I - PRÓLOGO - LA HISTORIA DE UN VIEJO DRUIDA

Magsimula sa umpisa
                                    

Un día que jamás fue profetizado, los humanos salieron de su ciudad de piedra y cruzaron los manglares, los valles y llegaron a nosotros. dijeron que nos habían nombrado para Gobernar la tierra de Cineón. Que nos reconocían como superiores y que nos necesitaban para la prosperidad mutua, que nos enseñarían las artes de la forja, nos enseñarían a empuñar y blandir la espada y la lanza, a usar la flecha y el arco, todas sus costumbres que siempre nos habían parecido banales.

En realidad, pedían a gritos que los ayudáramos con sus males, plagas, pestes y con sus pésimas cosechas, al parecer su Dios los había abandonado, así que eramos lo mas cercano que tenían para no sucumbir, mucho después supimos que no fuimos su primera opción, se lo habían pedido a los elfos primero, y eso nos indignó por completo. Se nos prohibió cruzarnos con ellos, aunque de seguro esa orden llegó muy tarde, somos muy parecidos, salvo por nuestras hojas detrás de las orejas, siempre tres hojas.

No es sorpresa saber que mordimos el anzuelo y aceptamos gobernarlos o ayudarlos en general, nunca les exigimos nada, ni impuestos ni que se arrodillaran; la mitad de nuestra raza abandonó sus hogares en el bosque, hogares hermosos construidos en los troncos de los arboles mas grandes y fuertes, yo alcancé a verlos antes que los quemaran, eran mucho mejores que esas casuchas de piedra y barro que acostumbran a hacer. Nosotros curamos sus males, eliminamos sus plagas y salvamos sus cosechas, y ellos nos aceptaron como sus reyes, sus salvadores y nos pagaron con la traición.

Mi padre, el Druida mas sabio de todos, fue nombrado Rey de Cineón y del Bosque Eterno. Lo que ellos no sabían, era que nosotros somos mucho mas longevos que ellos, y que nuestra hechicería no podía enseñarse sin flujo mágico. Quisieron aprender para no depender de nosotros, pero solo consiguieron un gran manejo de las Hierbas, al menos eso aminoró las enfermedades; se sentían muy dependientes, además con el paso de los años, y las nuevas generaciones trajo consigo otro tipo de mentalidad. Los nietos de los que nos habían elegido, no compartían la devoción hacia nosotros, de hecho, sentían que era nuestra obligación ayudarlos. Eso trajo consigo sentimientos propios de los humanos, la envidia, el odio, y sobretodo la codicia, cosas que los druidas jamás tuvimos ni tendremos jamás, porque elegimos no tenerlas, después de todo somos razas diferentes.

Y bueno, solo necesitas eso para iniciar una guerra. Lo demás es conseguir el acero y quien lo blande, los humanos no tardaron en unirse y organizarse, para eso eran muy buenos, nosotros nunca tuvimos esa necesidad, por lo que no sabíamos como reaccionar a lo que estaba ocurriendo, la ya olvidada Gran Crisis.

En esa época, fue cuando se rompió la Luna, si, pequeñas sabandijas, yo viví ese momento y tenía la edad de ustedes, Cayeron sus Fragmentos y recibimos el Regalo de los Espíritus, trozos de Luna embuidos en magia, la magia mas pura que haya conocido cualquier ser vivo de los Cuatro Reinos, la Eterita, la piedra de quintaesencia.

Cayeron por todo Cineón, Sinitra, Rynnan y el otro Reino Perdido. Los humanos no pudieron soportar que la Eterita fuera un regalo para nosotros, ya que nos hacíamos más fuertes y ellos, al entrar en contacto sufrían metamorfosis, perdidas de la razón y a veces se carbonizaban al instante. Pero hubo quienes, soportaron la quintaesencia, los engendros que llegaron al mundo antes de que se prohibiera la cruza. Fueron corrompidos por el poder, se creyeron superiores que nosotros y no dudaron en afilar sus espadas.

