VII

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La respiración que exhalo es todo lo que contrasta con el aleteo de aquellas alas negras embozando la espalda de Zyer

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La respiración que exhalo es todo lo que contrasta con el aleteo de aquellas alas negras embozando la espalda de Zyer. El viento que producen mueve mi cabello en un vaivén cálido, pero tan electrizante que sensibiliza cada espacio oculto de mi piel. El silencio apremia el tiempo, y éste el ardor de mis ojos, que no dan crédito a lo que ven.

Zyer desliza su otra mano por mi cintura posicionándola en mi espalda, de manera que me apega a su cuerpo mientras tiemblo bajo el oscuro cielo. Me aferro a su cuello cuando me lleva al suelo, pero no quiero bajar sin comprobar que no estoy alucinando.

Ahogada en duda y temor, estiro mi mano hacia una de las alas. Siento que mis dedos palpitan con fuerza en una dicha eterna por lo que harán, pero, antes de poder tocar siquiera una pluma, las alas se desvanecen como la misma ceniza.

—¿Cómo es posible? —pregunto todavía manteniendo la mano estirada, pero palpando la nada—. Eres un intermedio que busca consumar su cuota.

Sadistik lo dijo. Ellos son intermedios que querían recuperar sus alas. Si Zyer las tiene ¿significa que ahora es...? ¿Qué es? ¿Dónde pertenece? Si crean tratos con humanos para tener sus alas y Zyer consiguió las suyas, ¿ya no existe un trato entre nosotros?

—Yo no soy como él —expresa, sabiendo que me refiero a Sadistik. Me deja en estable en el suelo, entonces aclara—: No soy como ellos.

—¿Qué eres? —Antes de conseguir una respuesta, su ave, el cuervo negro que siempre va con él, empieza a dar vueltas en el cielo, graznando casi con furia—. Mamá...

El terror adormece mis pensamientos y, sin dar premio a los segundos, emprendo mi corrida hacia el techo del hospital, donde mamá se encuentra. Los jadeos insaciables adormecen mi garganta en un acto torpe por llegar lo antes posible. Atravieso la puerta de lleno, volviendo a expresar con dolor en mi rostro la escena angustiante. Me acerco a mamá y la tomo entre mis brazos, sollozando en un intento por comprobar que todavía está conmigo, en este plano.

La acerco a mí, con fuerza, consumiéndome en una mecida lenta.

Daría hasta mi propia vida por ella.

Mi voz desparrama palabras que se entrelazan con lamentos. Es cuando oigo otro graznido del cuervo. Zyer está aquí.

—Sálvala —le pido sin levantar la cabeza—. Por favor.

—No puedo.

—Hicimos un trato. —Quito las lágrimas de mis ojos para ver a Zyer con claridad. Su perspectiva es fría y algo impactante, pues no muestra ni un dejo de compasión—. Tienes mi firma ahí —manifiesto en un descargo furioso—, debes cumplir.

—Primero debes desearlo.

Vuelvo a mamá, entonces musito:

—Deseo que mamá se recupere.

Las alas de ZyerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora