El instructor se presentó a los doce jóvenes en la sala, su nombre  era Abel Franch, tenía una voz seca y el ceño arrugado, por lo que deduje que su paciencia no era mucha.

Pasamos la siguiente hora escuchando sobre las partes de un arco, las distintas clasificaciones, sus características, y alguna que otra información a tener en cuenta a la hora de disparar.  La presentación en power point terminaba con una imagen de Katniss cazando.

Luego de recibir algunos consejos para la hora de comprar nuestros arcos, pudimos marchar.  Fran llamó a su padre para que nos viniese a recoger, pero se vio atrapado en el tráfico de la tarde, de modo que tuvimos que esperarlo en el club.  En otras palabras, teníamos una excusa para recorrer las instalaciones.

—No somos parte del club, van a echarnos —alegué

—No seremos parte del club pero estamos pagando por clases aquí, y nos salió bastante caro.  Deberíamos poder dar una vuelta sin problemas —repuso ella.

Estaba a punto de agregar algo más, cuando la visión del campo de tiro me detuvo.  Era una enorme cancha abierta, seccionada por largas rejillas, donde sus miembros se encerraban a practicar.  Todos eran increíbles, y portaban los arcos más sofisticados que alguna vez había visto.

Estaba tan embobada mirando que ni siquiera noté otro par de ojos que se habían detenido en mí.

—¿Sucede algo? —Escuché preguntar a Fran.

Me volteé e inmediatamente reconocí el rostro de la recién llegada.  Esta vez lucía completamente diferente a la chica tímida que se encontraba en la cafetería cuando Eros la flechó con Nick.  La ropa de cuero, el elegante arco, los guantes y la brazera la hacían parecer más desafiante, pero aún así se sonrojó al ser descubierta.

—Somos compañeras en la universidad —explicó.

—¿En serio? No recuerdo haberte visto —pronunció mi amiga, haciendo retroceder a la joven.

—Yo sí la recuerdo. Somos compañeras en... —La verdad, no tenía idea—.  Fisiopatía Animal, ¿no?

—En realidad no —suspiró la desconocida—, pero sí compartimos otras asignaturas.

—Bueno, no importa —dijo Fran, acercándose a la recién llegada—. Soy Francisca, es un placer conocerte, y ella es Lizzie, es decir Elizabeth, pero ignora su nombre, es muy largo.  ¿Y tú eres...?

—Agnes French.

Ambas nos paralizamos al escuchar su apellido.

—¿Eres pariente del instructor? —inquirió.

—Es mi tío.

¿Por qué el mundo tenía que ser tan malditamente pequeño?

Fran dudó, pero continuó intentando entablar una conversación con Agnes.

—¿Y vienes aquí muy seguido? ¿Eres buena en esto? —cuestionó.

—Creo que aún me falta para ser buena, pero practico cada vez que puedo.

—No puedes ser peor que yo —aseguré.

—Eso es imposible —secundó Fran.

En realidad, no esperaba un comentario alentador de su parte.  Ninguna podía negar una verdad tan evidente.

Nuestra compañera se movió nerviosa, pasando sus ojos de nosotras al campo de entramiento.

—¿Quieren entrar?

Su rostro se iluminó al ver que las dos respondimos con entusiasmo.  Tuvimos que pasar por recepción a identificarnos como invitadas, luego  pasó su tarjeta de socia por una extraña máquina y la rejilla que rodeaba el campo de tiro se abrió para nosotras.

Agnes ya tenia su arco, y nosotras habíamos traído los nuestros, como buenas aprendices, así que nos fuimos directo al primer blanco, y la más experimentada hizo su demostración.

Tres perfectos tiros justo en el centro, y aseguraba ser una principiante.  ¿Qué quedaba para mí?

—¡Eres increíble! ¡Te odio! —chillé.  Agnes retrocedió asustada, y tuve que apresurarme en corregir mis palabras—.  Es decir, no te odio, solo te envidio mucho.  Pero  es envidia sana.

—Lo que sucede es que ella es un maldito asco y tú eres la puta ama de la arquería —resumió Fran.

—Exacto —suspiré.

—Nadie es bueno al principio, hay que practicar para mejorar —afirmó—. Yo puedo ayudarte.

—¡¿De verdad?! —pregunté con alegría.  Una maestra como ella valía oro.

Ella asintió y me pidió que le enseñara lo que sabía hacer.   Fallé mis tres intentos, ni siquiera me acerqué al blanco y aún así, continué arrojando flechas, como si alguna fuese a darle mágicamente.   Yo no tenía ni siquiera la suerte del principiante.

—Estas tensando demasiado el arco —Me detuvo Agnes.

Tomó mi herramienta en sus manos y disparó una flecha que fue a dar justo en el centro rojo.   Me sentí levemente humillada.

—¿Eres zurda? —preguntó.

Negué sin decir una sola palabra.

—Disparas con un arco para zurdos, pero eres diestra —meditó—. ¿Acaso tu ojo dominante es el izquierdo?

Esperaba que mis ojos le dijeran que no tenía ni la menor idea de lo que hablaba.

—Su arco fue un regalo de... —Fran dudó—. Un experto en arcos, así que no tenemos idea de nada.

Agnes continuó analizando el instrumento.

—Esta vez intenta apuntar usando tu ojo izquierdo —sugirió.

Tomé la cuerda y la empuñadura, utilizando mi ojo izquierdo fijé mi atención en la diana.  Ésta vez, Agnes corrigió mi postura, subiendo un poco la punta de flecha, y acomodando mis hombros.

—No tienes por qué usar tanta fuerza, estas sufriendo innecesariamente —explicó.

Solté la flecha, y los segundos que tardó en atravesar el campo se sintieron eterno, hasta que se enterró en la diana, en la parte más alejada del centro.  Aunque se sintió como si hubiese dado justo en el blanco.

Salté, grité, y abracé a mis dos compañeras, demasiado feliz como para contenerme.

Cupido por una vez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora