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Con la mirada perdida, recorría el mismo pasillo que años atrás, escondía entre sus paredes, a un niño pecoso, tímido y gordito, y que ahora recibía a un adolescente de estatura media, complexión delgada, tez morena, ojos verde olivo y pelo enrulado que como ya era costumbre, se escondía debajo de su inseparable capucha, sujeta a una chaqueta negra de tela.

Caminaba intentando pasar desapercibido entre la multitud, esperanzado en poder camuflarse en el mar de estudiantes, por el ultimo rumor del que ahora todo el mundo hablaba y susurraba a sus espaldas, ese del que él tenía conocimiento de sobra. Hace dos días se le había visto abrazado con otro chico de forma muy cariñosa en la puerta de su instituto, y desde entonces sintió como todo su mundo se paraba de repente cuando escucho aquel apodo del cual no habían dejado de llamarle desde entonces: Maricón.


Pese a la insistencia a su madre para faltar unos días al instituto, esta con su característico pensamiento que mostraba la diferencia generacional, le repitió que los comentarios hirientes, e incluso algunos golpes, podrían moldear su carácter, negándole la estadía prolongada en su habitación por las mañanas, mandándolo de todas formas, al lugar que ahora su hijo veía como el más hostil del mundo.

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Al salir de su última clase suspiro aliviado, era un día tranquilo a su parecer. En las primeras horas, solo había recibido unas bolas de papel en la cabeza, un par de empujones poco disimulados por los pasillos, y uno que otro comentario despectivo disfrazado de broma.

Dispuesto a regresar al mejor refugió que tenía para protegerse de las adversidades del mundo, colocándose la mochila, salió de su instituto hacia la parada de transporte. Mientras caminaba le dio la sensación de que alguien lo seguía, pero descarto la posibilidad al voltear y no encontrar a nadie.

Debajo de la pielWhere stories live. Discover now