–Pero... –Jose se dio cuenta de que se quedó hablando solo, Christian había colgado.

**

¿Qué te dijo?

–No está con él.

– ¿Lo ves? Yo creo que le pasó algo...

–Cálmate.

– ¿Cuándo fue la última vez que la viste?

–En la oficina, como a las seis.

– ¿Se fue sola?

–Eso no lo sé.

– ¡Maldición! Me preocupa.

–Relájate. Tu hermana se sabe cuidar sola.

**

¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Eran días? ¿Horas, quizá? ¿Qué había pasado? Abrió los ojos, con mucho esfuerzo logró sentarse, colocó sus manos atadas encima de sus rodillas. Movió la cabeza, tratando de quitar de sus ojos el cabello que le obstruía la vista.

¿Era de día o de noche?

Mierda. No sabía nada.

Logró mirar por la ventana y darse cuenta de que había una tenue luz, quizá fuese el amanecer o el anochecer, no lo sabía con certeza.

Hizo un esfuerzo sobrehumano para colocarse de pie, estando amarrada. Y se acordó que las cadenas estaban sujetas a la pared. ¡Mierda, así no podía moverse! Trató de sacudir sus manos, provocando que el frío metal oxidado ya por los años, hiciese un ruido seco que resonó por todo el lugar. Comenzó a tratar de gritar, dándose cuenta de que su voz era amortiguada por la cinta que tenía en la boca. Siguió pataleando, tratando de moverse, y de aflojar los clavos o algo. Mierda, tenía que huir. Estaba en manos de... ¿Quién? Un loco, obvio.

Voces.

Mierda, voces.

Su oído se afinó inmediatamente, tratando de captar algo.

– ¿Tengo que hacerlo?

Frunció el ceño. ¿Qué tenía que hacer? ¿Y quién tenía que hacerlo?

Mierda, Anastasia, deja oír. –Colocó los ojos en blanco. Su voz interna tenía razón. Y maldijo por lo bajo al darse cuenta de que se había perdido gran parte de la conversación, pero su oído distinguió la parte final de la charla.

Tiene que verse adolorida.

–De acuerdo.

Mierda. No quería ser cruel pero esperaba no ser la única allí. Tenían que golpear a otra persona.

Por favor no a mí, por favor no a mí, por favor no a mí.

La puerta se abrió, dejando ver esta vez a otro hombre. No era el mismo de la vez pasada, no. Éste era alto, fornido, joven, tenía unos rizos castaños claro que le llegaban hasta el hombro, sus ojos eran verdes... Y fríos.

–No me gusta hacer esto. –Comenzó a decir, mostrando una dentadura amarilla. –No me gusta golpear a las mujeres, menos a una tan guapa como usted. –Anastasia abrió los ojos como platos al entender todo. Mierda, tenía que huir o algo.

–No. Por favor, no. –Intentó a decir, pero solo se entendió un murmullo, ya que seguía con la cinta en la boca. Trató de moverse un poco, trató sin éxito, pues las cadenas se lo impedían. 

–Lo siento. –Ella se abrazó a sus rodillas, tratando de protegerse y fue cuando sintió la primera patada. Un chillido se dejó oír por el lugar. –Lo siento. –Repitió a la vez que volvía a patearla.

Las Heridas Del PasadoWhere stories live. Discover now