Zafiro

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  Los pasos de Mia, Diana y Dolores Contreras resonaban en la cocina perturbando la paz de Lyra. No solo los pasos sonaban en la habitación como eco, sino también sus ruidosas risas. Eran capaces de romper la barrera que separaban a Lyra de su familia sin el mínimo de esfuerzo.

  Lyra dedujo que estaban preparando galletas por el sonar de las ollas, platos y cucharas, su mente se puso a dar vueltas alrededor de los números. El precio de la masa para galletas, los huevos y el azúcar para el glaseado, el agua, el gas, el impuesto. Cosas que le costarían una fortuna cuando diera la suma completa que se le exigía.

  Tomó una almohada y se la colocó arriba del rostro. Llevaba más de tres días en los que llegaban en el alba y se iban con la caída del sol, no le molestaba la presencia de su familia, solo que  a veces deseaba bajar y gritarles que guardaran silencio mientras estuvieran dentro de su morada, que fueran a hacer algo productivo para ayudarla a pagar la deuda que crecía cada día en su lomo. Pero sabía que no sería capaz de reprimir a las cuatro personas más importantes de su vida.

   La madre de Diana, tía de Lyra por parte de madre se hizo cargo de Lyra luego del suicidio de su madre, logró llenar el papel de madre para las dos pequeñas. Aunque el padre de Lyra seguía al corriente de su vida jamás lleno el papel que Lyra necesitaba en los años más importantes de su vida. La visitaba en intervalos de tiempo poco previstos, a veces de sorpresa y otras veces ni una llamada le daba.

  Podía decirse que era una familia de casi puras mujeres de no ser por el abuelo, José Contreras, o Tato como le decían todos en la familia. Tato se había hecho cargó de Diana y Lyra desde pequeñas llenando el papel de padre que las chicas necesitaban. El mejor padre que las chicas podían desear.  La familia de Lyra no era numerosa, solo eran ellos cuatro para apoyarse en las buenas, en las malas y en las peores. Que una integrante de ese pequeño círculo se encontrara en esas condiciones era sin duda una situación que requería el apoyo de todos por igual.

  Lyra bajó a la cocina a paso lento y torpe como si en esos días encerrada en su cuarto hubiera olvidado como caminar. Un pie delate del otro para no caer. No deseaba por ningún motivo convivir con su familia, un deseo bastante extraño para una muchacha tan hogareña como lo era ella.

  El pasado le sentaba de maravilla a Lyra, ya que lo que en ese momento veían sus iguales no era más que un espejismo de lo que alguna vez fue. Evitaba los espejos y la luz como un vampiro, pero por más dura que se la diera para bajar a probar bocado tenía que ir a la cocina en busca de algo para el dolor de cabeza que comenzaba a aturdirla.

  Todos en la cocina voltearon a verla cruzar el umbral. Tenía el aspecto de un fantasma: muy pálida y algo delgada para como era normalmente ella.

—Buenos días linda, ¿cómo te sientes? —saludó Dolores mientras batía en el bowl.

—Cansada. Con dolor de cabeza —explicó Lyra borrándole la sonrisa a Dolores.

  Dolores Contreras resultaba ser una de esas mujeres que se veían más jóvenes cuando sonreían y más con su cabello recién cambiado lucia aún mejor. Contaba con un nuevo color, dorado claro, y también un nuevo corte que hacía más esponjado su dorada cabellera. De no ser por la deplorable apariencia de su sobrina hubiera alardeado del tema por horas, de como surgió la idea y cuanto duro en la peluquería. Pero de nada valía hablar de ello si a Lyra no le sacaba una sonrisa. Que más quería ella que aquel fantasma volviera a sonreír. Sin perder ni un segundo maquino una idea que sacaría a Lyra de su desdicha. Siguió batiendo el contenido del bowl a la espera del momento justo para proponerlo.

—¿Dónde están las pastillas? —preguntó Lyra sobando su cabello. Alguien había movido todo sus medicamentos de su mesita de noche, una de las razones de su jaqueca.

—Segundo cajón a la derecha —La guío Diana sin quitar el ojo del pelo de Mia. La pobrecita a veces no se podía explicar cómo el rubio cabello de su hija se enredaba tanto y tan rápido.

—¡No quiero que tomes ningún narcótico, me oíste Lyra Contreras! —rugió Dolores dejando de batir la mezcla de galletas. Lyra subió las manos en forma de rendición—. Ya has dormido lo suficiente.

