¢αριтυℓσ υиσ

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Chicago apenas tenía siete años, cuando su madre le gritó lo peor que oiría en su vida:

-¿Quién va a querer a una niña de siete años que no sigue la pureza de sangre, cuando ni tus padres te quieren?

La niña, llorando, subió a su habitación sin haber tocado la cena y se tumbó en su cama boca abajo. La niña, a su corta edad oía continuamente cosas así, pero hoy había sido la gota que colma el vaso.

La pequeña miró junto a su armario. Aún no habían guardado la maleta de cuando se fueron de vacaciones. Sin pensarlo dos veces, se levantó de la cama y abrió la maleta, ahora vacía, para meter algo de ropa. Era pequeña, pero no estúpida, ya que en el norte de Europa hacía demasiado frío, y necesitaría ropa de abrigo. También metió algo de dinero, con los 30 galeones que le dieron por su cumpleaños tendría suficiente, o al menos eso pensaba. Miró su osito de peluche. Lo necesitaría, llevaba demasiado tiempo con él, así que lo metió en su maleta. Luego la bajó y la dejó en su sitio. Cuando sus padres durmiesen se iría.

Pasó una, dos, y hasta tres horas, en las que sus padres solo hacían ruido. Cuando dejó de oír ruido, fue a la sala de escobas, donde, capas negras, estaban colgadas en la pared. Cogió su escoba, hecha a medida junto a la capa más pequeña de la sala y salió de allí. Luego ató la maleta a su escoba, y cuando se aseguró de que no se caería, se fue por la ventana.

Voló por hora y media intentando evitar las nubes, hasta que se cansó de volar y decidió parar en un pueblo muggle. Desde allí, siguiendo algunos carteles, la pequeña llegó a la estación de tren, donde, ilegalmente, se adentró en uno de los vagones. Tuvo suerte de que no fuese un tren comercial, si no de mercancías.

Por cinco horas y media descansó en el tren, y cuando el tren paró, Chicago bajó. A la primera persona que vio en la parada le preguntó por la localización del lugar. Se encontraba en Berlín, Alemania.

Decidió ir a algún lugar sin muchas personas para poder montar en su escoba, para llegar a Londres.

A la hora de viaje tuvo que parar para tomar algo de comida, así que cogió algo de dinero y fue a una tienda.

-Un bocadillo, por favor.- Dijo la niña en un perfecto inglés, poniendo un galeón sobre el mostrador poniéndose de puntillas, ya que no llegaba a ver.

-¿Qué es esto?- Dijo el dependiente con acento francés.- No sé a cuantos euros equivale eso, así que no te lo voy a coger. Ni siquiera sé si es dinero real.

La pequeña, con cara triste, salió de la tienda, y hambrienta se sentó en la acera con sus cosas.

Tras ella, un niño castaño suave de unos 11 años, salió de la tienda con un bocadillo. Se sentó junto a ella sin importarle manchar su ropa. Pues hacía unas horas había llovido.

El chico le dio la mitad del bocadillo.

-Cógelo linda.- Le dijo el chico sin acento francés, como Chicago esperaba.

-Gracias.- Dijo aceptándolo.

-¿Cómo te llamas?- Preguntó el pequeño mordiendo el bocadillo.

- Chicago. Raro ¿verdad?

- Un poco - rió

- ¿Por qué no tienes acento francés? Y bueno, ya que estamos ¿Cómo te llamas?

- Harry, pero me dicen Hazza❤ Y no tengo acento por que estoy de visita. Mis abuelos viven aquí, pero yo vivo con mis padres y mi hermano Saint en Inglaterra, y por lo que veo tú también.

-Te equivocas, soy del norte de Europa, Noruega, concretamente.

-Oh. Es que tienes un acento inglés impecable, linda.

-Ya, mis padres son ingleses.

Ambos chicos pasaron un rato comiendo y hablando, hasta que una mujer morena llamó al nuevo amigo de Chicago.

La pequeña, con la idea de que sabía inglés, pensó en ir a Gran Bretaña, donde el resto de su familia habitaba.

La chica, cogió su escoba del suelo y caminó hasta un descampado, desde donde saldría hasta Londres. Durante media hora estuvo volando, hasta llegar a Londres.

Chicago caminó por todo Londres maleta y escoba en mano. No sabía por qué, pero creía necesitar una ducha, aunque solo hubiesen pasado 9 horas desde que se fue de casa.

Durante su solitaria visita a Londres, una mujer de unos veinte cinco años se acercó a él. La niña se asustó un poco, pero la mujer, amablemente le preguntó:

-Pequeña, ¿cómo te llamas?

La niña vaciló un poco, pero finalmente se lo dijo:

-Me llamo Chicago.

-¿Te has perdido?

-No.

La mujer rió levemente.

-Cielo, si he aprendido algo en Hogwarts era a saber cuando las personas me mentían.

La niña la miró atento pero seria esa palabra "Joguars" le sonaba, bastante.

-Soy directora de un orfanato.- Dijo dejando las bolsas de la compra en el suelo.- No soy mala y mucho menos quiero hacerte daño, ven, puedo darte cobijo.

La niña lo dudó, pero tenía frío, y el dinero no se lo aceptarían en ningún lado, así que asintió.

Anduvieron por un rato hasta llegar a una casa grande. La mujer abrió la puerta, diciéndole a la pequeña que pasara. La niña entró y la mujer le cogió las maletas y la llevó a su nueva habitación.

La habitación de la niña era de un tamaño normal, con una mesa, un sillón y una litera. En su habitación, una niña estaba sentada en la cama de abajo. La niña era muy delgada, alta y morena de piel. De pelo negro y ojos marrones.

La mujer salió de la habitación, dejando a las dos niñas solas. La chica miró a Chicago, y ella supuso que por su aspecto no superaría su edad por mucho.

-Hola, soy Chicago.- Se acercó a su nueva compañera.- Tengo siete años, ¿tú?

-Yo soy Soraya. Tengo ocho.

-Oye, ¿puedo coger la cama de arriba?

-¿¡Qué?! ¡No, esa es mía!

-¡Venga ya!

-¡Lo siento pero es mía!

De pronto, las luces empezaron a parpadear.

-¡Déjame la cama!

-¡Que no!

Varias cosas de la mesa volaron a Soraya. De pronto, la puerta se abrió, dejando ver a la mujer, y las cosas golpearon a Soraya.

-¡Chicago!

-¡No lo hice yo! ¡Lo juro!

-Soraya, baja, tengo que hablar con Chicago.

Soraya salió de la habitación, dejando a la mujer y a Chicago a solas.

-Chicago, debes controlarte.

-¡Pero no lo...!

-No lo hiciste... Conscientemente. Te alteraste. Intenta estar tranquila, así nadie volará, nadie será golpeado, ni nadie saldrá herido.

La niña, sin entender que quería decir, asintió.

Chicago Carrow🔥Where stories live. Discover now