-No tengo idea hijo- y agregó: ¿Desde cuándo te preocupan las actividades domésticas de este negocio?

Edward se retorció en la silla y mostró cierta incomodidad ante la pregunta de su padre porque en realidad jamás trataban ese tipo de temas entre ellos.

Así que para no continuar en esa situación, Edward se levantó de la silla y se despidió.

Ese mismo día, Edward tenía que salir de la ciudad por cuestiones de negocio, así que pasó los siguientes tres días fuera del edificio.

A su regreso se incorporó a sus actividades diarias, las cuales por su ausencia, se habían acumulado. Trabajó absorto hasta las siete de la noche y aún le faltaban varios documentos para revisar. Esa era la parte del negocio que no le gustaba. Su ausencia siempre se traducía a más trabajo por revisar.

Al salir de su despacho, apagó las luces y se dirigió al ascensor. Al abrirse la puerta, se encontró con dos hombres del personal de servicios de limpieza. Ambos lo saludaron en inglés y luego continuaron charlando en español.

Edward no sabía qué diablos decían pero en tres momentos escuchó el nombre de Florencia. Se maldijo por haber rechazado tomar clases de español durante su vida universitaria.

Al llegar al lobby, los tres salieron del ascensor. El personal de servicio se dirigió al área de mantenimiento y él hacia el estacionamiento. Al llegar cerca de su auto, desconectó la alarma y se subió a su imponente camioneta Cayenne. Antes de arrancarla dejó pasar un vehículo Toyota rojo que se estacionó enfrente.

Edward contempló cómo del Toyota se bajaba Florencia. Iba con unos jeans azul negro ajustados. Con un sobretodo color negro que le llegaba a la cintura y unas botas negras por encima de los jeans.

Su cabellera café de rizos bien definidos la llevaba suelta y se le movía al compás de los pasos. Florencia era realmente una mujer atractiva.

Al pasar enfrente de la Cayenne, Edward contempló de nuevo su hermoso trasero. Era perfecto, se dijo: totalmente delineado.

Edward no sabía qué tenían en los genes las mujeres latinas que las hacían tan llamativas y bien dotadas. Pero ésta, en especial, le resultada más que provocadora. Se quedó quieto al volante hasta que vio cuando Florencia subía las gradas.

En todo el camino hacia su apartamento, ubicado en una de las zonas más exclusivas de San Francisco, Edward trató de divagar sus lujuriosos pensamientos sobre Florencia escuchando música de los noventa, luego pasó a la década de los ochenta y no se percató del momento que había comenzado a cantar al unísono con las melodías.

Al llegar al estacionamiento de su apartamento y luego de bajarse de su camioneta, se subió al ascensor. Llegó a su hogar: un piso completo destinado para su estancia. Abrió la puerta y percibió el olor a limpio y desde la cocina contempló a María, la ama de llaves que llegaba todos los días de la semana para limpiar y cocinarle.

-Hoy viene más temprano que de costumbre, fue el saludo de María.

-, le dijo secamente, Edward.

-He tratado de llamarle para decirle que mañana no podré venir porque tengo cita en el medicare pero usted no ha tomado mis llamadas.

-No puede ser, María. Siempre contesto o por lo menos te mando un mensaje. Pero déjame ver el registro -y comenzó a buscar su iPhone pero no lo encontró.

-¡Por Dios! ¿En dónde diablos lo he dejado?-, se dijo casi gritando.

Y de repente, se acordó: -lo dejé sobre el escritorio-. De la prisa que tuvo para salir de ahí antes que los de la limpieza llegaran, olvidó tomarlo.

Y si te enamoras de miWhere stories live. Discover now