Capitulo 28: Una desgraciada doncella de los lirios

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 —Oh, parece realmente muerta —susurró nerviosamente Ruby Gillis, observando la carita blanca y quieta bajo las movedizas sombras de los abedules—. Me da miedo. ¿Os parece que está bien jugar a esto? La señora Lynde dice que todas las representaciones son abominables.

 —Ruby, no deberías hablar de la señora Lynde —dijo Ana severamente—. Eso echa a perder el efecto, porque esto pasa cientos de años antes de nacer esa señora. Jane, encárgate de esto. Es una barbaridad que Elaine hable mientras está muerta. Jane se puso a tono con la ocasión. No había telas doradas para la mortaja, pero un viejo cubrepiano de crepé japonés amarillo fue excelente sustituto. Tampoco pudieron obtener un lirio blanco, pero el efecto fue más que suficiente. 

—Bueno, ahora está lista —dijo Jane—. Debemos besarle la frente, y tú, Diana, decir: «Hermana, adiós para siempre», y Ruby agregar: «Adiós, dulce hermana»; ambas tan tristes como podáis. Ana, por amor de Dios, sonríe un poco. Ya sabes que Elaine «yacía como sonriendo». Así está mejor. Ahora, empujad la barca.

Y la barca fue empujada, rozando un sumergido pilón durante el proceso. Diana, Jane y Ruby sólo esperaron lo suficiente como para verla en la corriente, camino del puente, antes de cruzar los bosques y el camino a la carrera, hasta el promontorio inferior, donde, como Lancelot, Ginebra y el Rey, debían esperar a la doncella de los lirios. Durante unos pocos instantes Ana, derivando lentamente corriente abajo, gozó plenamente de lo romántico de la situación. Entonces ocurrió algo no muy romántico. La barca comenzó a hacer agua. Al poco rato Elaine tuvo que levantarse, apartar la mortaja de oro y las colgaduras de negro color y mirar tonta- mente una gran grieta que cruzaba el fondo de la barca por la que el agua entraba tumultuosa. El agudo pilón del embarcadero había descompuesto la quilla de la barca. Ana no lo sabía, pero le llevó bien poco comprender que se hallaba en un momento peligroso. A ese ritmo, la barca se hundiría antes de llegar al promontorio. ¿Dónde estaban los remos? ¡Se habían quedado en el embarcadero! Ana lanzó un grito que nadie escuchó; estaba terriblemente pálida, pero no perdió el ánimo. Había una sola esperanza; sólo una.

—Estaba horriblemente asustada —le contó a la señora Alian al día siguiente—, y parecían años lo que tardaba la barca en llegar al puente, mientras el agua subía. Recé, señora Alian, con todas mis fuerzas, pero no cerré los ojos para rezar, pues sabía que la única manera en que Dios podía salvarme era dejando flotar la barca lo suficientemente cerca de uno de los pilares del puente como para que me subiera a él. Ya sabe que los pilares son viejos troncos llenos de nudos. Lo correcto era rezar, pero debía hacer mi parte observando y bien lo sabía. Dije: «Dios amado, por favor lleva la barca cerca del pilar y yo haré el resto». En tales circunstancias no se puede pensar en hacer una plegaria muy florida. Pero la mía halló eco, pues la barca dio contra un pilar, quedando allí un momento, y yo, echándome al hombro el cubrepiano y el chai, me agarré a un providencial nudo, y allí quedé, señora Alian, aferrada al resbaladizo pilar, sin forma de subir o de bajar. Era una posición poco romántica, pero no pensé en ello en aquel momento. Uno no se pone a pensar en romanticismos cuando acaba de escapar de una tumba acuática. De inmediato dije una plegaria de agradecimiento, y luego dediqué toda mi atención a sostenerme con todas mis fuerzas, pues sabía que dependería probablemente de ayuda humana para volver a tierra firme. La barca pasó el puente y, de pronto, se hundió en medio de la corriente. Ruby, Jane y Diana, que ya esperaban en el promontorio, la vieron desaparecer ante sus ojos y no tuvieron duda de que Ana se había hundido con ella. Durante un momento quedaron inmóviles, heladas por el terror ante la tragedia; entonces, chillando con todas las fuerzas de sus pulmones, corrieron por el bosque, sin cesar de gritar mientras cruzaban el camino real. Ana, aferrada desesperadamente a su precario apoyo, vio sus siluetas y escuchó sus gritos. Pronto llegaría ayuda, pero en el ínterin su posición era muy poco cómoda. Los minutos parecían horas a la infortunada dama de los lirios. ¿Por qué no llegaba alguien? ¿Dónde habían ido las chicas? ¡Quizá se habían desmayado! ¿Y si no venía nadie? ¡Quizá comenzara a cansarse y no pudiera sostenerse más! Ana contempló las horribles profundidades, con sombras cambiantes, y tembló. Su imaginación comenzó a sugerir toda clase de horribles posibilidades. ¡Entonces, exactamente cuando sus manos no podían sostenerla más, Gilbert Blythe pasó remando bajo el puente! Gilbert alzó los ojos y, ante su sorpresa, contempló una carita blanca y colérica mirándole con ojos temerosos y furiosos al mismo tiempo. 

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