—La última voluntad del duque, era que Angus estuviera junto a usted o en su defecto, al lado de esa señorita. Yo voy a cumplir con esa voluntad y no me importa si usted está de acuerdo o no —Riley se puso de pie y con rapidez guardó los documentos en su portafolio—. Por dinero no debe preocuparse, la señorita White va recibir una compensación, Angus, no será una carga para ella, ni para el hogar. Gracias por su tiempo, joven Terrence.

Riley hizo una reverencia hacia Terry, para despedirse de él. El actor por su parte, le pidió que no se marchara y, apresurado, le dijo:

—Está bien, está bien. Yo... me quedaré a cargo de Angus... —expresó titubeando y recriminándose interiormente, por tomar esa apresurada decisión.

—¿Está seguro de eso, joven?

Terry hizo un gesto al escuchar aquella pregunta, mas, inmediatamente, respondió:

—Sí Riley, estoy seguro.

—¿Qué es lo que le motiva a quedarse con él? ¿Está preocupado por su bienestar? ¿O le preocupa que el niño viaje a Indiana, y se quede con aquella muchacha?

—Ambas cosas son las que me obligan a quedarme con él —respondió Terry con honestidad.

Riley afirmó con su cabeza y después agregó:

—Sé perfectamente que usted tiene toda una vida por delante, y que es muy difícil hacerse cargo de un niño de cinco años, pero déme tiempo por favor... Intentaré contactar a un familiar de la duquesa. Buscaré que alguno de ellos reciba a Angus... Y luego, si usted lo desea, haremos lo trámites necesarios, para que alguno de ellos sea el nuevo tutor.

—¿Dónde está el niño, ahora? —interrogó Terry.

—Él está afuera, esperando —Riley observó a Terry con atención e inmediatamente preguntó—. ¿Está listo para verlo? Puedo hacer que Angus pase, si usted me lo permite.

—Sí, claro. Hazlo pasar... —contestó el actor, observando la puerta de su camerino, pensando en que una vez que esta se abriera, su vida cambiaría de golpe.

«Que sea lo que tenga que ser...» Se dijo, conforme escuchaba a Riley hablándole al pequeño, que había estado esperando, afuera del camerino.

—Angus... Ven aquí, por favor.

El niño se acercó sigilosamente hasta la puerta y posando su mirada gris en Riley preguntó:

—¿Ya nos vamos?

El asistente negó y armándose de paciencia explicó:

—¿Recuerdas lo que hablamos, mientras veníamos en el barco? —El niño dijo que no y Riley le recordó...—. Hablamos sobre tu estancia aquí en América, al lado de tu hermano —expresó el hombre, señalando a Terry.

El chiquillo pataleó en el suelo y enojado, se cruzó de brazos.

—¡No quiero Riley! ¡Ya te dije que yo no me voy a quedar aquí! ¡Quiero regresar a casa!

—Angus, por favor... Recuerda lo que hablamos.

—No quiero quedarme con él... ¡No quiero! ¿Qué no me entiendes? —exclamó el infante con desesperacion.

Riley rodó los ojos y luego intentó tranquilizarlo.

—El joven Terrence, es tu hermano mayor y él te va cuidar. Cuando la guerra termine, podrás regresar a tu hogar. Si así lo deseas, yo mismo vendré por ti.

—¡Quiero ir a casa ya! Quiero ir con la nana y quedarme con ella. No quiero quedarme aquí, Riley.

—Lo lamento, pero eso no es posible. Por favor, Angus, pórtate bien y no le des problemas a tu hermano.

—¿Ya te vas? —preguntó el pequeño, posando su mirada en la de Riley.

—Sí, ya debo irme... Lo sabes pequeño, yo solo he venido para traerte.

—No quiero que te vayas.

—Tengo que hacerlo, tú padre así lo quería. Por favor, entiéndeme. Él deseaba que tú te quedes junto a tu hermano y debes respetar esa decisión. Vamos, Angus, tú siempre has sido un buen niño... —El hombre le hizo una seña para que se acercara y recomendó—. No decepciones a tu padre. Pórtate bien con tu hermano.