Yo había sido criado para ser Rey, no se rían, es verdad, aún recuerdo cuando mi padre me enseñó a empuñar una espada, ¡oh sí! los druidas también sabemos luchar, aunque nunca nos gustaron las batallas, nuestro vinculo con la vida es tan profundo, que podíamos sentir en el alma cuando la sangre caía en la tierra. Supongo que esa fue nuestra debilidad. Preferimos entregar toda la tierra de Cineón, antes que seguir con la matanza. Ese día fatal, yo escuché como se rompían los Fragmentos de Luna por toda la Tierra de Cineón y supe que los humanos se habían rebelado.

Nuestra raza fue brutalmente aniquilada por un ejercito despiadado, formado por los mismos humanos que ayudamos, que nos ofrecieron ser sus reyes, les enseñamos todo lo que sabían y nos pagaron con nuestra propia sangre. No se cuantos más hayan sobrevivido, pero no quiero creer que somos los últimos, digo, mi hija y mi nieto, somos los últimos druidas de toda la Tierra Conocida. Y si eso no fuera suficiente, después se dedicaron a destruir todas las piedras restantes esparcidas, para que ningún druida siquiera pensara en vengarse, como si compartiéramos sus emociones banales. Creo que deben quedar algunas en Rynnan, pero ya estoy muy viejo para una travesía tal y volver para enfrentarme a un reino completo.

Recuerdo que mientras escapaba cruzando el Bosque Eterno, podía ver como todo se calcinaba, todo ardía con un poder increíble, ningún árbol se salvó. Me dolía el alma, sentía como sufría cada planta cada brote.Pero mi Madre no dejó de galopar, eso sí, pude escucharla llorar entre todo el chisporroteo de las llamas y el relinchar del caballo, no comprendía bien que habíamos hecho para merecer eso.

Mi madre, que la tierra la cuide, me dijo que mi Padre, el Rey, murió en el asedio al castillo, murió protegiendo ese trono que le habían otorgado ellos mismos, traicionado por los mismos soldados que juraron protegerlo. Él les había enseñado imbuir magia elemental en la hoja del acero, creo que así se aseguraron que no nos regeneraramos, quemandonos desde dentro.

Ellos nos enseñaron a forjar armas, blandir espadas y lanzas, a tensar arcos y lanzar flechas y ¿de qué sirvió?

- Ya está lista tu Fogata, Kylnar, deja de asustar a los niños con tu pasado, no dormirán en varias lunas. - lo interrumpió el Regidor, intentando aliviar el ambiente.

- Gracias, este druida viejo y arrugado te lo agradece, te enseñaría a blandir la espada pero ya estoy muy viejo para eso - comentó agradecido, mientras se paraba y volvía a su hogar.

- No es necesario, ya no estamos en guerra - Respondió el Regidor dando un suspiro.

- Oh, te equivocas tanto, querido amigo, un Druida nunca olvida, que no hayamos chocado acero en más de 300 años, no quiere decir que la guerra haya terminado - respondió el Druida con un halo de misterio en sus palabras.

- Prométeme que no harás nada estúpido - pidió el Regidor algo desesperado por el actuar el anciano.

- Los Druidas no prometen, eso lo inventaron ustedes, los humanos, para asegurar nuestra lealtad y crear maldiciones - reclamó el anciano mientras el Regidor movía la cabeza resignado.

- Que duermas bien, Kylnar, te avisaré cuando vuelva tu Nieto.

- Dile a esa sabandija escurridiza que no me despierte bajo ninguna circunstancia. - exigió frunciendo el ceño mientras suba los escalones en caracol que rodeaban el árbol.

- Lo que tu digas. - Respondió el Regidor, con la mirada triste, pensando que si esa historia fuese verdad, a ese viejo druida le habían arrancado el trono a punta de espada y lo peor es que por su propia raza, sentía un poco de culpa; pero sabe que cada reino es independiente y soberano, por lo que los humanos de Cineón, no tienen nada que ver con los de Sinidra.

Se despidió mientras volvía al Fogón y el anciano volvía a su casa que construyó a media altura en el tronco de un árbol ubicado entremedio de otras casas comunes; un intento pobre de la casa donde vivió de pequeño, pero así decidió vivir lo que le quedaba de vida.

El Reino al Fin del MundoTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon