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1/10/17
¡Feliz cumpleaños, MoonErebos!

Fanfic inspirado en Go to War, de Nothing More.

***

—Contradicciones, ¿no te parece? —Voldemort se inclinó ligeramente sobre él—. El mundo está plagado de ellas. Tú y yo mismos somos exactamente eso. ¿No estamos intentando luchar por dos mundos contradictoriamente iguales? Los dos queremos lo mismo, en diferentes formas.      

Harry Potter torció el gesto. El hombre que le observaba a través de largas pestañas negras no parecía el Voldemort del cual le habían hablado. Alto, envuelto con una túnica que, cual sombra, se arrastraba por los suelos haciéndole parecer flotar mientras caminaba con pasos suaves sobre el suelo de madera. La mirada tenía el color de la sangre, y Harry sintió asco.

Asco, porque Voldemort había matado. Sus ojos tenían el color de la muerte. Sus ojos tenían el color del caos, de la ambición, del odio. La sangre parecía ser insuficiente junto a cada una de las cosas representadas en esos ojos.

Unos ojos que le perforaban, examinándole con diversión.

—Sí —Voldemort prosiguió, soltándole de la mandíbula donde le sostenía para mantenerle la mirada—. El mundo está ambicioso por obtener todos sus sueños cumplidos en bandeja de plata. ¿Puedes darte cuenta de ello? Todo el esfuerzo que recogemos se vacía entre nuestros dedos, como si las piedras se transformaran en arena que huye con el viento. ¿Por qué estamos peleando? Tú peleas por no dejarme tener el control. ¿No es así? Pero, si yo no tomo el control, ¿quién te asegura que alguien más no intente hacerlo en unos años? ¿En unos meses? ¿En unas horas? El mundo es voluble a las manos que lo forman. Por años se trató del pánico a las guerras mundiales, por otros se trató de la paz armada tensa y asquerosa, con cada sonido creando histeria colectiva, con las lágrimas persiguiendo a las risas de cerca. Este mundo en el que nos hallamos está definitivamente arruinado. Y puedo verlo. Puedo ver cómo sostenerlo entre mis manos, puedo ver la manera exacta en que debe fluir para no tener complicaciones.

El control es relativo a los ojos que lo ven —prosiguió breves segundos después, una sonrisa cínica curvando sus labios gruesos, monocromáticas sombras tornando su rostro una pintura y una escultura, una obra de arte y un ángel de la destrucción—. Un ave que ha volado en libertad y ha sido capturada no pensará lo mismo que aquella que ha nacido en cautiverio. El ave libre ahora es prisionera; el ave cautiva es un ave cómoda, acostumbrada a todo lo bueno que se le pudo dar en la vida. Pensarás, ¿qué soy yo? —su voz tomó un matiz sádico y burlón mientras imitaba pobremente una vocecilla más aguda, más infantil, tal como la propia de Harry—. ¿Yo, Harry Potter, quién soy? ¿Soy el ave libre, o soy el ave cautiva? Respóndeme.

Harry alzó la barbilla por sí mismo para sostener sus ojos. Intensos, preocupantemente intensos. Graves, preocupantemente graves. Tenían el matiz exacto para considerarse inhumanos, y a la vez la vida y la motivación precisas para ser considerados inteligentes. Sabios. Voldemort poseía una mirada calculadora y perversa. Parecía fundir los términos y las palabras, las descripciones y explicaciones, y conjugar un verbo pasado en presente y futuro con una sola de sus miradas.

Voldemort le sostuvo con rabia. Su labio superior se torció en asco mientras le sostenía del rostro, girándolo de lado a lado, examinándolo. Harry sentía cada herida arder ante la intensidad, y su piel quemando mientras los dedos del mago estaban hundidos en su cara.

—Respóndeme —ordenó a voz de repetición, la amenaza implícita en sus palabras.

—Ave libre —escupió Harry en un siseo forzado—. Soy un ave libre. Soy libre. Estoy aquí para...

