Capítulo 31: Charla casual.

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¡Eva, regresa!—gritaban al unísono Ely y Kev. No podía más con todo lo que estaba pasando, necesitaba tiempo, necesitaba estar sola, alejada de todo. Alejarme por un buen rato. Mi mente iba a explotar de tanta desesperación continua.
Corrí y corrí hasta que hallé un callejón solitario, y conectando con el, una escalera mohosa y de aspecto anticuadamente viejo. Subí por ella, mientras gotas cristalizadas rodeaban mis mejillas. Mientras subía mis manos se contagiaron con la oxidación áspera que brotaba de la escalera, haciendo que mis manos se medio-lastimaran. Pero no me importó lo suficiente como para detenerme a pensar en esa pequeñez.

El dolor real era interior.

Al llegar a el final de la escalera, ví que me había conducido al techo de algún pequeño edificio. Para mi sorpresa habían unos jóvenes haciendo una mini fogata y, si, en el techo. Como era muy amplio, me senté en una esquina, muy lejos de ellos, mientras la brisa de la noche helaba mis mejillas y movía mi cabello como una danza matutina. Miré mis sucias manos, lo cual a la cercanía repugnaba, así que las sacudí un poco. Trataba de pensar en todo lo que había pasado, y ni siquiera podía. Mi mente no daba para más. Simplemente pensaba en... nada. Miraba el paisaje, las luces, los autos pasar abajo, las estrellas, era algo tranquilizante.
Estuve así por varios minutos, quizá perdí la cuenta exacta, a lo mejor quince minutos así, hasta que alguien se me acercó. Un señor, con aspecto indú, perfilado y con un natural bronceado, ojeroso y sonriente se me acercó.

—¿Linda noche, no?—dijo mientras caminaba hacia mi lentamente sin dejar de mirar las estrellas.

—Sí, y muy tranquila.—suspiré.

El señor mayor inhaló y exhaló profundamente. Lleno de paz y tranquilidad. Como si no supiera que es tan siquiera una preocupación. A lo cual lo miraba fijamente, y con mucha curiosidad.

—Quisiera ser como usted.—bromeé.

El señor rió.
—¿Por qué el comentario, señorita?—dijo mientras acomodaba la manta que llevaba alrededor de su cuerpo.

—No lo sé... usted me inspira paz con su tranquilo respirar. Dígame su secreto.

El suspiró.

—Vivo un día a la vez. No me ajoro por el mañana. Y siempre teniendo en cuenta que Él tiene todo en control.

—¿Quién?—pregunté un poco desconcertada.

—El de allá arriba, muchacha.—espetó mientras señalaba con su dedo indice al cielo.

Ya supe a quien se refería.

El señor me miró luego del comentario, a lo cual le regalé una sonrisa un poco cansada.

—A pesar de que aveces la vida nos patea el trasero como solía decir un viejo amigo, Él siempre estará ahí, lo prometio, que hasta el fin del mundo estaría con nosotros.—seguía mirando al cielo—. El no nos prometió que no pasaríamos por situaciones, querida. "En el mundo tendréis aflicción pero confiad; yo he vencido al mundo."

Mis ojos quitaron su dirección a las estrellas para posarse sobre aquel hombre.

—¿Ves? Tendremos aflicciones, no todo será color de rosa, porque vivimos en un mundo, jóven. —proseguía en un tono amable y pasivo.— ¡Pero El estará con nosotros, y para los que confían en Él, todo obra para bien! Te lo digo por experiencia, señorita.

Mis ojos no podían parar de dejar de observar continuamente a aquel hombre al cual las palabras le fluían tan fácilmente, era algo extraño, él radicaba paz, sus palabras radicaban paz, todo a mi alrededor había parado al escuchar las palabras de aquel señor.

Y creo que todo empezó a tener más sentido pero tenía un cuestionamiento justo. ¿Por qué este hombre me decía todo esto?
Simplemente era tan extraño, pero tan reconfortante, raramente sus palabras me habían puesto a pensar. Pero, la pregunta seguía en mí.

Lo miré fijamente.

—¿Por qué me dice todo esto?

—Usted me preguntó—rió— lamentablemente creo que soy muy detallado en todo lo que digo.

Reí

—Es una buena cualidad, me gusta. — medio sonreí.

El señor sonrió, mientras volvía a posar su vista sobre el paisaje.

—Me alegra escuchar eso.—soltó.

Ambos reímos.

—Tengo muchos hijos, siempre les aconsejo, les hablo para que siempre estén firmes. Aunque no es fácil, y estoy consiente de ello. Yo mismo he pasado por pruebas... pero la cuestión es saber sobrellevarlas.

Sonreí amistosamente.

—Gracias, necesitaba escuchar algo así.

Y la verdad, era agradable... no le estaba mintiendo a el ni a mi misma. Era extraño, pero me sentía bien, me sentía cómoda. Creo que era lo que necesitaba escuchar, lo que debía escuchar.

Al final de rodillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora