Capítulo 1

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Seis meses después

Tantas cosas. Demasiadas cosas podían cambiar en seis meses. Un negocio podía arruinarse, una familia podía caer en desgracia, el éxito podía desvanecerse... todo en cuestión de horas. ¿Qué decir en meses?

Pero no. Nada de eso sucedía en su caso. Lo que había cambiado... bueno, quién había cambiado, era su prometida. Ciana era...

Ella estaba...

Diferente. Extraña. Inusual.

Solo... no era ella.

Eso era todo. No había mejor manera de expresarlo. No se parecía a ella misma. Y no solo se trataba de su cambio físico, en absoluto. Esto iba más allá. Podía sentirlo, desde el mismo momento en que posó sus ojos oscuros en ella, observando que su cabello estaba increíblemente corto y despeinado, se veía agitada y no había rastro alguno de su habitual serenidad. Esa NO era su prometida. Al menos, no era la que había dejado.

Se parecía tanto a Bianca que le recorrió un escalofrío. No, eso tenía que ser una pesadilla. Estaba imaginando cosas, resultado de no haber tenido una noche de sueño decente en las últimas semanas. Había sabido que algo andaba mal, lo había presentido en el tono de voz de Ciana. ¿Por qué no había preguntado? ¿En verdad lo había descartado como si no fuera nada?

Si había sido así, había sido un idiota. Ahora definitivamente parecía algo. Algo muy grande.

–Hola, Ciana –saludó parándose frente a ella. Ciana empezó a hablar, rápido. No podía entenderla. Ni siquiera estaba seguro de que se hubiera dado cuenta de lo que estaba haciendo. ¿Estaba nerviosa?–. ¿Ciana?

–Lo siento. ¿Estoy hablando mucho? ¡Es que no esperaba verte tan pronto! ¿Está todo bien? ¿Cómo fue tu curso? ¿Te esperan en la oficina? ¿Sabes que tengo un evento mañana? No es necesario que acudas, por supuesto, pero imaginé que te gustaría saberlo y...

–Ciana, por favor –cortó con firmeza. Cerró los ojos y tomó aire. Tampoco era cuestión de gritarle, por algo que él no estaba seguro de no estar simplemente imaginando–. Detente, ¿sí?

–Claro, Darío. Lo siento –repitió, insegura.

–No, yo lo siento si fui brusco, pero ¿por qué estás tan nerviosa?

–¿Lo estoy?

–Creo que sí. ¿Lo estás?

–Darío, es que... ¿qué te parece mi cabello?

¿Qué le parecía? ¿Era una broma? ¡Ella sabía perfectamente lo que pensaba! No le gustaba. Se lo había mencionado una vez, una melena larga era un rasgo que él apreciaba en una mujer. ¿Y ahora quería saber qué pensaba de su cambio? Bueno, no iba a mentir... pero sabía que no podía decirle la verdad.

–Es... diferente.

–Sí, ¿qué opinas? –insistió.

–Está corto.

Ciana chasqueó la lengua y dirigió una mirada acusadora en su dirección. Dios, en ese instante se parecía tanto a su hermana gemela que él se estremeció involuntariamente. Esto estaba pasando rápidamente de pesadilla a infierno.

–¿Estás bien, Darío?

–Cansado del viaje –notó que su voz salió más cortante de lo normal. Intentó controlar su temperamento pero parecía que no estaba funcionando–. ¿Tú estás bien, Ciana?

–Sí. Bastante bien.

–Me alegro.

–Sí.

Darío tomó su equipaje y siguió a Ciana hasta el auto. Había pensado que ella estaría entusiasmada por recogerlo del aeropuerto, pero quizás había estado equivocado. Ella se veía... ¿por qué no podía encontrar la maldita palabra?

–Es bueno que estés de vuelta –comentó Ciana cuando dejaban el estacionamiento. Él asintió–. Se acerca Navidad, sabes.

–Sí, lo sé.

No era una época que él añorara de manera alguna pero sabía que para muchas personas era realmente importante. Para aquellas que tenían familia, seres queridos y amistades de seguro. Él... no tenía a nadie más que a su abuela y a Ciana. Y no eran personas que pudieran compartir el mismo lugar en su vida.

–¿A tu departamento o a la oficina? –inquirió después de carraspear. Darío notó que se había sumido en sus pensamientos así que se concentró en ella, rememorando la pregunta que le había hecho para poder responder.

–Ah. La oficina.

–De acuerdo. ¿Cenaremos hoy?

–Estaré ocupado. Debo ponerme al día –explicó. Ciana asintió, sin sorpresa ni protesta alguna. Por eso era tan perfecta para ser su prometida–. Quizá mañana, si no tengo reuniones agendadas y...

–No puedo. Tengo que asistir a un evento social mañana. ¿Recuerdas?

–Sí, me parece que lo mencionaste.

–Así es.

–¿Te molestaría ir sola?

–No, en absoluto. Estoy acostumbrada –se encogió de hombros. Eso podría sonar como una queja, solo que no lo era. Era la verdad, el establecimiento de un hecho que era totalmente cierto.

–Bueno, podría ir... yo te llamaré.

–Sí, claro que lo harás.

–Ciana...

–No. No necesitas justificarlo, Darío. Lo entiendo.

–Sí, lo haces.

–Por supuesto.

Él entrecerró los ojos con sospecha. Ahora estaba seguro que no imaginó una leve amargura en el final de aquella frase hecha. No, su gesto aún estaba tenso y Ciana... estaba... lejos.

Se sorprendió al notar que eso era. Ciana no parecía estar en aquel lugar, con él, sino que sus pensamientos estaban muy lejos de ahí. ¿En qué? ¿O... en quién? ¿Era posible que Ciana...?

No. Qué absurdo. Ciana no era así. Ella nunca sería así. Otra razón por la que la había elegido. Era predecible, confiable, leal... aburrida. Perfecta para él. Para sus propósitos. Para el lugar que le había asignado en su ordenada vida.

–Estás aquí, Darío.

–Sí. Gracias, Ciana.

Él esperó. Y esperó un poco más pero nada. Ni una señal de que ella estuviera dispuesta a darle unas palabras cariñosas, un abrazo o un beso. En absoluto. Nuevamente parecía estar perdida en sus pensamientos.

–Adiós, Darío –dijo, instándolo a que saliera. Él asintió y se despidió. Ni un te extraño. O un te quiero. O un te amo. Nada en absoluto.

Debería estar satisfecho, ¿no? Mientras menos emoción, mejor. Más predecible. Entonces, ¿por qué había algo que lo fastidiaba profundamente?

Un amor así (Sforza #5.5)Where stories live. Discover now