Con cada centímetro de mi ser

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Dolor era todo cuanto Clarke podía sentir, desde que cayó por su imprudencia en manos de Nia. Si estaba preocupada no quería que se le notara, no quería que supieran que tenía un punto débil, a alguien que le hacía vulnerable. Si algo le pasaba a Lexa ella no podría soportarlo.

Las cadenas de plata laceraban su piel, quemándole, provocándole tanto dolor que apenas podía respirar mientras, a rastras, la conducían hacia el interior del castillo vampiro, donde Nia se aseguró de dejarla bien sujeta en su celda, aprisionando sus muñecas sobre su cabeza con argollas de plata, debilitándola cada minuto que pasaba. La propia posición en la que estaba en si misma ya era una tortura, sus pies apenas tocaban el suelo y sus brazos cargaban con todo su peso, provocando que las argollas apretaran su piel con fuerza. El dolor la estaba sumiendo en la inconsciencia, solo a ratos permanecía cuerda, solo cuando pensaba en Lexa y su corazón latía con fuerza deseando que Raven no emitiera el mensaje, que la diesen por muerta, que su castaña no se pusiera en peligro.

Perdió la noción del espacio y el tiempo mientras notaba las gotas de sangre y sudor corriendo por sus brazos, mientras sentía el ardor lacerante de la plata. Su único contacto con el exterior era Nia, que disfrutaba torturándola y cada cierto tiempo hacía acto de presencia en la celda, con esa mirada altiva y sádica, con la sonrisa de un niño ante su juguete favorito.

-Espero que estés cómoda lobita, no te preocupes, no estarás mucho tiempo aquí. Cuando mi hija venga a por ti todo esto acabará.

Con su voz rasgada y cansada, Clarke se enfrentó a esa mujer pues no estaba dispuesta a dejarse intimidar, a pesar de saber que su muerte estaba cerca, sería desafiante hasta el final, hasta que no le quedaran fuerzas.

-Yo que tú no querría enfrentarme a Lexa, ella es única y letal

-Solo es una mocosa, una traidora y merece la muerte. Y morirá ante ti, eso tenlo claro.

El odio y la ira contra esa mujer y sus palabras, impulsaron a la loba a intentar atacarla, provocando que su dolor aumentase y una fría carcajada proveniente de la reina.

-Si no te portas bien, te harás más daño lobita, yo que tú me quedaría quieta e intentaría disfrutar un poco lo que te queda de vida.

Suavemente, la reina se acercó a ella, acariciando su mejilla con sus uñas, dejando un surco blanco por donde pasaba. Se acercó a su oído y le susurró.

-No hay duda que eres una Griffin, tienes los mismos ojos que tu padre, veremos si su brillo se extingue tan rápido como en los suyos.

Nia se marchó dejando a Clarke removiéndose e intentando soltarse para matarla, gritando de ira y dolor. Cuando se quedó sola, lloró amargamente pues imaginar un terrible destino para Lexa, dolía mucho más que cien cadenas de plata.

Mientras tanto, en el poblado de los licántropos, Raven intentaba detener a Lexa sin éxito, pues la vampiresa quería ir a buscar a Clarke sin demora, no soportaba imaginarla en manos de su madre.

-Lexa, por favor, para, no puedes ir, Clarke no quiere que vayas

-A mí eso me da igual, voy a ir a buscarla, voy a entrar en guerra por ella si hace falta, así que suéltame si no quieres que te mate.

Raven la soltó, asombrada por ver a un vampiro dispuesto a todo por salvar a uno de los suyos. Lo que inicialmente era odio hacia la vampiresa, rápidamente se transformó en respeto y admiración y no solo en ella sino en todos los miembros del clan que, por primera vez, miraban a Lexa con otros ojos.

-Está bien, pero no irás sola, te acompañamos. Los lobos te acompañamos

-No quiero que os pongáis en peligro, será mejor que vaya sola.

Hijos de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora