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Recorro a grandes zancadas el pasillo del instituto, aferrada a mi carpeta. No sé cómo, pero me he despertado diez minutos antes del comienzo de las clases y llego tarde.

Mi pelo oscuro me golpea sobre los hombros a cada paso que doy y me aparto un mechón del rostro de un soplido. Diviso la puerta de mi clase y recorro unos cuantos metros más hasta llegar a ella. Me paro en seco y vacilo antes de alzar el puño y golpear la superficie. La voz del profesor me avisa de que me permite el paso, y tras respirar hondo, entro.

—Allison. —El profesor de Geografía me mira sorprendido, al igual que el resto de la clase—. ¿Por qué has llegado tan tarde?

—Lo siento —es mi respuesta, y me dirijo hacia mi asiento.

La silla de Harry está vacía, por lo que no me recibe ninguna de sus características sonrisas socarronas. Sin embargo, Douglas, su rubio amigo y compañero de mesa, me lanza una extraña mirada. Intento ignorarlo y me dejo caer sobre mi asiento, abriendo el libro y esforzándome por entender la explicación del profesor.

Cuando el timbre suena, me levanto tan rápida y bruscamente de mi silla que provoco que más de una mirada se vuelva hacia mí. Siempre he lamentado que a Paige y a mí nos tocase en aulas diferentes, y echo de menos poder tener a alguien con quien poder compartir miradas durante las eternas horas de clase.

Salgo de nuevo al pasillo y me dirijo a mi taquilla. La gente pasa junto a mí continuamente, mezclándose y dirigiéndose con paso acelerado a sus respectivas clases. Algunos retrasan el momento parándose a hablar con sus amigos, llenando el pasillo de gritos y risas.

Un chico me golpea en el hombro al pasar y tengo que pararme para recuperar el equilibrio. Con un suspiro de impaciencia, pongo los ojos en blanco y llego hasta mi taquilla. «Ocho meses y serás libre», me recuerdo, intentando sacar algo positivo de este tedioso día.

Intercambio mi libro de Geografía por el de Física y cierro la pequeña puerta de metal con un golpe seco. Doy media vuelta y echo a andar de nuevo, buscando con la mirada a Paige. Tuerzo la boca cuando no encuentro su rostro entre la multitud y giro hacia la izquierda para adentrarme en el pasillo que lleva al gimnasio, donde se encuentra el aula del señor Anderson. Por suerte, apenas hay nadie y está tranquilo, por lo que esta vez no tengo que esquivar los pisotones de ningún alumno despistado.

En ese momento, un pesado humo de tabaco me rodea y comienzo a toser. Los ojos se me humedecen y giro la cabeza hacia mi izquierda, donde me encuentro a un tranquilo y sereno Logan, apoyado en la esquina que crea una de las taquillas con la pared.

Nuestros ojos se encuentran por un momento. Los suyos, azules, son fríos y calculadores, mientras que los míos, cálidos y oscuros, deben de transmitir confusión y suspicacia.

—¿Qué haces aquí? —pregunto, con los ojos entrecerrados. Él se ríe de una forma extraña.

—Fumar. ¿Acaso no lo ves? —Da otra calada a su cigarro, aunque esta vez me aparto a tiempo para evitar que expulse de nuevo el humo sobre mí.

—Estabas expulsado.

Se encoge de hombros.

—Solo por unos días.

Se crea un silencio, en el que nos limitamos a taladrarnos con la mirada.

—¿Por qué no te largas y me dejas en paz? —dice finalmente, aunque su tono suena indiferente.

—¿Por qué vienes al instituto? —pregunto, ignorando sus últimas palabras—. Odias esto. ¿Por qué vienes?

—¿Y a ti qué cojones te importa, remilgada?

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