—¡Ya! Solo tengo dolor de cabeza —Se excusó para luego tomar sus pastillas. A escondidas, Lyra metió dos pastillas en su boca en el momento que ni Dolores ni Diana la veían, solo Mia y su, adormilado, Tato.

—Una vez estuve con una muchacha como tú, ¿sabes, Lyra? —habló su Tato jugando con un cubo de juguete que Mia tenía a su cuidado, en un momento de espabilo.

—¿Una divorciada de veintiocho años que no puede quitarse el dolor de cabeza? —inquirió Lyra acercándose a la barra.

—Una ojimiel —Se mofó negando con la cabeza ante las palabras de su nieta—. Pasamos unas noches inolvidables...

—¡Abuelo! —murmuró Diana tapándole los oídos a Mia.

—Bailando y riendo por las calles de...—Se quedó pensando y luego continúo:—. Creo que de Argentina o México, de cualquier modo, fue una de las mejores mujeres con las que he estado —Dolores carraspeó la garganta mirando a su padre seriamente—. Pero ninguna como la abuela, claro.

  Lyra no se encontraba de humor para escuchar las anécdotas graciosas del Tato. Ni con sus analgésicos podía recuperar el sentido del humor.

—Lyra, antes de que subas quiero decirte que deberías darte una vuelta por la tienda, ¿no crees? —comentó Diana liberando a Mia de su castigo cabelludo, siendo libre para quitarle sus juguetes a Tato.

—¿Crees que quiero ir a hornear galletas con estos dolores de cabeza? Yo paso, no tengo ganas ni de ver el sol —dijo Lyra a punto de irse de la cocina.

  Dolores y Diana comenzaban a preocuparse por la actitud que estaba tomando Lyra. La forma en que se expresó de los dulces era preocupante. El placer y orgullo de Lyra era ese pequeño local de dulces. Para Lyra Contreras cocinar diferentes platos de repostería calificaba en su mayoría como una terapia para la tristeza, el malhumor y el estrés. Abrió su local con ayuda de su prima, su tía y un empujón de Alonso, un pequeño lugar en una de las zonas más bonitas de la ciudad. La zona industrial del placer gastronómico y embellecedor: ya que habían desde salones de belleza hasta restaurantes de toda clase. Cerca de un centro comercial llamado El Paris se encontraba esa zona, todas esas tiendas; salones de belleza, restaurantes, heladerías y cafeterías que giraban en torno a aquel centro comercial, como un sistema solar en pequeña escala.

  Con esa actitud Dolores no le vio otro remedio que emplear esa pequeña idea que surgió en su cabeza al ver que Lyra tenía intenciones de irse otra vez a su habitación.

—¡Espera! —chilló Dolores haciendo que Lyra se detuviera antes de cruzar el umbral—. Diana me pidió que le cuidara a Mia para ir a una fiesta, ¿no se te apetece ir a mover el culo un rato?

—No —sentenció con severidad.

—Ayúdame —Le murmuró Dolores a su hija para que captara la idea.

—Ven conmigo, por favor —rogó Diana sin causar algún efecto en su prima—. Iremos al Genezi, tú, unos amigos y yo. No seas aguafiestas.

—Voy a pensarlo. No aseguro nada, ¿contentas?

  Ambas mujeres asintieron.

  Lyra salió de la cocina con una pera en la mano sin decir más nada. Subió a su cuarto con un enorme nudo en la garganta, todo en lo que ella creía se venía en picada, incluyendo la relación con su familia. Sus ojos se encontraban inundados de lágrimas y su cabeza de culpa.

  Caminó a su cama y se sentó en la orilla mirando directo a la ventana mientras las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas. En un momento de lucidez recordó el único frasco de pastillas que ninguna de las mujeres de su familia hubiera encontrado sin su ayuda. Abrió la primera gaveta de su mesita de noche, justo arriba de su muy mosqueado desayuno. Metió la mano sacando así el frasco de pastillas. Vertió el frasco y sacó una de las pastillas.

  Era una pastilla redonda de tono azul, el color perfecto para un narcótico tan efectivo como lo era ese.

  No iba a pensar eso de salir con su prima, lo que más quería era quedarse encerrada para seguir hundiéndose en su propio infierno. 



Sombras de azulWhere stories live. Discover now