—Para, ¿qué? —Voldemort lo soltó, su risa sonando con una alegría impresionante. No, no era alegría, se corrigió Harry. La alegría no podría sonar tan teñida de amargura—. Estás aquí para, ¿qué, exactamente? ¿Matarme? ¿Vencerme? —se acercó a él, todo su cuerpo cubriéndolo con una calidez que, irremediablemente, azotó su pecho y su corazón estallando en latidos apresurados. Miedo, se dijo Harry. Tenía miedo. Miedo. ¿Cómo no tenerlo? Las afiladas uñas del mago se hundían en su cuello mientras lo examinaba con burla—. Y aún quieres considerarte un ave libre. No, Harry. No eres libre. No lo eres.

Voldemort lo soltó y su piel latió donde le había estado tocando. La mano que sostenía sus muñecas por sobre su cabeza lo liberó con la misma violencia con la cual lo había apresado, y Harry ahogó un grito al deslizarse por la pared hasta caer sentado, sus muñecas latiendo con el dolor de verse liberadas.

—Lo soy —terció, porque a pesar de todo tenía quince años. Tenía quince años y había visto tantas muertes y tanta sangre y tanta guerra. Todo se tornaba catastrófico tras sus ojos cerrados; todos peleaban, todos gritaban. La guerra había latido en cada corazón hasta su último movimiento, y había explotado en cada rincón, implotado en cada cuerpo azotado por la desdicha. Tenía quince años y la libertad era lo único que le quedaba.

—¿Por qué estás aquí? —pareció burlarse Voldemort—. Dímelo. Cuéntame, ¿qué te ha traído aquí? Tú has, acaso, ¿puesto redes de búsqueda y rastreo? ¿Encargado de crear espías? ¿Drogado gente, asesinado otra? ¿Qué has hecho para considerarte un ave libre, qué has hecho para imponerte ante mí y arrojarme tu libertad en la cara? —todo su rostro se curvó en la más pura expresión de odio que Harry jamás pudiera haber visto antes. Voldemort atrapó sus cabellos entre los dedos, arrastrándolo tras su paso. Harry no se permitió llorar, apretando los dientes mientras Voldemort lo arrastraba hasta el otro rincón de la habitación: paredes de papel elegante y anticuado, suelos de madera astillada que se hundía en sus palmas cuando intentaba detenerse lo suficiente para atacar de alguna manera—. Tú estás preso en una falsa sensación de libertad. Estás prisionero en cada rincón de tu mente gritando que eres libre, que tu albedrío es propio. Sin embargo no eres más que el reflejo de lo que desean que seas. No eres más que un ave que ha sido criada en cautiverio, pero que quiere extender las alas y echar a volar, desconociendo la suciedad del aire, la polución de la lluvia, que el humo que trepa de la pila de cadáveres incinerados es más letal que una maldición, que beber de la copa equivocada puede traer consecuencias casi tan desastrosas como la misma muerte. ¿Por qué estás aquí? No me has respondido.

—Dumbledore —consiguió responder, a medias, con una voz que casi no le pertenecía, con un temblor que se arrastraba por sus venas como serpientes venenosas reptando en busca de su presa—. Me indicó dónde estarías... me dijo que estarías solo, y que...

—Dumbledore te ha condenado a lo que más temes, a lo que más odias, al enviarte conmigo. ¿No te parece, Harry? —rió, pero su risa era fría. Harry ahogó un grito cuando su cabeza fue azotada contra la pared, Voldemort liberándose de él justo del otro lado de la habitación donde veía la puerta, alta y amplia, negra como el averno y a la vez siendo su camino al cielo, a la libertad—. Avecilla tonta.

Voldemort cruzó la habitación y se marchó. Harry no notó las lágrimas en sus ojos hasta que éstas, saladas, humedecieron la comisura de sus labios.

Do we feel safe?Where stories live. Discover now