Riley se despidió del pequeño con un fuerte abrazo, luego volteó para despedirse de Terry.

Finalmente, después de observar a los dos Grandchester juntos, se dio la media vuelta, caminó por el corredor y buscó la puerta de la salida.

—¡Riley! —gritó Angus al verlo con la intención de marcharse—. ¡No me dejes aquí! —gritó fuerte, al tiempo que el fiel ex asistente de Richard Grandchester abría la puerta y desaparecía—. ¡No me dejes! ¡Por favor no me dejes! —exclamó tomando su maleta, pensando en alcanzar al hombre, que por semanas, lo había cuidado.

—Angus... —le llamó Terry, mientras el chiquillo, le observaba y luego le sacaba la lengua.

—No... No me hables ¡Tú no eres mi hermano!

«Vaya... Después de todo es un digno hijo de Lorna, la Cara de Cerdo», pensó Terry, conforme observaba al furioso pequeño.

—No te quiero... ¡No quiero quedarme contigo! —Angus corrió hasta la puerta que daba salida de los camerinos, pero Terry se apresuró para alcanzarlo—. ¡Déjame! —exclamó el niño, lanzando una poderosa patada.

El astuto actor, esquivó el golpe y después, sin pensarlo, tomó el brazo del pequeño y le obligó a regresar.

—Grita todo lo que quieras. Llora hasta cansarte. Como sea, no podrás irte... ¡Nada de lo que hagas cambiará tu realidad!

—¡No me grites! ¡Tú no eres mi papá!

—Gracias a Dios, no lo soy... —expresó Terry, haciendo un gesto.

Angus frunció el ceño y luego agregó...

—Tampoco eres mi hermano... ¡No eres nada de mí!

—Quisiera decirte que tienes la razón, pero, por desgracia, eso sí es cierto. Es horrible ya lo sé, sin embargo tú y yo, somos hermanos. —Terry clavó sus ojos azules en los del chiquillo y luego dijo...—. Como ves... Yo tampoco estoy muy feliz con eso... —respondió al tiempo que Angus lo miraba—. No necesito más problemas en mi vida, pero ¿qué le vamos hacer?

Terry lo condujo hasta el camerino y enseguida le obligó a quedarse allí.

—Yo tampoco necesito de ti... —contestó Angus—. Quiero ir a mi casa. Quiero ver a mis papás y a mis hermanos...

—Ellos están muertos y lo sabes  —dijo Terry con rudeza—. No podrás verlos jamás. Tú única salida soy yo... ¡Y aquí vas a quedarte! ¿Entiendes?

Angus negó, moviendo su cabeza de un lado a otro y después, sin poder evitarlo por más tiempo, comenzó a llorar.

Los recuerdos más recientes de su vida en Londres, le asaltaron por completo, entonces, pudo darse cuenta de que el extraño que estaba frente a él, tenía la razón.

Estaba solo. Ya no tenía a nadie...

Sus hermanos enfermaron y luego su mamá y su papá también. No comprendía nada de eso, solo sabía que ninguno de ellos regresaría a casa. Ninguno volvería, porque ya todos se habían ido al cielo.

«Ellos se fueron al cielo» Le dijo la nana... «Te cuidarán desde allá, Angus... Por favor, no llores, pequeño. Mejor reza, para que ellos sean felices allá, arriba... Reza para que te protejan»

Ante aquel tormentoso recuerdo, Angus se cubrió el rostro con sus pequeñas manos, y casi de inmediato, sollozó con fuerza. Lloró con tal sentimiento, que entonces, Terry comprendió el daño que le había provocando, con sus hirientes palabras.

El actor resopló con enojo y sintió un profundo desprecio por sí mismo, pues inesperadamente, se había convertido en la clase de persona que él más odiaba...

Había comenzado su trabajo de tutor con el pie izquierdo, y eso era algo inaceptable.

Cuenta ConmigoWhere stories live. Discover now