos, cariñitos, arrumacos...

—Espera, espera, ¿quieres que yo te dé..., mimitos?

—Sí.

—Y lo dices sin sonrojarte siquiera.

—¿Por qué iba a sonrojarme? Solo quiero mimitos.

—Lo que debería sonrojarte es pedirme que yo te dé mimitos.

—¿Por qué?

—Porque no tenemos la clase de relación que da pie a...

—¿Y por qué?

—Porque nunca hemos dado a entender que queremos algo así.

—¿Y por qué?

—¿Cómo qué...? —Steve se tapó el rostro con las manos y resopló—. Tony, te estás burlando de mí, ¿verdad?

—No, ¿por qué?

Steve lo estudió con la mirada, buscando la picaresca de toda aquella situación, pero solo encontró los ojos de Tony brillantes por los rastros de la fiebre. Era una mirada sincera y un tanto atontada ¿Sería quizás por los efectos de la medicación? Las drogas usadas por sedantes a veces daban pie a esa clase de comportamientos.

Teniendo esa teoría en mente, Steve supo que era mejor enfocar la situación desde otro punto de vista.

—¿Qué te parece si llamo a Pepper para que ella te dé mimos?

Cuddly ManDonde viven las historias. Descúbrelo ahora