Capítulo 3

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La preocupada y cálida voz que lo llamó lo desconcertó lo suficiente como para hacerle olvidar durante un segundo el dolor. Gruñendo, abrió lentamente los ojos, entrecerrándolos. Era doloroso ver la brillante luz del día con sus irritados ojos, los sentía inflamados y le ardían. Aún así, hizo un esfuerzo por mantener los ojos lo más abiertos que podía —que no era mucho, él apostaba a que se parecía el perro sospechoso de Los Simpson— y buscó la procedencia de esa voz.

Se encontró con los brillantes y preocupados ojos azules de Steve pendientes de él. Steve vestía una de sus aburridas camisas de leñador, de un suave color crema; su cabello peinado rígido y milimétrico y la cara limpia. Todo habría sido como siempre hasta que se dio cuenta de que Steve tenía las mangas de la camisa arremangadas a la altura de los codos y los primeros botones desabrochados; que los mechones de su nuca lucían ligeramente alborotados, como si se hubiera pasado los dedos por ellos; y la piel bajo sus ojos lucía tenuemente inflamada y amoratada, como si fueran ojeras.

Para su vergüenza, sin darse cuenta se le quedó mirando en babia durante un minuto entero sin articular palabra.

—¿Tony? —lo llamó nuevamente Steve, preocupado por su mutismo.

Tony cerró los ojos, emitiendo un gruñido dormilón. Apretó los párpados con fuerza, haciendo acopio de valor, antes de devolverle a mirada a Steve, que lo miraba totalmente pendiente de sus movimientos.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Tony, desconcertado.

—Después de que impactó la granada en ti, te desplomaste. No es sorpresa alguna, la bomba destrozó al completo tu traje y llegó a herirte.

Examinó su cuerpo, descubriéndose totalmente cubierto por un juego de sábanas blancas y una suave manta de un amarillo tan chillón que resultaba ofensivo para la vista. Solo sus brazos estaban al descubierto, comprobando que uno tenía conectado una vía en el pliegue del codo, mientras que el otro estaba espantosamente enyesado al completo. Descubrió que el pitido insoportable provenía del monitor cardíaco a su lado. No necesitó de más para saber que estaba encerrado en una habitación privada de un hospital.

—Aparte del brazo roto, ¿qué más tengo?

Steve apretó los labios, dudando de si debía seguir hablando o llamar antes a la enfermera.

—Steve...

Steve suspiró, sabiendo que Tony no dejaría que ningún médico le revisase hasta que hablara.

—Con todo, tu traje recibió la peor parte. No sé cómo los fabricas, pero algo tienes que haber hecho para que no reventara contra ti al estallar la bomba sobre ti. Aún así, el metal desfigurado y caliente provocó cortes y quemaduras de primer y segundo grado por todo tu pecho. Tuvieron que operarte de urgencia para restaurar tu brazo, que se astilló en tres partes distintas con el impacto de la bomba y el giro del metal caliente.

Más allá de todo lo que Steve le estaba contando, a Tony le sobrecogió un extraño sentimiento de vulnerabilidad, de miedo. Su traje, que apostaba todo lo que tenía había quedado hecho una lata, le había protegido..., pero habría sido tan fácil que se hubiera quedado allí. Se sintió repentinamente solo. Siempre había sido un sentimiento que se había mantenido agazapado en su interior, en el fondo de su mente. Pero en esa ocasión estaba a su lado, abrazándole con su fría y pesada forma. Cerró los ojos, sintiendo la cabeza embotada y el frío extenderse por su cuerpo.

Podría haberse dejado hundir en la miseria de su soledad, pero un contacto cálido, totalmente discordante con aquel frío que le hacía temblar, le hizo abrir los ojos. Steve rozaba su frente con el dorso de su mano en un contacto suave, sorprendiendo a Tony.

—Creo que la fiebre ha vuelto...

—¿He tenido fiebre?

—Desde que te trajimos aquí. Es señal de que tu cuerpo sigue luchando por sanar.

Steve cogió un trapo de un balde lleno de agua y hielo, lo escurrió y lo puso sobre su frente. Tony quiso protestar, que tenía demasiado frío para que le pusiera nada de eso encima, que lo único qu quería era una montaña de mantas, pero la preocupación en los ojos de Steve era tan genuina que no pudo decir nada. Solo suspirar con cansancio, luchar por no arrancarse la vía con los dientes, y volver a cerrar los ojos.

Pasó el tiempo, Tony no supo exactamente cuánto porque el único medidor del tiempo eran los latidos de su corazón, y ambos se mantuvieron en silencio. Cada cierto tiempo Steve le cambiaba el paño sobre la frente, olvidándose completamente de que era su deber llamar a los médicos ahora que Tony se había despertado. Solo se quedó allí, a su lado, incapaz de moverse. Steve no se explicaba por qué, pero sentía que si en ese momento no cuidaba de él y permanecía a su lado, Tony se rompería en pedazos.

—Tony... —lo llamó, sin recibir respuesta. La respiración de Tony era tan tranquila que pensó que había vuelto a dormirse—. Eres el hombre más insensato y orgulloso con el que he tenido la oportunidad de cruzarme, y cuando estés curado voy a hacer que te aprendas de memoria los parámetros de acción cuando trabajas con el equipo, pero tu insensata valentía me salvó la vida. Te debo una, Tony. Gracias.

Domingo, 12 de noviembre de 2017

Domingo, 12 de noviembre de 2017

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Cuddly ManWhere stories live. Discover now