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Decir que Emmaline se sentía tan culpable que no podía dejar de retorcerse de dolor no hubiera sido una exageración.

«¡Mierda!»

¿Cómo se le había ocurrido silenciar el teléfono de Harry? Sin preguntárselo. Se restregó las manos por la cara por décima vez esa mañana.

Todavía estaba en casa de Harry, a pesar de que tenía que estar en el trabajo media hora después. Pero se había quedado allí con la esperanza de volver a verlo. Había puesto la cafetera e incluso había hecho una tarta de almendra (receta de su abuela y una de las pocas cosas que sabía hacer de memoria) a las cuatro de la madrugada. Se había imaginado que Harry regresaría a casa y le diría que su abuelo estaba bien, que solo había sido un susto; que le preguntaría qué tenía en el horno y que la perdonaría sin dudar, que no volvería a mencionar el tema del móvil.

Pero él no había vuelto a casa, no le había mandado un mensaje de texto ni llamado y ella no se atrevía a interrumpirlo. Después de todo, no era de la familia.

La lluvia se había convertido en nieve en algún momento, la última nevada pesada y copiosa del invierno. Aunque no fuera suficiente para considerarla una verdadera tormenta, sí servía para deprimir.

Sargento comenzó a ladrar excitado. Emmaline se levantó de donde estaba sentada ante la mesa. El cachorro movió la cola y gimió al tiempo que golpeaba el ventanal con una pata.
Se trataba de Hadley, que subía el camino de acceso hasta la puerta de Harry con un impermeable negro brillante.

«Lo que faltaba.»

Emmaline le abrió la puerta justo cuando la otra mujer llamó.

—¡Sorpresa! —gritó Hadley, abriéndose la gabardina.

Llevaba un corsé rojo pasión y un pequeño tanga.

—Hola —la saludó Em—. Una ropa interior muy bonita. —De acuerdo, eso era un cuerpo perfecto. Calculó que su muslo y la cintura de Hadley tenían aproximadamente la misma circunferencia.

—¿Dónde está Harry? Tengo que hablar con él ahora mismo.

«Ay, no.»

Hadley estaba borracha.
Se le había corrido la máscara de pestañas, y aunque no llegaba a parecer Heath Ledger en el papel del Joker, le faltaba poco. Se había pintado mal los labios y parecía que tenía la boca torcida. Su pelo rubio, por lo general liso y perfecto, estaba enmarañado. No llevaba medias a pesar del frío. Ni zapatos cómodos... Llevaba unos tacones de diez centímetros al menos. Tenía los pies casi azules.

—Adelante —dijo Em—. Harry no está.

—Bueno, ya he pasado por Blue Heron y allí tampoco está. Así que no me mientas. ¡Quiero verlo! ¡Después de todo es mi marido!

—Ya no lo es —replicó Emmaline. No pensaba contarle a Hadley lo del pobre señor Styles. Se presentaría en el hospital, y no creía que Harry necesitara eso.

Pero ¿no era esa una buena práctica para negociar una crisis? La mitad de las llamadas que recibía era porque alguien había bebido de más. Primera regla en una negociación: establecer una buena relación.

—Pasa, Hadley. Esos zapatos son preciosos, pero debes de tener los pies congelados.

—No t-tienes q-que decirme lo q-que tengo que hacer —Hadley arrastraba las palabras.

—No, claro que no. Pero, ¿estás segura? Aquí dentro se está muy calentito. Y hay café.

—Besa mi rosado... trasero... sureño. —Le clavó el dedo en el pecho con cada una delas tres últimas palabras.
Em aguantó una sonrisa. Era difícil llevar adelante una negociación con empatía oyendo Cosas como esa.

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